sábado, 10 de diciembre de 2022

El tercer secreto de Fátima

     Parto de que todos los posibles mensajes de origen celestial habidos en Fátima nos los podemos tomar los católicos a beneficio de inventario por no formar parte del depósito de la Revelación. No niego la realidad de apariciones y milagros en Fátima, afirmo la bondad de lo allí dicho sobre la realidad del Infierno, la necesidad de conversión, los males y persecuciones que pueden venir (y cuando no los hay); pero todo lo que se ha montado sobre el llamado tercer secreto de Fátima me parece un disparate que deja amplio margen para la actuación de Satanás.

NO ES EL ESTILO DE DIOS

     Cuando Dios quiso decirnos algo lo hizo en persona y de manera pública, tanto que pudo contestar al sumo sacerdote «Yo he hablado siempre en público. He enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos. No he enseñado nada clandestinamente.» Jn 18,20. También hubo cosas que el Señor no quiso revelar: el número de los que se salvarán, la fecha del fin del mundo; en esos casos dejó claro que no quería decirlo y se acabó; nada de misteriosos escritos sellados para su futura apertura.

     Ese dejar escritos secretos ni lo hizo Cristo, ni lo hicieron los antiguos profetas ni lo hicieron los primeros cristianos. Una lectura del Antiguo Testamento evidencia que los profetas daban cuanta difusión podían a sus oráculos y hasta sufrían por ello; la historia de la Iglesia manifiesta que los católicos empezaron a predicar en público y difundir sus escritos en cuanto pudieron, con aderezo de sufrimiento. Los católicos siempre hemos distinguido entre la intimidad, particularmente la de nuestra conciencia y ahí tenemos el secreto de confesión, y la voluntad de Dios de que su conocimiento sea extendido a todos los hombres «enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado» Mt 28,20.

MALOS FRUTOS: DESORIENTACIÓN, ESPECULACIONES, DESCONFIANZAS…

     Ese gusto un tanto gnóstico de ser los enterados, los que están en el secreto, los que saben lo que va a pasar gracias a una revelación que los demás no conocen, resulta peligroso, nos puede desviar del pensar racionalmente e interpretar los signos de los tiempos y decidir lo que debemos hacer conforme a la Revelación.

     Este secretismo ha traído una pérdida de tiempo y energías considerable. Si sumamos todas las horas que católicos piadosos han empleado en especular y discutir sobre el ‘verdadero’ contenido del tercer secreto de Fátima nos daríamos cuenta de que se han perdido muchas vidas (una vida humana no suele durar más de unas setecientas mil horas) y si alguien me tiene por piadoso incluya el tiempo que estoy perdiendo al escribir esto.

     El mal de la desconfianza hacia los pastores de la Iglesia es otro de los frutos ponzoñosos de este secretismo. Que si no se publicaba el secreto porque dejaba mal al papa reinante o al concilio en celebración, que si no se publicaba porque era tan terrible lo que revelaba que nos podía dar un jamacuco (¿más terrible que la posibilidad cierta de ir al Infierno de la que ya nos informaron en el catecismo de niños?), que sí se publicó pero Juan Pablo II mintió diciendo que lo publicaba todo cuando en realidad ocultó parte, que si la vidente Lucía fue sustituida por una doble para así retrasar más la publicación… Desconfianza y más desconfianza, muy grata a Satanás, por un asunto menor. Los Santo Evangelios, como revelación auténtica y pública que son, no dan esos problemas.

     Y la cosa sigue y sigue. Cada cierto tiempo se desata un nuevo ciclo de especulaciones, desconfianzas, fantasías y pérdida de tiempo. Siempre hay alguien dispuesto a sacar ‘nueva pruebas’ de vaya a saber qué; y con internet más, mucho más, mucha más difusión de cualquier ocurrencia nueva o reciclada.

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