viernes, 13 de octubre de 2017

El Papa cuela mosquitos, traga camellos y genera confusión

     En los primeros tiempos de su pontificado, Francisco dijo que no iba a estar hablando del aborto a diario y creo que lo ha cumplido. Habla de la pena de muerte, que parece ser el mal de los males en lo que se refiere a respeto a la vida humana.
     Fue notable que, al hablar ante el Congreso de los Estados Unidos el 24 de septiembre de 2015, dijese «La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo.» ¡Un millón de abortos al año en ese país! ¡El Papa va a defender la vida frente a los abortistas, incluidos los católicos «pro choice»! No, hermanos, no; lo siguiente que dijo Francisco fue: «Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito.» Un millón de muertes al año no interesa, doscientas sí, pues así se sigue la corriente de las élites bienpensantes de los países occidentales.
     Siguiendo en esta línea, el 11 de octubre de 2017, pronunció un discurso en una especie de congreso promovido por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización en el que se manifiesta contrario a la pena de muerte, lo que veo bien, pero con un tono doctrinal que veo mal. Dijo:
     «In questo orizzonte di pensiero mi piace fare riferimento a un tema che dovrebbe trovare nel Catechismo della Chiesa Cattolica uno spazio più adeguato e coerente con queste finalità espresse. Penso, infatti, alla pena di morte. Questa problematica non può essere ridotta a un mero ricordo di insegnamento storico senza far emergere non solo il progresso nella dottrina ad opera degli ultimi Pontefici, ma anche la mutata consapevolezza del popolo cristiano, che rifiuta un atteggiamento consenziente nei confronti di una pena che lede pesantemente la dignità umana. Si deve affermare con forza che la condanna alla pena di morte è una misura disumana che umilia, in qualsiasi modo venga perseguita, la dignità personale. E’ in sé stessa contraria al Vangelo perché viene deciso volontariamente di sopprimere una vita umana che è sempre sacra agli occhi del Creatore e di cui Dio solo in ultima analisi è vero giudice e garante. Mai nessun uomo, «neppure l’omicida perde la sua dignità personale» (Lettera al Presidente della Commissione Internazionale contro la pena di morte, 20 marzo 2015), perché Dio è un Padre che sempre attende il ritorno del figlio il quale, sapendo di avere sbagliato, chiede perdono e inizia una nuova vita. A nessuno, quindi, può essere tolta non solo la vita, ma la stessa possibilità di un riscatto morale ed esistenziale che torni a favore della comunità.
     Nei secoli passati, quando si era dinnanzi a una povertà degli strumenti di difesa e la maturità sociale ancora non aveva conosciuto un suo positivo sviluppo, il ricorso alla pena di morte appariva come la conseguenza logica dell’applicazione della giustizia a cui doversi attenere. Purtroppo, anche nello Stato Pontificio si è fatto ricorso a questo estremo e disumano rimedio, trascurando il primato della misericordia sulla giustizia. Assumiamo le responsabilità del passato, e riconosciamo che quei mezzi erano dettati da una mentalità più legalistica che cristiana. La preoccupazione di conservare integri i poteri e le ricchezze materiali aveva portato a sovrastimare il valore della legge, impedendo di andare in profondità nella comprensione del Vangelo. Tuttavia, rimanere oggi neutrali dinanzi alle nuove esigenze per la riaffermazione della dignità personale, ci renderebbe più colpevoli.
     Qui non siamo in presenza di contraddizione alcuna con l’insegnamento del passato, perché la difesa della dignità della vita umana dal primo istante del concepimento fino alla morte naturale ha sempre trovato nell’insegnamento della Chiesa la sua voce coerente e autorevole. Lo sviluppo armonico della dottrina, tuttavia, richiede di tralasciare prese di posizione in difesa di argomenti che appaiono ormai decisamente contrari alla nuova comprensione della verità cristiana. D’altronde, come già ricordava san Vincenzo di Lérins: «Forse qualcuno dice: dunque nella Chiesa di Cristo non vi sarà mai nessun progresso della religione? Ci sarà certamente, ed enorme. Infatti, chi sarà quell’uomo così maldisposto, così avverso a Dio da tentare di impedirlo?» (Commonitorium, 23.1: PL 50). E’ necessario ribadire pertanto che, per quanto grave possa essere stato il reato commesso, la pena di morte è inammissibile perché attenta all’inviolabilità e dignità della persona.»
     Empezando el examen del asunto por lo cuantitativo, son 506 palabras de un total de 1791 (incluyendo saludos, agradecimientos y demás cortesías), delante de estas 506 palabras hay otras 935 y después el discurso se completa con otras 350 palabras. No es una mención incidental ni un pequeño apéndice, es uno de los asuntos centrales del discurso. Sobre el aborto no hay ni una mención incidental, solamente la frase «dignità della vita umana dal primo istante del concepimento fino alla morte naturale» que ya forma parte del repertorio de todo católico cuando se quiere hablar genéricamente sin entrar en detalles, sin comprometerse mucho ni enfadar a los del pensamiento dominante.
     En la inmensa mayor parte del mundo ¿cuál es la mayor peligro que corre la vida de una persona? ¿ser condenada a muerte? ¿ser asesinada en el seno materno? ¿que la maten cuando está vieja y enferma? Este es otro aspecto cuantitativos a considerar si no queremos practicar un escapismo doctrinal.
     El congreso tenía algo que ver con la nueva evangelización, de la que tan necesitados están los muy descristianizados países de Europa occidental, precisamente países en que se ha suprimido la pena de muerte. ¿Vamos a reevangelizar más con el tema de la pena de muerte que con el del aborto y la eutanasia? ¿De verdad piensa el Papa que atraeremos a las masas tomando posturas rotundas en problemas inexistentes? Otro aspecto cuantitativo a considerar.
     En este discurso, tanto en el último de los párrafos que reproduzco como en los que le siguen, el Papa habla de la posible contradicción entre su nueva doctrina y la del pasado y del carácter no estático del Depósito de la Fe. Dejando a un lado si eso del carácter no estático puede dar motivo a una corrección filial, y dejando a otro lado el abrumador número de grandes teólogos –hasta algún santo padre- que hablan de la licitud de la pena de muerte (en ciertos casos, con ciertas condiciones, no a capricho ni mucho menos), tomo del Denzinger una profesión de fe que el papa Inocencio III (tan Papa en su tiempo como lo es Francisco ahora) exigió a ciertos herejes valdenses en 1208 y completó en 1210 con la siguiente sentencia: «De la potestad secular afirmamos que sin pecado mortal puede ejercer juicio de sangre, con tal que para inferir la vindicta no proceda con odio, sino por juicio, no incautamente, sino con consejo.» Para mí, el que no atisbe una posibilidad de interpretación contradictoria entre enseñanzas pasadas y presentes tiene un problema intelectual.
     Esa profesión de fe que exigió Inocencio III a unos valdenses no tiene desperdicio, en ella se tratan muchos errores extendidos por la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI –lo antiguo, si es bueno, sirve para siempre; lo moderno y malo no sirve para nada ni ahora ni en el futuro-. En esa misma fórmula los herejes habían de admitir lo que sigue: «No negamos que hayan de contraerse las uniones carnales, según el Apóstol [cf. 1 Cor. 7], pero prohibimos de todo punto desunir las contraídas del modo ordenado. Creemos y confesamos también que el hombre se salva con su cónyuge...» y yo añadiría que se condena en unión carnal con quien no es su cónyuge, pero eso ya sería entrar en Amoris Laetitia.

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