viernes, 15 de octubre de 2021

¿Qué tienen que hacer el monaguillo y el pueblo en la Misa Tradicional?

     En los primeros días de la reforma impuesta por San Pablo VI, valiéndose del respeto que por aquel entonces tenían gran parte de los católicos a la autoridad del Papa, una señora le comentó a otra a la salida de Misa:
     - ¿Oíste al cura cuando dijo «El Señor esté con vosotros»?
     - Sí.
     - Pues eso quiere decir «Dóminus vobíscum».
     Sea cierta o no la anécdota, es lógico que entre dos formas de hacer algo, entre dos celebraciones distintas de la Misa, busquemos correspondencias y equivalencias, traslademos gestos, actitudes y modos de estar y participar de una a otra.
     Se me han borrado todos los recuerdos sobre lo que hacíamos los simples asistente a Misa antes de la catástrofe litúrgica, en cambio recuerdo bastante de lo que hacía como monaguillo y es idéntico a lo que hago al ayudar actualmente, salvo detalles (he necesitado más de medio siglo para pequeñas mejoras, no puedo presumir de progresos rápidos). Para suplir mi falta de memoria sobre lo que hacían los asistentes me he puesto a mirar lo que dice el Misal Romano de 1962 para compararlo con lo que veo cuando asisto a la Misa Tradicional y ver si hay influencias de la forma de celebración engendrada por las desdichadas ocurrencias de Pablo VI y colaboradores.
     En la sección «RUBRICÆ GENERALES MISSALIS ROMANI» ya advierte, al número 272: «Missa natura sua postulat, tu omnes adstantes, secundum modum sibi proprium, eidem participent. Varios autem modos, quibus fideles sacrosancto Missæ Sacrificio actuose participare possunt, ita oportet moderati, ut periculum cuiusvis abusus amoveatur, et præcipuus eiusdem participationis finis obtineatur, plenior scilicet Dei cultus et fidelium ædificatio.» Según esto todos los asistentes deben participar en la Misa, pero cada uno del modo que le es propio y evitando abusos, buscando conseguir el culto a Dios más pleno y de provecho para los fieles. El participar cada uno del modo que le corresponde y sin abusos va directamente contra las corrientes, habituales en el novusordismo, de hacer que los laicos desempeñen tareas propias de los clérigos y del confundir el participar con hacer cosas: que todos lean algo, lleven alguna cosa al altar, o incluso, bailen algo. La participación, en mucho de la duración de la Santa Misa, puede consistir en que los fieles se estén callados y piadosamente atentos; no hace falta que hagan nada, con que dejen que la redención de Cristo les alcance basta y sobra.
     El Misal es un libro un tanto desordenado y fragmentario, si fuese mal pensado creería que se hizo así con mala idea para que únicamente lo puedan entender iniciados. Hay que consultar varias secciones, dispersas a lo largo de centenares de páginas, para saber lo que han de hacer sacerdote, monaguillo y fieles durante la celebración de la Misa. Además de la ya mencionada «RUBRICÆ GENERALES…» hay que consultar la sección «RITUS SERVANDUS IN CELEBRATIONE MISSÆ» en que se prescribe, con minuciosidad difícil de creer si no se lee, cada ubicación, postura y gesto que ha de adoptar el sacerdote a lo largo de la Misa, con un entreverado de algunas instrucciones para el monaguillo y los simples asistentes. También hay que consultar la sección «ORDO MISSÆ», algo más explícita sobre el papel del monaguillo y los fieles, y la sección «CANON MISSÆ». No sé si alguna de estas que llamo secciones es una subsección de otra, el Misal no da facilidades para desentrañar ese tipo de estructuras.
     De un sitio y otro he tratado de extraer las normas para la Misa rezada, la de celebración más sencilla que no sea de difuntos ni contenga ninguna otra variante, sobre lo que han de hacer los fieles y el más singularizado de ellos, el monaguillo, al que se da la denominación latina «minister -tri», término que admite traducciones como «servidor», «ayuda de cámara» y «escanciador». Si tenemos en cuenta que se dedica a traer y llevar cosas que necesita el sacerdote, que puede haberle ayudado a revestirse en la sacristía y que en algún momento de la Misa echa vino en el cáliz, esas tres denominaciones le cuadran.
