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Misa Vetus Ordo con el sacerdote debidamente revestido |
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Misa Novus Ordo con el sacerdote sin casulla y pantalla para proyecciones |
Lo que podemos llamar la codificación definitiva de la misa Vetus Ordo vino de la mano del Concilio de Trento y San Pío V. El Concilio, además de una muy valiosa doctrina sobre el Santo Sacrificio de la Misa, dio algunas disposiciones prácticas para evitar o corregir malas costumbres. San Pío V, que puso gran empeño en aplicar el Concilio de Trento, hizo publicar en 1570 un misal que recogía la forma en que entonces se celebraba el Rito Romano, sin innovaciones arbitrarias, sin “esto se cambia porque yo soy el Papa”; dispuso que su misal se usase en toda la Iglesia Latina, salvo aquellos lugares que tuviesen otro rito de, al menos, doscientos años de antigüedad y quisiesen seguir con él en vez de cambiar al Rito Romano.
La codificación de San Pío V fue tan respetuosa con lo que había, con la forma ya tan consolidada en que entonces se celebraba el Rito Romano, que su misal se diferenciaba poco del más antiguo de los impresos, el que se publicó en Milán en 1474, el cual seguía fielmente a uno de la época de Inocencio III, cuyo pontificado se extendió de 1198 a 1216. San Pío V no se dejó llevar de las corrientes de momento, de las últimas novedades de los teólogos de moda, descubrimientos reales o imaginarios de los historiadores u opiniones sobre la liturgia; se atuvo a la buena doctrina y la tradición litúrgica.
Desde la edición de 1570 el Misal Romano tuvo pequeñas variaciones, se puso o quitó alguna cosa, se cambiaron algunas rúbricas, pero siempre poco y con cuidado; nada, ni remotamente parecido, a “voy a hacer una misa distinta a la tradicional”. Seguramente hubo muchos fieles que no llegaron a percibir los cambios que se efectuaron durante sus vidas. Los miramientos con que los papas hacían modificaciones en el misal quedan de manifiesto en uno al que propusieron un pequeño cambio, la introducción de San José en el Canon, y no se atrevió diciendo: “solo soy el Papa”. Ese es el espíritu de respeto a la liturgia con el que fue madurando el Vetus Ordo durante siglos. Aunque no seas ni muy santo ni muy sabio, a base de siglos de cambios prudentes, incluso por el simple método de prueba y error, conseguirás algo con muchos aciertos y pocos defectos.
El caso del misal de Pablo VI, el misal que en 1970 codificó el Novus Ordo, no se parece por lo más remoto a la formación y lenta maduración del Vetus Ordo. Simplemente Pablo VI nombró una comisión, en cuyo seno se crearon equipos de trabajo, para que hiciese un misal nuevo. Nada de quitar o poner algo en el antiguo, ni siquiera traducir el antiguo a lenguas vernáculas con algunas adaptaciones. No. Se trataba de hacer un misal nuevo de principio a fin aprovechando algunos materiales del antiguo para el nuevo, pero como quien recoge de entre los escombros de una casa algunos ladrillos que le vienen bien para la construcción de otra casa distinta.
Alguien se tomó la molestia de comparar el misal anterior a Pablo VI con el de este papa, el resultado fue:
- sólo un 13% de las oraciones del misal antiguo pasaron intactas al nuevo.
- un 24% de las oraciones antiguas se retocaron para adaptarlas a la mentalidad moderna.
- un 11% se combinaron, mejor o peor, con otras oraciones.
- un 52% de las oraciones del antiguo misal se desvanecieron, no aparecen por ninguna parte en el nuevo; se ha despreciado la larga tradición oracional que aportaban.
En cuanto a las oraciones adaptadas a la mentalidad moderna ¿qué tiene de bueno una mentalidad favorable a la irreligión, el divorcio, la promiscuidad sexual, la negación del pecado, etc. cosas que ya estaban totalmente presentes en 1970? ¿qué tiene de bueno adaptar las oraciones a esa mentalidad?
Esa comisión, que tenía que hacer tantas cosas nuevas, trabajó durante unos cinco años, no siglos, y salió lo que salió. Durante siglos solamente hubo una plegaria eucarística, el Canon Romano, cuidada con esmero; pues los listillos de la reforma litúrgica se inventaron otras tres plegarias y una de ellas, anécdota nunca desmentida, fue compuesta de un día para otro y, en lo fundamental, por dos individuos del grupo de trabajo correspondiente mientras comían en un restaurante. Claro que si lo queremos mirar a modo de botella medio llena podemos dar gracias a Dios de que no salió mucho peor. Frente a la humildad de la lenta elaboración de siglos del Vetus Ordo, tenemos la autosuficiencia, soberbia o complejo de superioridad de los que se creen capacitados para elaborar toda una nueva forma de dar culto a Dios en poco tiempo. Se consideraban muy por encima de los que tardaron siglos en elaborar el Vetus Ordo.
