Instituto de Béjar |
En una facultad, cierta alumna le suspendió un examen; cosa rara, pero acudieron los padres a hablar con el profesor. El profesor dio algunas explicaciones mientras la madre se iba apasionando y el padre tiraba de ella para marcharse; al final ella soltó el argumento supremo: “Mi hija no es una gamberra.” ¿A qué venía eso? ¿Qué tenía que ver la calificación de un examen de Química con el eventual gamberrismo de la hija ni qué le importaba eso al profesor? ¿Se dedicaría esa madre a imbuir en su hija la idea de que los fracasos académicos se debían a mala querencia de los profesores? Sea lo que fuese, con esa cabeza, la mujer no podía transmitir cosa buena a su hija.
Una madre, llamada por la conducta de su hijo, se presentó vestida de motera, posó el casco sobre la mesa del jefe de estudios del instituto y declaró: “Comprenderá que soy joven, tengo que vivir mi vida y no puedo ocuparme de mi hijo.” ¡Pobre hijo! Y si usted no se ocupa, señora, ¿quién se ocupará? Transmitiéndole semejante ejemplo de egoísmo, de hedonismo no creo que el muchacho acabase siendo un ejemplo de virtudes; claro que Dios puede hacer milagros.
Convocado para tratar sobre la nulidad académica de sus hijas el padre afirmó: “Mis hijas estarán aquí hasta que se casen.” Supongo que el profesor se sentiría cualquier cosa menos animado en su tarea, pero, estimado padre ¿no sería bueno que mientras se casan o no sus hijas aprendan algo, aunque solamente sea que cojan los buenos hábitos que acompañan al estudio? Muchos pensamos que es bueno para los hijos que las madres tengan cultura, quizás ese señor la consideraba perjudicial para sus futuros nietos.
Un alumno, en clase, hirió con su navaja a una compañera. El padre tuvo a bien iluminar a la jefa de estudios con la siguiente información: “Todos hemos sido jóvenes y tenido navaja y dado y recibido navajazos.” ¿En qué ambiente degradado y violento vivía ese padre? Está claro que no podía transmitir a su hijo unos mínimos de moral, ni siquiera de modales o normas de convivencia. Incluso en lo más pragmático estaba desorientándolo acerca del funcionamiento de la sociedad en que vivía: una amplia mayoría de adolescentes españoles ni llevan navaja ni mucho menos se dedica a dar y recibir navajazos. ¿Estaría dirigiendo a su hijo hacia un futuro carcelario?
Para informarse de la marcha de un alumno, francamente flojo, acudió un hombre que empezó aclarando: “Soy el hermano de la segunda mujer del padre.” Así que al pobre muchacho no le dedicaban su tiempo ni el padre, ni la madre, ni siquiera la madrastra. No es extraño que se llegue a calificar de huérfanos a los hijos de divorciados, ni es el único caso en que son los parientes postizos los que se ocupan algo de esos huérfanos.
Ante problemas de disciplina de su hija un padre manifestó: “En casa andamos desnudos, pero tenemos muchos libros.” La directora del instituto, después de años jubilada, sigue sin entender la lógica oculta en esas palabras. Si la pobre muchacha, con más o menos ropa, estaba sometida a continuo bombardeo de semejantes abstrusidades ¿qué idea se formaría de la vida y del mundo?
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