     Para salir de la sacristía, llegar al altar, colocar el cáliz, abrir el libro al lado de la Epístola, etc., antes de decir las primeras palabras de la Misa, al sacerdote se le prescriben un buen número de reverencias, genuflexiones, posiciones de las manos y los dedos… Del monaguillo se dice que vaya delante, lleve sobrepelliz y coja el bonete que le da el sacerdote. No estará de más que acompañe al celebrante en algunas reverencias y genuflexiones, pero no se dice.
     Llega el momento en que el sacerdote, en pie, debajo de las gradas del altar, dice «In nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti. Amen.» El Amen es del sacerdote, ni del monaguillo ni del pueblo. A continuación, el celebrante pronuncia la antífona «Introibo ad altáre Dei» y, en ese momento, el monaguillo ya tiene que estar arrodillado detrás y a la izquierda del sacerdote (el Misal no se molestó en advertirle previamente de que se pusiese así) y responderá a esta antífona y al Salmo 42 que sigue. Una norma que advierte que el pueblo estará arrodillado durante este salmo, el «Confíteor» y el resto de este bloque.
     Es habitual que los asistentes respondan a la antífona y el salmo, pero si nos atenemos al Misal puede que nos hallemos ante una contaminación novusordista o ante una costumbre antigua no reglada. Únicamente cuando el sacerdote repite la antífona, el Misal pone «℟. Ad Deum qui lætíficat iuventútem meam.», lo que da entrada a todos los fieles, que también responden al «Ꝟ. Adiutórium nostrum in nómine Dómini.» «℟. Qui fecit cælum et terram.»
     Pronuncia el sacerdote el «Confíteor» y es el monaguillo, o monaguillos, no el pueblo, el que debe responder con «Misereátur tui…» para, seguidamente, ser el monaguillo quien inicia su propio «Confíteor».
     Más o menos aquí empiezan las discrepancias entre distintas secciones del Misal. En la sección «Ordo» dice que el «Confíteor» lo pronuncia el monaguillo, pero la sección «Ritus Servandus» hay una disposición que dice: «Cum minister, et qui intersunt (etiamsi ibi fuerit Summus Pontifex), respondent Confíteor, dicunt tibi, pater, et te, pater, aliquantulum conversi ad celebrantem.» O sea, que todos recitan el «Confíteor» y si el Papa asistiese a Misa Tradicional ¡no nos caerá esa breva! también tendría que recitar el «Confíteor» y volverse hacia el celebrante en los pasajes indicados.
     El «Confíteor» es un curioso caso de barullo en una liturgia con tantas reglas; cada fiel lo recita a su aire con el guirigay correspondiente en que unos siguen dándose golpes de pecho cuando otros casi están acabando. Mejor sería que recitase el monaguillo en voz alta y de manera pausada, siguiéndole los demás en voz baja.
     En lo que sigue hasta que el sacerdote asciende hasta el altar también debe responder el pueblo.
     Los «Kyries» los alterna el sacerdote con el monaguillo, no con el pueblo, y el «Glória» aparece en el Misal como oración del sacerdote, ni monaguillo ni pueblo. Esta doxología mayor ha ido ampliando su uso con los siglos, pero el llegar a ser oración de los fieles pudiera ser o costumbre antigua no reglada o contaminación de novusordismo y su vicio de «participar es hacer cosas». Al «Dóminus vobíscum» que sigue inmediatamente sí que debe responder el pueblo.
     Tras este «Dóminus vobíscum» vienen algunas oraciones antes de el Epístola durante las que el pueblo permanece de pie, si bien el Misal prescribe que en ciertas épocas y días del año esté de rodillas. No recuerdo haber visto que se haga tal cosa.
     El «Deo grátias.» al terminar la Epístola es del monaguillo; nada se dice de que lo pronuncie el pueblo y por mis recuerdos de niño creo que el pueblo no lo podía decir porque el sacerdote le hacía una seña al monaguillo que podía ser invisible para los demás. Durante la Epístola y todas las oraciones que le siguen antes del «Dóminus vobíscum» que da entrada al Evangelio, el pueblo puede estar sentado.