Para la invención del nuevo misal se crearon siete grupos de trabajo (y muchos más para pergeñar otras novedades litúrgicas) con los siguientes encargos:
- El ordinario de la misa
- Las lecturas de la misa
- La plegaria universal
- Las misas votivas
- El canto en la misa
- Estructura general de la misa
- Concelebración y comunión bajo las dos especies
No le veo lógica a la división del trabajo efectuada en este caso, aunque lo peor es la desgraciada idea de que el máximo acto de culto a Dios puede consistir en ir diciendo y haciendo una serie de cosas sueltas ideadas por distintos grupos de engreídos. Existen muebles que se venden en piezas, pero tales muebles han sido creados por un diseñador o equipo de diseño para que todo encaje y armonice. A nadie se le ocurre encargar el diseño de las patas de un mueble a un grupo de trabajo, el de los cajones a otro grupo, el tablero a otro… ¿Y si al final las cosas diseñadas por cada uno a su aire ni siquiera encajan? ¿Y si encajan en cuanto a medidas pero son de una falta de armonía estética total?
Pero todo se puede empeorar. Si la actitud y método con que se abordaron los trabajos con malos, la invitación de protestantes a colaborar es de locos o de traidores a la Religión Católica. En la misa hay, al menos, tres puntos dogmáticos de máxima relevancia: la misa es el sacrificio redentor de Cristo, y los protestantes niegan su carácter sacrificial; en la misa el Verbo Eterno Encarnado se hace presente por la transubstanciación, y los protestantes niegan la Presencia Real; el Sacrificio de Cristo solamente puede ser ofrecido por un sacerdote ordenado en línea de sucesión apostólica, y los protestantes niegan el sacerdocio ministerial, el sacramento del Orden y la sucesión apostólica. Si en vez de invitar a protestantes hubiesen invitado ateos o satanistas la disonancia no habría sido mucho mayor.
Circuló la idea de invitar ortodoxos a los trabajo si bien, por lo que sea, no se les invitó. Ese “por lo que sea” podría deberse a que la doctrina de los ortodoxos en estos puntos es tan católica que dificultaría a los que manipularon arteramente los trabajos de invención del nuevo misal la introducción de influencias heréticas, las de los protestantes. De hecho hubo participantes en esos trabajos que ponderaban mucho el acercamiento a los protestantes que suponía la nueva liturgia.
Estas influencias e intenciones de tipo protestante se manifiestan en múltiples lugares del nuevo misal, alcanzando su culmen en la definición de misa que daba la Ordenación General del Misal Romano en su primera redacción, absolutamente herética. Afortunadamente hubo cardenales, Ottaviani y Bacci, que convencieron a Pablo VI de corregir aquella aberración y hasta hubo que retirar de la venta y destruir los primero ejemplares impresos del nuevo misal. La definición herética hablaba de Cena del Señor, reunión del Pueblo de Dios, memorial… de cualquier cosa menos de Sacrificio de Cristo. Por desdicha, de la larga lista de objeciones presentadas por Ottaviani y Bacci a Pablo VI esa de la definición de misa fue la única aceptada de cierta significación.
Hay un aspecto de mucha importancia moral en la creación e imposición del Novus Ordo: la mentira. Una y otra vez se afirmó que se estaba haciendo la reforma litúrgica ordenada por el Concilio Vaticano II cuando se hizo, de la forma más flagrante, lo contrario a lo dispuesto en la constitución Sacrosanctum Concilium en que el Concilio dio normas sobre la reforma de la liturgia.
En el documento denominado Constitución Sacrosanctum Concilium el Concilio Vaticano II incluyó doctrina, bastantes criterios vagos y algunas precisiones sobre la reforma de la liturgia, en especial del Rito Romano, pues de los demás apenas menciona que pueden ser reformados. La doctrina es muy buena y ha sido muy ignorada, pero no determina si la reforma que se hizo estuvo bien o mal; muchos de los criterios son demasiado vagos y cada uno puede tomarlos por donde quiera; algunas normas precisas no admiten escapatoria y es notorio que se han incumplido.
La Constitución empieza así: «Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.» Pues vale. Buenas intenciones sin consecuencias prácticas.
