miércoles, 16 de marzo de 2016

Posibles cambios en la formación de los sacerdotes

Seminario de Oviedo
     El semanario Alfa y Omega, en su número del 10 de marzo de 2016, publicó un artículo en el que afirma se están preparando en el Vaticano nuevas directrices sobre la formación de sacerdotes. Las novedades que menciona son:
     - Retraso de la edad mínima para la ordenación a los 27 años debido a las cada vez mayores carencias afectivas, humanas y de maduración con que llegan los jóvenes al seminario.
     - Creación de un curso introductorio previo al ingreso definitivo en el seminario, por los mismos motivos del punto anterior.
     - Distribución en siete años de los estudios de Filosofía y Teología, que han de ser más profundos que los actuales, y refuerzo de la etapa pastoral en los últimos años.
     - Mayor importancia en la configuración con Cristo que en la formación académica.
     - Insistencia en la dimensión comunitaria para evitar el aislamiento y la soledad.
     Posiblemente sean diferentes los problemas de la formación sacerdotal en países occidentales, en que la Iglesia se halla en una decadencia tan lamentable como merecida, de los que se dan en países donde la Iglesia prospera por el favor de Dios y la fidelidad de sus pastores, caso de amplias zonas de África. En España, por ejemplo, los jóvenes educados en un ambiente sólidamente católico, con un nivel de práctica y vida moral aceptables son una rareza por lo que resulta ilusorio pensar en surtir con ellos los seminarios; en la formación de sacerdotes habrá que partir de una materia prima de baja calidad.
     Continuando con un punto de vista español, creo que el aumento de la edad mínima de ordenación a los 27 años tendría poco efecto práctico pues, actualmente, son pocos los que ingresan en el seminario tan jóvenes como para ordenarse antes de esa edad; si, además, se alargan los estudios tales casos serán casi anecdóticos.
     Estoy de acuerdo con las consideraciones sobre las carencias afectivas, de madurez, etc. de los jóvenes actuales aunque no sé si cursos introductorios y alargamientos de estudios serán la solución. Ser sacerdote es una cosa muy seria y que requiere preparación, pero hay muchas titulaciones universitarias notablemente más cortas de lo que se pretende para los estudios sacerdotales que, a mi parecer, en cuanto a nivel académico, deberían ser análogos.
     Creo que las principales reformas que precisa la formación de los sacerdotes es el abandono de los errores que han arruinado los seminarios, que es más necesario disminuir los errores que mejorar lo que está pasablemente bien, que no es cuestión de medios sino de fines, de ideas claras sobre el porqué, para qué y cómo es eso de ser sacerdote. Poner demasiada confianza en los cambios del plan de estudios podría ser un error similar al que el Estado español comete desde hace décadas con su sistema educativo: cada reforma educativa consiste en cambiar el número de cursos de cada nivel, sus nombres y los nombres de muchos otros ingredientes del sistema educativo, incluso en gastar más dinero, pero nada de erradicar la indisciplina, la falta de estímulos para el estudio o la falta de objetivos claros y adecuados a lo que pueden dar de sí instituciones de enseñanza llevadas por funcionarios.
     Lo primero sería imbuir a los candidatos al sacerdocio de la idea de que lo fundamental del sacerdocio es su carácter sacramental que le configura con Cristo para ofrecerlo en sacrificio al Padre, administrar su perdón, propagar su palabra, etc. Hay que dejar claro que todo eso de servir a los hombres, ideas sociales, liderazgos y similares puede estar bien, a veces está muy bien, pero la forma específica de servir al prójimo y que debe estar en la base de cualquier otro servicio, es esa configuración sacramental con Cristo, que el servicio de los servicios al prójimo es ayudarlo en el camino de la salvación eterna. Y al que vaya con otras ideas hay que echarlo del seminario; que piense seriamente si tiene esa idea propiamente sacerdotal del sacerdocio o tiene ideas más de ONG piadosa o partido político, en cuyo caso debe marcharse.
     Hay que dejar de jugar con el celibato sacerdotal, de hablar de un posible futuro en que los sacerdotes se casen o se ordene a hombres casados. El celibato sacerdotal en la Iglesia latina no es un dogma, pero como si lo fuese. Los seminaristas tienen que tener muy claro que la Iglesia latina no piensa renunciar al don del celibato para sus sacerdotes, que sería un disparate hacerlo, que es un don de Dios y lo que para los hombres es imposible es posible para Dios. Y todavía tiene que estar más claro que el seminarista no puede tener novia, ni amiga más o menos especial, ni desear tenerlas ni buscarlas. El camino del matrimonio es santo y bueno, el seminarista puede seguirlo en cualquier momento en que lo considere oportuno, pero no es el del sacerdocio. Y este celibato tiene que estar integrado con la castidad en todos sus aspectos, una virtud que todos debemos implorar a Dios y en la que un futuro sacerdote tiene que servir de ejemplo a los fieles que le toque pastorear.
     Estas pasadas décadas los pocos seminaristas que ha producido España han tenido que soportar profesores herejes, libros heréticos, han sido llevados hacia todo tipo de errores, al menos en muchos seminarios, no en los pocos que funcionan bien de verdad y se hallan más nutridos de candidatos al sacerdocio. Los resultados han sido desastrosos por varios motivos; entre otras cosas me gustaría que alguien pudiese responder a la pregunta: ¿cuántos seminarista católicos se habrán espantado de las doctrinas que encontraron en el seminario y habrán salido huyendo aun a costa de abandonar una auténtica vocación por el sacerdocio? Para el que tiene un mínimo de fe católica es evidente que los futuros sacerdotes deben recibir buena doctrina, ser sumergidos en ella, configurar con ella su pensamiento, que cualquier rechazo o tratamiento displicente de la verdad incapacita para ser sacerdote pues convierte al mismo en un daño para los fieles.
     También el estilo de vida de los seminaristas debería cuidarse y evitar que utilicen el seminario como una simple pensión en la que viven, entran y salen a su antojo. Inmadurez, heridas afectivas, malas costumbres pueden tratarse, en parte, con una vida de orden, disciplina, recogimiento, austeridad y, en el peor de los casos, un estilo de vida así no es malo para nada. Creo que los jóvenes actuales no pueden madurar, ni pensar apenas, volcados en lo externo y fugaz: mucho teléfono y redes sociales, mucho contacto superficial con amistades superficiales, ir y venir continuamente de un lado para otro, persecución continua de sensaciones y novedades. Tengo la impresión de que hay casos de auténtico miedo a quedarse a solas consigo mismos. Sumemos la falta de disciplina que los jóvenes actuales han padecido en el seno familiar y en el ambiente escolar, que suele traducirse en falta de autodisciplina, en poca capacidad para llevar una vida ordenada, metódica y de ajuste a unas obligaciones. Que los seminaristas lleven una vida con horarios, cierta monotonía, largas horas sin uso de teléfonos ni otras comunicaciones externas y alguna austeridad resultaría terapéutico y un buen entrenamiento para su futura vida sacerdotal que, entre otras cosas, contará con un sueldo francamente modesto.

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