martes, 12 de abril de 2022

Misa crismal

     Hoy asistí a la misa crismal en la catedral de Oviedo. Ofició el Arzobispo junto con no menos de 98 presbíteros. También hubo cinco diáconos, maestro de ceremonias, cantores solistas –no coro- y acólitos. De público, perdón, fieles asistentes solamente un centenar, la vez que menos hemos acudido; poco más que mediados los bancos de la nave central y vacías las, inútilmente dispuestas, sillas de las naves laterales.
     La procesión de entrada ya valió la pena. Aunque las normas solamente exigen que lleve casulla el celebrante principal, todos los presbíteros la llevaban y todas iguales; nunca lo había visto en nuestra catedral. Pero lo que me llevó al borde del pasmo fue ver acólitos con alba, cíngulo y amito. ¡El colmo de la corrección indumentaria! Lo que nunca había visto ni esperado ver: parte de los acólitos con amito. No es como para que diga con el anciano Simeón «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz…». Lo que he visto no es para tanto como lo que vio él, pero poco más me queda por ver en liturgia Novus Ordo.
     Toda la celebración transcurrió con gran corrección, no advertí ningún incumplimiento de las normas litúrgicas. La comunión de los celebrantes, que en otras ocasiones fue una chapuza, está vez se hizo como está mandado, y hasta hubo algo de latín: Sanctus y Paternoster. Puro espíritu de la letra del Vaticano II.
     Al final solamente pude preguntarme ¿habrán recapacitado dándose cuenta de que ni el mal gusto ni la arbitrariedad litúrgica conducen a nada? También puede ser algo más sobrenatural: los responsables de la celebración fueron de excursión a Damasco y alguno dio un traspiés por el camino con resultados paulinos. Por mi parte solamente puedo pedir a Dios, al Arzobispo y a los responsables de las liturgias catedralicias que sigan avanzando por este camino.