     El monaguillo debe trasladar el libro del altar al lado del Evangelio, y se especifica que debe quedar mirando hacia el altar, no hacia la pared. Sigue el acostumbrado «Ꝟ. Dóminus vobíscum» «℟. Et cum spíritu tuo», el sacerdote enuncia «Sequéntia sancti Evangélii…» y el pueblo responde «℟. Glória tibi, Dómine», o responde el monaguillo, según la sección del Misal que miremos (otra discrepancia). Para el final del Evangelio el Misal prevé «Quo finito, minister, stans in latere Epistolæ post infimum gradum altaris, respondet: Laus tibi, Christe…» Así que el «Laus tibi, Christe.» lo tiene que decir el monaguillo, del que se espera se halle en un determinado lugar y postura sin que el Misal se haya tomado la molestia de indicarle previamente cuándo y dónde tenía que ponerse.
     La machacona insistencia en que las homilías sean breves ya viene de atrás, pues el Misal de 1962 pone «Post Evangelium, præsetim in dominicis et diebus festis de præcepto, habeatur, iuxta opportunitatem, brevis homilia ad populum.» Nada tengo contra las homilías largas si son de buena doctrina y materia de interés, las malas de aguantar son las dedicadas a tonterías y herejías. También está preceptuado que la Misa se interrumpa durante la homilía; el Misal no está a favor de las antiguas misas predicadas en que, mientras un sacerdote celebraba, otro predicaba sin parar más que para la Consagración. Lo habitual es que los asistentes se sienten durante la homilía, pero el Misal no lo dice.
     El «Credo» lo dice el sacerdote, que debe arrodillarse al «Et incarnátus est … Et homo factus est» y signarse al «Et vitam ventúri sǽculi» Todos los presentes deben hacer esa genuflexión. ¿Debe recitar el pueblo el Símbolo? en la actualidad sí lo hace, pero el Misal no es claro al respecto.
     Vuelve a aparecer el monaguillo en el ofertorio, entregando la vinajera al sacerdote, vinajera que besa pero no la mano del sacerdote, y en el lavatorio. En ambas operaciones el monaguillo ha de servir por el lado de la Epístola. Por su parte el pueblo puede permanecer sentado hasta el Prefacio.
     Los asistentes no tiene nada que decir hasta el «Oráte, fratres…» en que responde «Suscípiat Dóminus sacrifícium…». La fórmula «Et responso a ministro, vel a circumstantibus…» puede entenderse como que el monaguillo responde en todo caso y los demás presentes si quieren. El «Amen» final corresponde al sacerdote y en voz baja.
     El Prefacio va precedido de algunas fórmulas como «Sursum corda», cuyas respuestas corresponden al pueblo, y seguido del «Santus» para el que se prescribe que el monaguillo toque la campanilla. No se dice que el «Santus» lo tengan que pronunciar ni el monaguillo ni el pueblo, o el Misal se olvidó de ellos o solamente tienen que atender devotamente, pero es habitual que lo diga el pueblo.
     En todo el Canon la tarea que asigna el Misal al pueblo es adorar al elevar el sacerdote la hostia y el cáliz consagrados. Ha de estar de rodillas durante la Consagración y, según el tiempo litúrgico y días de que se trate, ha de estar de rodillas desde que finaliza el «Santus» hasta la introducción a la oración dominical. En la práctica nunca veo hacer diferencia entre unos días y otros y siempre asisto a misas en que los fieles están de rodillas durante todo el Canon.
     Para el monaguillo hay, por una vez, instrucciones algo detalladas: «Minister paulo ante Consecrationem campanulæ signo fideles moneat. Deinde, dum celebrans elevat hostiam, manu sinistra elevat fimbrias posteriores planetæ, ne ipsum celebrantem impediat in elevatione bracchiorum; quod et facit in elevatione calicis; et manu dextera pulsat campanulam ter ad unamquamque elevationem, vel continuate quousque sacerdos deponat hostiam super corporale, et similiter postmodum ad elevationem calicis.»
     Lo de tocar la campanilla para advertir a los fieles de que se acerca la consagración, en la práctica, suele hacerse cuando el sacerdote extiende las manos sobre la hostia y el cáliz en el «Hanc igitur».