Pero el siguiente punto ya tiene más enjundia doctrinal e incluso práctica: «En efecto, la Liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra Redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia…» Aquí se habla del “divino sacrificio de la Eucaristía”, mientras que los autores del nuevo misal tenían en su mente la exclusión del concepto de sacrificio, como demostraba la definición herética de misa que llevaron a la imprenta. De entonces acá se ha repetido machaconamente, por parte de los novusordistas, año tras año y década tras década “Eucaristía, Eucaristía, Eucaristía…”, omitiendo toda referencia a “divino sacrificio” hasta el punto de que buena parte de los fieles ignoran que la misa es un sacrificio y piensan en cosas como reunión piadosa, un acto de culto, una costumbre cristiana o una “Eucaristía” que ni saben bien lo que significa ni asocian con “divino sacrificio”.
No todos los que repiten la palabra “Eucaristía” maquinalmente carecen de propósito; por parte de bastantes de los que intervinieron en la reforma litúrgica se trata de una protestantización deliberada para ocultar el concepto de “divino sacrificio” al que los protestantes se oponen. En el Vetus Ordo se da todo lo contrario, una de las expresiones que se usaba corrientemente era la de “Santo Sacrificio de la Misa”; obsérvese lo poco complaciente de la expresión para con los protestantes.
Una comparación del último misal Vetus Ordo, el de 1962, que incluye toda clase de instrucciones, rúbricas y la totalidad de las lecturas de la misa, con una edición reciente para España del Novus Ordo que incluye la Ordenación General del Misal Roman y rúbricas, pero no las lecturas que están en leccionarios aparte, permite ver el uso que se hace de los conceptos de sacrificio y eucaristía:
- Vetus Ordo: 33 veces eucaristía y sus derivados, 146 veces sacrificio y sus derivadas.
- Novus Ordo: 147 veces eucaristía y sus derivadas, 140 veces sacrificio y sus derivados.
Podría pensarse que el Novus Ordo es equilibrado en el uso de los conceptos mencionados, pero la práctica no es ni ha sido nunca así, desde su introducción lo que más repiten sacerdotes y fieles es: “Eucaristía, Eucaristía, Eucaristía…”
En Sacrosanctum Concilium se dicen cosas como «… la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor … Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.» ¿Es compatible este considerar la Liturgia como cumbre, manantial de toda la fuerza, finalidad de los trabajos apostólicos, etc. con haber dejado reducida la misa en el Novus Ordo a algo bastante escuálido en cuanto a solemnidad, empobrecimiento de oraciones y ocultación de lo sacrificial?
En Sacrosanctum Concilium se dan una normas disciplinares, no sobre lo que hay que cambiar en la Liturgia sino sobre la autoridad que puede hacerlo; darían risa si no fuese que dan pena:
«22. §1. La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo.
§ 2. En virtud del poder concedido por el derecho la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos.
§3. Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.»
La arbitrariedad de la reforma litúrgica perpetrada bajo la autoridad de Pablo VI ha llevado a que todo el mundo, simples sacerdotes o los grupos de liturgia de las parroquias, se considerasen con capacidad para añadir, quitar o cambiar lo que les dé la gana. Se ha introducido, en la práctica, un desorden litúrgico en que es difícil encontrar templos en que se celebre la misa siguiendo el misal. ¿Si los grupos de trabajo esos, que elaboraron el nuevo misal, alteraron un depósito de siglos con el mayor desprecio a su mucho valor, porqué no puedo yo alterar lo que hicieron esos grupos que solamente supone un depósito de años y, en bastantes casos, tiene un valor francamente limitado? ¿Acaso no conozco yo mejor que ellos las circunstancias particulares de mi comunidad? Ya pasaron décadas desde que los muchachos de Pablo VI inventaron su misa ¿acaso no hay que hacer adaptaciones al tiempo presente, a circunstancias que ellos no previeron? Y con estos razonamientos, un poco de ignorancia de lo que es la liturgia y otro poco de soberbia se puede hacer cualquier cosa.
Otra disposición de Sacrosanctum Concilium que se obvió en la reforma litúrgica es: «… no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes…» Debe entenderse que desarrollar orgánicamente a partir de lo que existe es modificar lo que existe, no hacer algo totalmente nuevo.
Pero quizás el incumplimiento más evidente, se esté a favor o en contra y se interpreten como se interpreten otras disposiciones de Sacrosanctum Concilium, es lo referente al uso del latín y la lengua vernácula:
«36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos…»
Y más adelante el Concilio añadió:
«54. En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.
Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.»
Y por si fuera poco:
«116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.
Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30.»
