Mientras gente piadosa, como los obispos africanos y polacos con sus reuniones y comunicados, otros con libros y muchos más hijos de la Iglesia con sus oraciones trabajaban para que en la reunión sinodal, a punto de comenzar, resplandezca la verdad de Jesucristo, el Demonio también hacía sus preparativos con la ayuda de altos dignatarios eclesiásticos y teólogos impíos.
El golpe de efecto que el Enemigo nos tenía preparado para la víspera del Sínodo han sido las declaraciones del sacerdote polaco empleado en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, aunque por desgracia su fe era distinta de aquella con la que se ganaba un sueldo, manifestando que vive emparejado con otro hombre. Gravísimo pecado, pero seguramente pequeño si se compara con el escándalo buscado deliberadamente –si no es así que me lo expliquen– para presionar mediáticamente al Sínodo y con su rechazo explícito de la doctrina de la Iglesia al respecto, afirmando que la luz es tiniebla y la tiniebla luz.
Muchos sacerdotes han sido pecadores, escandalosamente pecadores, pero muchos de ellos reconocían su pecado, que los que estaban mal eran ellos y la que estaba en lo cierto la Iglesia, que el problema era su debilidad y no la Ley de Dios. A este respecto uno de mis favoritos es San Andrés Wouters de Heynoord, sacerdote apartado por su obispo de toda función por borracho y mujeriego, que vivía con una concubina y tenía varios hijos. Tomada su ciudad por los protestantes se unió voluntariamente a otros sacerdotes y religiosos que iban a ser sacrificados e instado por sus verdugos a renunciar a algunos puntos de la fe católica respondió: «Fornicador, siempre fui. Pero hereje, nunca.» En fin, reconoció que el que estaba mal era él y ahora está en el Cielo.
Desde que lo descubrí hace algunos meses, mi santo favorito.
ResponderEliminarSaludos desde Argentina.