     La opción que da el Misal de tocar tres veces la campanilla a la elevación o seguir tocando hasta depositada la hostia sobre el corporal, ni se hace así ahora ni lo hacía cuando ayudaba de niño. Quizás haya sitios en que se hace de otro modo, pero lo que siempre he visto y hecho es un toque a la primera genuflexión del sacerdote, tres toques a la elevación y otro toque a la segunda genuflexión.
     En cuanto al gesto de levantar el borde de la casulla, que siempre me ha parecido una cosa rara, al leer el Misal ¡qué bueno es leer buenos libros! me he enterado de que tiene una razón práctica: que el sacerdote pueda levantar los brazos con facilidad en el caso de portar una casulla muy adornada y pesada. Los monaguillos que tiran del borde de la casulla hacia atrás, más que elevarlo, están haciendo todo lo contrario de lo que quiere el Misal pues dificultan al sacerdote elevar los brazos.
     Al final del Canon el sacerdote dice, en voz baja, el «Per ipsum…» que tras una pequeña elevación acaba con «omnis honor et glória». A estas últimas palabras, que el monaguillo debe adivinar pues no las oye, suele acompañarlas un toque de campanilla. El Misal no dice nada de tal toque. Tras lo anterior el sacerdote dice, en voz alta, «Per ómnia sǽcula sæculórum.» y el pueblo responde «Amen.»
     Llega el «Pater noster», en que el pueblo solamente tiene que decir «Sed líbera nos a malo.» El «Amen» final corresponde al sacerdote y en voz baja. Aquí se da otro caso en que una sección del Misal atribuye el «Sed líbera nos a malo.» al monaguillo y otra a todos los asistentes.
     Se acerca la comunión del sacerdote que dice en voz alta «Per ómnia sǽcula sæculórum.» y el pueblo responde «Amen.» seguido de «Pax Dómini sit semper vobíscum.» al que únicamente responde el monaguillo «Et cum spíritu tuo.», o todo el pueblo, según la parte del Misal que miremos.
     «Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi, miserére nobis.» corresponde al sacerdotes sin que, según las rúbricas, el pueblo tenga que decir las palabras finales, como suele ocurrir, ni darse ningún golpe de pecho.
     El sacerdote debe decir en voz alta «Dómine, non sum dignus» y proseguir en voz baja con «ut intres…» sin que el Misal hable para nada de los habituales acompañamientos de campanilla o golpes de pecho del monaguillo y asistentes.
     Tras comulgar el sacerdote, si van a comulgar fieles, el Misal prescribe algo que nunca he visto hacer en la realidad: el monaguillo debe tocar la campanilla para avisarles de que se acerca su comunión. También dice que todos los presentes, no distingue entre los que van a comulgar y los que no, se arrodillen en esta parte de la Misa. El sacerdote debe decir «Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccáta mundi.» y tres «Dómine, non sum dignus…». El Misal no dice que en esta triple invocación deban intervenir los fieles, aunque parece lógico que los que vayan a comulgar empleen alguna fórmula de purificación antes de recibir a Cristo. Por cierto, nada del acostumbrado «Confíteor», el Misal lo excluye expresamente: «Quoties sancta Communio infra Missam distribuitur, celebrans, sumpto sacratíssimo Sanguine, omissis confessione et absolutione, dictis tamen Ecce Agnus Dei et ter Dómine, non sum dignus, immediate ad distributionem sanctæ Eucharistiæ procedit.»
     Una norma que no suele cumplirse es la de que la comunión debe darse al lado de la Epístola. Habitualmente se da en el centro y cuando hay un comulgatorio de los de verdad, no un simple reclinatorio, se da de lado a lado.
     Terminada la comunión, hasta que llega un «Dóminus vobíscum» el pueblo puede estar sentado.
     Tras la comunión el Misal se acuerda del monaguillo más de lo habitual. El sacerdote aproximará el cáliz al monaguillo, el cual verterá algo de vino en él para purificar. Después el sacerdote purifica los dedos, pliega el corporal, etc. y el monaguillo trasladará el libro al lado de la Epístola y se arrodillará al lado del Evangelio.
