jueves, 29 de septiembre de 2022

Sobre las condenas del préstamo a interés

     Ocasionalmente leo artículos en los que se afirma, si nos dejamos de rodeos, que todo préstamo con interés es pecado mortal. Algunos recalcan que no importa lo pequeño que sea el interés, lo largos que puedan ser los plazos, los grandes beneficios que pueda suponer para el prestatario ni nada de nada: pecado mortal sin más posibilidades. Siempre aprecio en tales artículos los mismos defectos; ignoro si se pueden corregir o no para mantener ese tesis tan rigurosa, pero me gustaría ver algún intento.
     El Catecismo de la Iglesia Católica es magisterio ordinario y no condena el préstamo a interés. Los de la rigurosa tesis deberían explicar si hemos caído en una degeneración doctrinal tan grande que el principal y más autorizado compendio doctrinal de la Iglesia omite pecado tan grave y tan frecuente. De paso convendría aclarar en qué otros puntos debemos repudiar al Catecismo por omisión clamorosa.
     En los Evangelios se cuenta de un hombre que proporcionó cierto dinero a sus servidores y tras una ausencia quiso que se lo devolviesen con ganancia. Al que no obtuvo ganancia le dijo (Mt 25,27) «debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses». El que exige ganancia en la parábola no es otro que Nuestro Señor –y no es dinero lo que quiere de nosotros- que habla de cobrar intereses por el dinero con la mayor naturalidad ¿condicionado por la cultura de su tiempo? ¿o considera lícito cobrar intereses, dentro de unos límites, como todo? No deja de ser curioso, y requerir explicación, que exista una parábola en que el cobro de intereses no tiene la mínima connotación negativa mientras que no existen otras que sean tan benévolas con el asesinato, el adulterio o la blasfemia. Y advierto: mucho cuidado si se usa la escapatoria de afirmar que el Señor estaba condicionado por el ambiente de su época; aparte de que a Dios no lo condiciona nada ni nadie ese es el mismo argumento de los que pretenden la ordenación sacerdotal de mujeres.
     Al argumentar la ilicitud del préstamo a interés hablan de que lo justo es devolver lo prestado, ni más ni menos, pero los razonamientos suelen adolecer del vicio de considerar el dinero como algo absoluto en su nominal, no como algo relativo a los bienes que se pueden obtener con ese dinero, no tienen en cuenta el poder adquisitivo. Mi impresión es que siguen anclados en los tiempos en que el oro y la plata se consideraban dinero y las monedas se valoraban por el contenido en metal precioso. En la actualidad, billetes de papel y dinero electrónico, o valoramos el dinero por lo que podemos comprar o estamos fuera de la realidad valorándolo por su materia: un poco de papel o unos bits grabados en el disco de un ordenador. Si fuese por el valor intrínseco robarlo no sería pecado, dado lo ínfimo de tal valor; pero todos sabemos que no es así, que robar dinero es pecado porque priva a su dueño de algo realmente valioso, de poder adquirir los más diversos bienes y servicios.
     Carece de importancia poseer una unidad monetaria, mil o un millón (el que no me crea pregunte en Venezuela), lo importante es lo que podemos adquirir con las unidades monetarias que tengamos. Esto es evidente si tenemos en cuenta los fenómenos de inflación e hiperinflación, nada raros desde hace milenios pero que pueden llegar a lo demencial (en Hungría los precios se duplicaron cada quince horas, algunos dicen que más rápido) desde que se ha generalizado en el mundo el «dinero fiat», dinero cuyas unidades no corresponden a nada material que exista en cantidades limitadas y por ello pueden ser creadas en cantidades ilimitadas a voluntad de los gobiernos, dinero del que, ni por lo más remoto, puede decirse que una unidad de un momento dado tenga el mismo valor que una unidad en otro momento. Considerar exigencia de la justicia conmutativa devolver, tras un fuerte proceso inflacionario, el mismo número de unidades monetarias, ni más ni menos, que se recibieron en préstamo es tener en muy poco la justicia conmutativa.
     Un supuesto, basado en datos reales, sobre la justicia de devolver lo prestado sin posibilidad de cobrar interés. Cuando era niño mis padres adquirieron una vivienda por, al cambio de moneda, 1500 euros. Actualmente, con ese dinero y con suerte, quizás se llegue a pagar la pintura de aquella vivienda. En parte mis padres pagaron con un préstamo. Supongamos que les hubiesen prestado los 1500 euros, ahora venciese el préstamo y sus herederos tenemos que responsabilizarnos de él devolviendo esos 1500 euros. ¿De verdad estaríamos devolviendo lo prestado, ni más ni menos, el beneficio que recibimos toda la familia de aquel préstamo? ¿De verdad cumpliríamos con la justicia conmutativa? ¿De verdad sería como para que el prestamista vaya al Infierno si pretendiese que la devolución alcance los cien mil o doscientos mil euros, algo del orden de lo que ahora cuesta una vivienda similar?