Pero lo que se hizo en la reforma fue barrer el latín absolutamente, sustituirlo siempre y en todas las partes de la misa por la lengua vernácula. Jamás se ha intentado que el pueblo pueda recitar algunas partes en latín, al contrario, se ha impedido al suprimir al latín de esas partes.
Del canto gregoriano y la polifonía mejor no hablar: exclusión total. Si excluimos absolutamente el latín ¿cómo vamos a cantar en latín? Y teniendo en cuenta la zafiedad musical, guitarra y pandereta, en que se ha caído ¿cómo cantar esas exquisiteces? Reconozcamos que no se ha hecho la miel para la boca del asno.
¿Cuál fue el pretexto para incumplir a fondo lo establecido por el Concilio Vaticano II respecto al latín? Que el pueblo no entiende el latín, cosa cierta, aunque se han mantenido en muchos casos los “kyries” que son griego y el pueblo todavía entiende menos; también podríamos hablar de “amén” y “aleluya” que es hebreo y no creo que el número de los que dominan ese idioma supere al de los que conocen latín.
Si atribuimos buena voluntad a los que saltaron a la torera el precepto conciliar para eliminar totalmente el latín –si pensamos lo peor ya no habría más que decir- hay que reconocer que eran bastante ingenuos creyendo que entender las palabras es lo mismo que entender la misa o la materia de que se trate en cada caso. Parece que tampoco tenían experiencia como profesores, o si lo fueron no aprendieron nada ejerciendo como tales. Yo he dado clase en lengua vernácula y una parte de los alumnos no me entendían; podía repetir la explicación con las variaciones posibles, pero siempre en lengua vernácula, y algunos seguían sin entender. Y eso que se trataba de explicaciones, de intentos de facilitar la comprensión de la materia, cosa que no ocurre con la misa; en misa no se dan explicaciones, ni mucho menos se repite para los que no entienden a la primera; además el contenido de la misa es mucho más profundo, mucho menos alcanzable para el entendimiento humano que las materias que yo enseñaba. ¿Cómo puede suponerse que, por ser en lengua vernácula, entender las palabras que el sacerdote dice en misa supone entender la misa, su finalidad, su misterio?
No es necesario entender las palabras de la misa; hay que entender la misa, hay que catequizar adecuadamente a los fieles sobre la misa, darles buena doctrina y crear un ambiente, un ceremonial, que haga evidente que en ella hay más de lo que se ve y se oye. Si se empieza por excluir la noción de sacrificio y se continúa con una forma de celebrar ramplona, si el sacerdote se reduce a una especie de animador litúrgico, si la disposición del altar, la posición del sacerdote y todos los gestos sugieren que la misa se dirige a los asistentes en vez de a Dios, ni se entiende ni se puede entender la misa cualquiera que sea el idioma en que se celebre. En resumen, la misa Vetus Ordo en latín ayuda a una comprensión más profunda de lo que se celebra que la Novus Ordo en lengua vernácula; la primera apunta hacia su verdadero sentido, la segunda desvía del que debiera ser su verdadero sentido.
También se abrió, y hay referencias de que se hizo malintencionadamente, una brecha enorme en la ortodoxia con las traducciones a los diversos idiomas y la posibilidad de añadir cosas en las traducciones. El misal de Pablo VI se elaboró en latín, pero en cada país o grupo de países que comparten idioma había de traducirse a la lengua vernácula con escaso control centralizado sobre las traducciones. Creamos o no lo de “traduttore, traditore” lo cierto es que no todo traductor es técnicamente bueno y católicamente fiable; de los adaptadores y adicionadores todavía hay que fiarse menos.
Sirva de ejemplo que en los misales españoles hay expresiones que invitan a pensar, en los funerales, que el difunto ya ha resucitado y durante décadas hemos soportado un prefacio que decía “el domingo sin ocaso cuando la humanidad entera entrará en tu descanso”. Ese prefacio, al que en la última edición se le quitó el “entera”, es claramente herético pues si la humanidad entera entra en el descanso, en el Cielo, ¿estamos afirmando que nadie se ha condenado, ni se puede condenar jamás? ¿estamos afirmando que el Infierno no es eterno y se acabará al final de los tiempos? ¿estamos ante una herejía tipo apocatástasis o algo similar? En el Vetus Ordo ni los muertos resucitan durante el funeral ni se afirma que todos iremos al Cielo queramos o no; el Vetus Ordo es católico.
La introducción de estos disparates en la versión española, la posible traición de traductores y adaptadores, no es un accidente indeseado, era uno de los propósitos que abrigaban parte de los creadores del nuevo misal deseosos de dejar margen para que en las traducciones se introdujesen novedades doctrinales (su nombre correcto es herejías) que ellos no podían introducir en la versión latina mucho más vigilada (recordemos lo que hicieron los cardenales Ottaviani y Bacci) que las posteriores versiones nacionales en lengua vernácula.