     En las oraciones después de la comunión el pueblo también debe estar de rodillas, en ciertas épocas y días del año, hasta el «Dóminus vobíscum», aunque la práctica ha simplificado esto y todos están de rodillas siempre, sin importar el calendario.
     Tras un par de «Dóminus vobíscum» y alguna oración viene el «Ꝟ. Ite, missa est.» «℟. Deo grátias.» Decir que la Misa se acabó parece una broma, pues faltan varios minutos más de lecturas y oraciones. Supongo que no será una broma, sino cosa de antiquísimas y venerables raíces, pero la verdad es que está desubicado. Luego viene la bendición, que el pueblo ha de recibir de rodillas y responder con «Amen.»
     Llega el último Evangelio, a cuyo enunciado inicial el pueblo ha de responder «Glória tibi, Dómine.» El sacerdote y todos los presentes deben hacer genuflexión al «Et Verbum caro factum est». Al final debe responder «Deo grátias» el monaguillo (o el pueblo en otro caso de discrepancia entre secciones) que, además, para entonces estará de pie al lado de la Epístola. ¿Cuándo cambió de rodillas al lado del Evangelio a de pie al lado de la Epístola?
     Tras las reverencias y genuflexiones que sean del caso, el sacerdote coge el bonete de manos del monaguillo, que le precede de vuelta a la sacristía. ¿Qué ha pasado con las oraciones leoninas? Nada, ni se mencionan en el Misal; o han sido suprimidas o están preceptuadas en algún rincón del gran bosque de las disposiciones eclesiásticas.
     Las diferencias que se observan entre la forma de participar los fieles en la Misa Tradicional y las prescripciones del Misal de 1962 me parecen más fruto de los mismo defectos del Misal y de la historia de esa forma de celebración que de influencias del Novus Ordo. Quizás alguna intervención de más de las del pueblo tenga ese origen, pero son pocas. Hay tantas incompatibilidades entre las dos formas de celebración y tan poca gana en los asistentes a la Misa Tradicional de volver al Novus Ordo, que pocas cosas se pueden haber filtrado desde él.
     De todos modos es una lástima que la perfección del Misal de 1962, en cuanto a orden y claridad, no está a la altura de la liturgia que se celebra con su ayuda. Las instrucciones están fragmentadas y dispersas, además de tener algunas contradicciones. Es evidente el descuido en su elaboración pues nadie se leyó el Misal entero, antes de promulgarlo, para corregir las discrepancias entre secciones.
     También padece de estrechez de miras clericales. Está hecho por clérigos pensando solamente en los clérigos. Mientras que para el celebrante se dan instrucciones con un grado de detalle de imposible ejecución para muchos, pero ahí están y en el orden en que han de llevarse a cabo, para el pueblo y el monaguillo las instrucciones son escasas y aparecen dispersas por el Misal. Puede alegarse que el Sacrificio lo celebra el sacerdote, incluso sin concurso de pueblo ni monaguillo; pero si quieres dar a Dios un culto bien desarrollado, si pretendes que el pueblo sea beneficiario de ese culto, dale indicaciones precisas, claras, presentadas con orden; aunque solamente sea para que no desentone en la ceremonia.
     Esa estrechez de miras clericales se agrava con la falta de visión estadística cuando se trata del monaguillo, el diácono y el subdiácono. Seguro que desde hace siglos son muchas más las misas en que ayudan monaguillos que las que cuentan con diáconos y subdiáconos, sin embargo mientras que el monaguillo cuenta con pocas instrucciones y algunas se le dan a destiempo, las instrucciones para diácono y subdiácono contienen el mismo lujo de detalles que las del celebrante; también en este caso dudo que sean muchos los capaces de seguirlas todas.
     Los anteriores son defectos fáciles de corregir, si hubiese voluntad de mantener tan santa tradición litúrgica como supone la Misa Tradicional y no de exterminarla, sin necesidad de ninguno de los cambios caprichosos que se llevaron a cabo hace medio siglo y nos han llevado al derrumbamiento actual. Son meras faltas de orden y claridad que podría remediar cualquier técnico que haya escrito manuales de electrodomésticos.

     Publico esto en la fiesta de Santa Teresa de Jesús, a la que también pilló una reforma postconciliar, pero aquella fue para bien, fue la de Trento.

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