     Veo teorizar cosas como que el dinero es un bien fungible, su destino es ser consumido en el intercambio por bienes y servicios, y por ello es de naturaleza estéril: no tiene capacidad natural para engendrar más dinero por el mero transcurso del tiempo. ¿Y qué? Los alimentos son fungibles, los medicamentos son fungibles, hay tantas cosas fungibles que es lícito producir, comprar y vender con ganancia. Estéril es casi todo lo que tenemos y usamos: las casas, los muebles, la ropa, los libros y hasta las mulas carecen de capacidad para engendrar otras semejantes a sí mismas ¿deja por eso de ser lícito obtener beneficio con su producción, comercio y hasta por su alquiler?
     Calificar el dinero de fungible carece de sentido, el dinero no se consume con el uso, solamente cambia de manos. Los alimentos son fungibles: cuando como una manzana nadie más podrá comer esa manzana, jamás. Cuando compro algo disminuye el dinero que poseo en la misma medida en que aumenta el del comerciante al que pagué, el dinero no ha desaparecido como desaparece una manzana cuando la como. El comerciante puede gastarlo a su vez en adquirir más mercancía, en pagar a sus empleados o en viajar para ver mundo. El mismo dinero se utiliza una y otra vez, no le veo el carácter fungible por ninguna parte. Nadie dice que una casa sea un bien fungible, pero funciona exactamente igual que el dinero: si la vendo me quedo sin ella, pero el que la compra puede utilizarla, volver a venderla… la misma casa puede ser sucesivamente vendida y utilizada por muchas personas, igual que el dinero, pues no desaparece por cambiar de manos.
     Veo suavizaciones de la condena del interés con la licitud de exigir que se devuelva más de lo prestado cuando concurren «títulos extrínsecos». Ese dinero de más tendrá carácter de indemnización o plusvalía, pero nunca tendrá la consideración de interés. ¡De risa! ¿Qué más da si el dinero adicional se llama de una manera u otra si es el mismo dinero? Por no usar la palabra interés montan una filigrana de palabrería. ¿Qué es el interés más que la indemnización por privar al prestamista de poder usar ese dinero y perder oportunidades durante el tiempo del préstamo? En entornos inflacionarios ¿qué es el interés más que la indemnización por la pérdida de poder adquisitivo que sufre el prestamista? ¿Qué es el interés más que la participación del prestamista en la plusvalía, del tipo que sea, que obtiene el receptor? Y no se diga que el prestatario no obtiene beneficio, ventaja o mejora de su situación con el préstamo porque entonces ¿para qué lo pide? Yo no pido préstamos que no me sirven para nada. Recibo mensajes de un banco diciendo que tengo un préstamo preconcedido, según me dicen solicitarlo y darme el dinero será todo uno; tratan de halagarme haciendo como que me consideran persona muy solvente. Rechazo la oferta una y otra vez, sin necesidad de hacer la menor consideración moral sobre la licitud del préstamo a interés, porque me resulta totalmente inútil tal como tengo montada mi vida.
     Que yo sepa, al menos nunca he leído lo contrario, alquilar una casa y cobrar renta al inquilino es lícito. Una posibilidad es que X compre una casa, la alquile a Y, cuando acabe el alquiler X la vende y ha ganado dinero, el del alquiler cobrado. Otra posibilidad es que X presta a Y el dinero para comprar una casa, X cobra intereses, tras un tiempo Y vende la casa y le devuelve el dinero a X que, con esta operación, ha ganado el dinero de los intereses. ¿Qué diferencia hay entre cobrar por el uso de una casa y cobrar por el uso de un dinero? El señor X sufre la misma privación temporal de su dinero y gana el mismo dinero aunque en un caso lo llamemos alquiler y otro interés. En señor Y dispone de una casa durante el mismo tiempo y le cuesta el mismo dinero se llame interés o renta del alquiler. Una palabrita u otra ¿hacen la gran diferencia moral?
     Se apoya la tacha moral sobre el cobro de intereses en que los prestamistas se enriquecen sin riesgo y llegan a ser los dominadores de la economía. Los que dicen «sin riesgo» es que jamás han oído términos como «quiebra», «suspensión de pagos», «mora» y «fallido». El que los prestamistas dominan la economía indica que no saben en qué mundo viven. Dejémonos de tópicos (para tópicos ya tienen bastantes los enemigos de la Iglesia) y veamos que la realidad es casi exactamente opuesta.