Sin llegar a lo herético podemos encontrar fácilmente una de esas modificaciones subrepticias por parte de manipuladores del misal. En el punto 299 de la Ordenación General del Misal Romano, que suele ocupar las primeras páginas de cada misal de altar, la web del Vaticano pone: «Constrúyase el altar separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y la celebración se pueda realizar de cara al pueblo, lo cual conviene que sea posible en todas partes.» En cambio la última edición del misal para España pone: «El altar se ha de construir separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y celebrar de cara al pueblo, que es lo mejor, donde sea posible.» ¿De dónde ha salido ese “que es lo mejor”? Pues de la falsificación sistemática de los misales nacionales que llevamos desde hace más de medio siglo.
Si hemos de conocer el valor de las cosas por sus frutos la victoria del Vetus Ordo sobre el Novus Ordo es apabullante. La mayoría de los santos de los últimos siglos, entre ellos una gran parte de los más admirados, no asistieron a otra forma de misa más que la Misa Tradicional en Latín, sea tras su codificación de 1570 por San Pío V o sea en sus formas previas; la mayoría de los mártires españoles de hace noventa años tampoco asistieron a otra forma de misa, salvo muchos de los mártires de Toledo que asistieron al Rito Mozárabe. La mayoría de los muchos millones de apóstatas que tenemos ahora en la Iglesia no asistieron a otra forma de misa más que la de Pablo VI. Por este lado no se puede decir que la reforma litúrgica haya sido un éxito, ni que el intento de aproximar la misa al pueblo haya servido para otra cosa que hacer salir huyendo a ese pueblo. En latín, sin necesidad de entender ese idioma, las generaciones de fieles se iban transmitiendo la fe durante siglos; en lengua vernácula, entendiendo las palabras sin entender la misa, la fe se ha extinguido en amplias capas de la población en solamente medio siglo. ¿Algún enemigo de Dios podría haber soñado con semejante victoria?
Basta asistir a misa en unos cuantos templos de una y otra forma ritual. La diferencia de dignidad de las celebraciones, de piedad de los fieles, de sensación de estar asistiendo a un rito sagrado de culto a Dios es abrumadoramente favorable al Vetus Ordo. Hay celebraciones del Novus Ordo perfectamente dignas, pero ni son lo mayoritario ni la autoridad eclesiástica se esfuerza en llevarlas por ese camino. En el Novus Ordo dominan la arbitrariedad de los sacerdotes, el comportamiento poco respetuoso de los asistentes, a veces fruto de su profunda ignorancia sobre lo que se celebra, y el progresivo envejecimiento de la concurrencia con el final vaciamiento de los templos.
Asistir a las dos formas del Rito Romano también nos permitirá saber de qué parte está la buena doctrina y la mala. Aparte de los errores que pueda contener el misal Novus Ordo, es casi seguro que todos los disparates y herejías que lleguemos a oír salgan de labios de los sacerdotes que lo celebran. Oír una herejía de labios del que predica en una misa Vetus Ordo debe ser más difícil que el paso de un camello por el ojo de una aguja. Los que celebran la Misa Tradicional, sacerdotes y fieles, tienen un apego a la doctrina de la Iglesia, la recibida de los Apóstoles, que les hace repeler el error. No es mérito suyo, es que la misma santidad de la Misa Tradicional y el habérseles concedido apreciarla, es un escudo contra el error. En cambio los fieles del Novus Ordo se someten fácilmente a cualquier nuevo viento de doctrina, tragan cualquier predicación errónea, y acaban fácilmente en la apostasía; el Novus Ordo no supone una apoyo firme para la fe.
Muchas de las consideraciones anteriores solamente tienen valor para un católico, alguien que crea íntegramente la doctrina católica, que afirme que la católica es la única religión verdadera y la Iglesia Católica la única fundada por Cristo; para alguien que considere que el depósito de la fe es un legado sagrado que nos han transmitido desde los Apóstoles y debe ser preservado en la doctrina, la liturgia y la vida. El que piensa tonterías, como que todas las religiones conducen a Dios o que la Iglesia debe seguir las corrientes del Mundo en vez de cambiarlas por corrientes cristianas, estará a favor del Novus Ordo, dentro de que realmente la religión, toda religión y no únicamente la católica, le trae ampliamente al fresco y lo más normal es que tampoco asista a las misas Novus Ordo.
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