     Los prestamistas por excelencia son los bancos y su historia es una historia de quiebras, a veces disimuladas mediante fusiones, nuevas aportaciones de capital o subvenciones estatales. Pocos bancos superan el siglo de existencia y son multitud los que han tenido una buena época y luego han ido a pique. No nos dejemos engañar por la existencia de algunos bancos enormes y con grandes ganancias, si solamente miramos los años buenos pues a veces tienen pérdidas enormes; son únicamente la ínfima minoría que ha sobrevivido a crisis económicas de ámbito general, crisis del ámbito específicamente bancario, errores de gestión, acontecimiento políticos traumáticos para la banca, etc.
     En cuanto a los rentistas, los que viven de cobrar intereses de títulos de deuda pública o privada ¿dónde están? En el pasado había países con un considerable número de rentistas (Francia medio millón a principios del siglo XX), pero la inflación, los desastres bélicos y revolucionarios, las quiebras empresariales y las quiebras soberanas han hecho que sea raro encontrar un rentista hoy en día; personalmente no conozco a ninguno. Muy poca gente arriesga su futuro económico, se arriesga a quedar en la miseria, planteándose un futuro de rentista; un futuro de inversor en acciones, sí, pero limitarse a cobrar intereses no es común. Sí es frecuente encontrar personas que, además de los ingresos de su trabajo o su jubilación, obtienen algún dinero adicional con los intereses de los ahorros acumulados a lo largo de su vida.
     Mirando los descalabros de bancos y rentistas desde principios del siglo XX es muy probable que, en conjunto, hayan perdido dinero, si no en términos nominales sí en poder adquisitivo. El que todavía haya gente que compra deuda pública o presta dinero a interés tiene más de atavismo que de valoración realista de lo que se consigue con semejantes empleo del dinero.
     Por encima de si en un determinado periodo histórico les va mejor o peor a los prestamistas una idea del tipo «los prestamistas se enriquecen sin riesgo» debería resultar detonante para cualquier mente católica. ¿Me está diciendo usted que los prestamistas conocen el futuro, que lo pueden dirigir a su conveniencia? Yo pensaba que eso solamente está al alcance de Dios. El préstamo consiste en «ahora te doy un dinero y en el futuro me lo devuelves» y, por tanto, es algo intrínsecamente arriesgado; ningún mortal puede asegurar que en el futuro se devuelva el préstamo. El futuro es algo que está fuera del conocimiento y el control de las criaturas, aunque sean criaturas prestamistas.
     La idea de que los prestamistas llegan a ser los dominadores de la economía es de risa si se pretende referir al presente y a personas físicas. Los que ahora tienen mayor poder económico, influencia social, etc. los espectacularmente enriquecidos en las últimas décadas, ni uno se ha enriquecido prestando dinero –ni se les pasa por la cabeza hacerlo-; sí pueden haber recibido préstamos y sobre todo aportaciones de inversores para montar las gigantescas empresas y fondos de inversión que les han enriquecido. Gran parte de ellos son personas muy poco recomendables que están ejerciendo un dominio tiránico a través de la censura en redes sociales y promueven conductas aberrantes con sus fundaciones y su influencia sobre los gobiernos, pero el cobro de intereses no es su pecado favorito.
     Ese apoderarse de las finanzas con el préstamo a interés y a través de ellas dominar la economía, que de ningún modo puede decirse de los más adinerados actuales, sí puede afirmarse de gobiernos. La cantidad de dinero que circula en una economía, si los intereses son altos o bajos, incluso si los bancos privados tienen que dar más crédito para unas actividades económica u otras lo determinan los gobiernos y sus apéndices: los bancos centrales más o menos independientes. Esos son los que se han apoderado de las finanzas y dominan la economía, los que con su manipulación del dinero fiat nos mantienen, desde hace un siglo, en casi perpetua inflación y acaban causando una crisis económica tras otra. Los particulares que prestan con interés son totalmente inocentes y, además, víctimas de las manipulaciones gubernamentales del dinero.
     El argumento de que el capital que podría destinarse a la economía productiva se desvía a la puramente financiera, a ganar intereses, sin contribuir al bien común mediante la actividad económica es poco sostenible. Basta preguntarse ¿qué es economía productiva? ¿facilitar mediante préstamos que se pueda producir, comprar, vender, disponer de bienes puede calificarse de improductivo? Veamos.
     Para la mayoría de las personas es difícil comprar una vivienda si no se dispone de crédito. Los préstamos, muchos de ellos con garantía hipotecaria, han facilitado que muchas personas puedan adquirir viviendas y, en consecuencia, que otras muchas tengan trabajo en su construcción y las industrial auxiliares. Tener vivienda es bueno por principio, satisface una necesidad básica, y tener la propiedad de la vivienda suele ser muy beneficiosa para las personas a largo plazo, les proporciona estabilidad y seguridad económica y, en conjunto, una sociedad de propietarios es una sociedad algo más tranquila y estable que una sociedad donde casi todos carecen de propiedades de importancia. ¿De verdad los que ganan dinero con préstamos hipotecarios, si es que lo ganan pese a todos los inconvenientes del prestar dinero que ya comenté, ni favorecen la economía productiva ni contribuyen al bien común?
     Hay otro problema con esta tacha de la desviación de la economía productiva a la financiera. ¿Se pretende que todo el que posea unos ahorros monte una empresa con ellos? ¿Acaso todas las personas con algunos ahorros tienen la capacidad, las habilidades y el tiempo para montar un negocio? ¿Y si el dinero que se tiene ahorrado no es suficiente para crear una empresa mínimamente viable? Mejor que hablar de desviación de una economía a otra me parece hablar de que cada uno hace con su dinero lo que buenamente sabe y puede.
     Condenar el préstamo a interés por incitar al consumo excesivo o empeorar las condiciones de los pobres por la carga de los intereses es como condenar los cuchillos porque, además de usarse para partir el pan, pueden usarse para apuñalar.
     El consumo excesivo lo es tanto si se hace con préstamos como si se hace gastando tontamente los ahorros, el capital que se tenga. El Hijo Pródigo no se arruinó a base de préstamos y no por ello fue menos censurable su conducta. En nuestra sociedad del «compre ahora y pague en cómodos plazos» no se aprecian como es debido la prudencia, moderación y austeridad en el uso de los bienes materiales, aunque siempre serán criterios que guíen a las personas virtuosas o meramente sensatas. No recuerdo la vida de ningún santo que se dedicase al despilfarro, ni entre los que tenían buena situación económica, que no todos han sido pobres de pedir limosna.
     Sobre los pobres y los préstamos mi pensamiento es que no se les debe prestar dinero, se les debe dar. Si alguien no tiene para comer hoy será porque su situación es francamente mala y no creo que mañana tenga para comer y, además, devolver el préstamo de hoy. Nunca he sentido la menor tentación de negociar un préstamo con un pobre; les doy o no les doy dinero, pero no espero que me lo devuelvan ni mucho menos caigo en el delirio de pretender que me paguen intereses. Por otra parte ¿qué tiene que ver el, económicamente absurdo, préstamo a los pobres con el prestar dinero a alguien que es solvente y tiene capacidad para devolver el capital prestado y unos ciertos intereses en pago por la privación que supone para el prestamista y lo beneficioso que le es el préstamo?
     Quizás la maldad intrínseca del préstamo a interés sea una doctrina sostenible y pueda sortear las objeciones anteriores y algunas más, pero toda esa doctrina debe formularse en torno al poder adquisitivo, no a si el nominal de dinero es la misma o no; debe tener muy presente la verdadera naturaleza del dinero fiat y el fenómeno de la inflación. Comprendo que es muy cómodo, nos ahorra mucho fatiga mental, tomar el nominal de monedas y billetes como criterio, como si fuese el legítimo heredero de los antiguos pesos de oro y plata (cuyos valores tampoco eran tan absolutos y constantes como parecen creer los condenadores del interés), pero así es la vida, así es la verdadera naturaleza del dinero que manejamos actualmente, muy diferente del de hace algunos siglos.
     Toda doctrina moral tiene que tener presente la verdad. El asesinato, la blasfemia o el adulterio siguen siendo lo mismo que hace siglos, consisten en lo mismo y funcionan de la misma manera, no hay motivo para repensar su condena. El dinero, pese a conservar el mismo nombre, ha cambiado por su práctica desmaterialización, por su producción y control; así que algunas ideas antiguas, que pudieron corresponder razonablemente bien con la realidad, de antiguas se han convertido en falsas o, siendo más benévolo, en inaplicables por desaparición del objeto al que se aplicaban.
     También convendría explicar convincentemente si se establece diferencias de licitud entre operaciones del mismo resultado práctico por el mero hecho de hacerlas algo más complicadas o con una terminología diferente. Por último, cuando se busquen apoyos en males ocasionados por el préstamo a interés hay que buscar ejemplos que se correspondan con la realidad y no obviar interesadamente los bienes también puedan darse. Si se llega a la conclusión de que esos bienes son meramente aparentes o condenables de raíz por su muy condenable origen, vale, pero no se oculten con una presentación unilateral de ejemplos de males; también deben presentarse los ejemplos de bienes y la explicación de porque no se les puede tener en cuenta a favor del préstamo con interés.

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