jueves, 27 de enero de 2022

«Nova inordinatio» de la Misa

     Después de echar un vistazo a las normas contenidas en el misal de 1962, la Misa Tradicional de rito romano, decidí hacer algo similar con las del misal de 1970, el Novus Ordo implantado por San Pablo VI y levemente modificado por sus sucesores; en concreto examiné la edición más reciente aprobada para España. Me animó a ello el padecer, desde hace unos cincuenta años, la anarquía litúrgica en que hemos caído; en vez de establecerse una nueva normativa litúrgica, el célebre Novus Ordo, lo que de verdad rige es una Nova Inordinatio, un hacer cada sacerdote lo que le da la gana sin que Papa y obispos pongan orden, y los cada vez más escasos fieles a tragar lo que les echen.
     El misal Novus Ordo empieza con una serie de normas y criterios, la Ordenación General del Misal Romano (OGMR). Estas normas empiezan con una parte doctrinal y luego siguen instrucciones sobre ornamentos, gestos, oraciones, canto, altar… En el se percibe cierta rebaja del carácter sacrificial de la Misa, aunque se afirme muy rotundamente, cierta merma del respeto al misterio que se celebra y a la Presencia Real y un gran afán de espectáculo, en buena parte la Misa se concibe como espectáculo para los asistentes; en resumen, protestantización leve en la teoría, grande en la práctica que vemos todos los días.
INTRODUCCIÓN DOCTRINAL
     La parte doctrinal es fundamentalmente correcta: en muchos puntos se afirma el carácter sacrificial de la Misa y queda clara la supremacía de ese carácter sobre los demás aspectos, también de enorme valor y perfectamente ordenados a la gloria de Dios, que contiene la Misa. También quedan claras cosas como la Presencia Real o la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el común. Hace muchas referencias a la doctrina del Concilio de Trento, pero no sé si será como compensación y disimulo de lo que menciono más abajo.
     Los redactores del nuevo misal se alaban a sí mismos cuando en el punto 6, comparando el misal de San Pío V con el que ellos escribieron, dicen: «… se ve también con cuánto acierto el nuevo Misal completa al anterior.» Esta autosuficiencia, este sentido de superioridad sobre todo lo pasado, de los reformadores litúrgicos de Pablo VI es un lastre de toda la reforma, en muchos casos calamitosa reforma. En los puntos siguientes tratan de justificar ese complejo de superioridad glosando los muchos estudios hechos, lo bien que se adapta el nuevo misal a los tiempos, etc. Mucho autobombo y poca vergüenza.
     Lo peor viene en el punto 17 con su desafortunada expresión «Misa o Cena del Señor», repetida en el 27, –herencia de la maligna doctrina introducida por los redactores de la primera edición de este misal, que tengo entendido hubo de retirarse de la venta por orden de Pablo VI-. La Misa no es ninguna cena (muchas veces se celebra a la hora del desayuno, pero eso es secundario) y la expresión «Cena del Señor» apesta a protestantismo, a ceremonia que celebran algunas ramas protestantes que niegan el que la Misa sea un sacrificio, la Presencia Real, la necesidad de Sacerdocio Ministerial en el celebrante y, prácticamente, todo lo que se pueda negar sobre la Misa y sus periferias.
     Si en algún momento fue adecuado usar «Cena del Señor» en la actualidad tiene muchos más peligros que ventajas, son los célebres signos de los tiempos a los que deberían estar más atentos los que llevan décadas dándonos la tabarra con ellos. Cualquier referencia a cena solamente sirve para confundir a fieles poco formados –son legión y cada vez estamos peor- y aproximarnos a unos hermanos separados –herejes de toda herejía, por mucho que queramos disimular- a los que no atrae lo más mínimo la protestantización de la Iglesia; para protestantes ya lo son bastante ellos. Si alguien siente una imperiosa necesidad de utilizar un sinónimo de «Misa» que use «Santo Sacrificio» o una denominación que utilizan los orientales: «Sagrada y Divina Liturgia» ¡tiene empaque!
     En la OGMR se usa bastante «Eucaristía», «celebración eucarística» y «sacrificio eucarístico» en lugar de «Misa». A la tercera no le veo el menor problema por incluir la fundamental idea del carácter sacrificial, pero las otras dos me parecen reductoras. Dado que el significado originario del término «eucaristía» es «acción de gracias» ¿quién da gracias? ¿nosotros? Si es así sustituimos el sacrificio del Verbo por el agradecimiento de unas criaturas pecadoras ¡qué bajada de nivel!
     También está el problema de que Eucaristía se entienda como las especies sagradas tras la consagración o como el recibir la comunión (recibir la eucaristía); en ese caso desplazamos el centro desde el ofrecerse Cristo en sacrificio al Padre al que nosotros comamos la víctima del sacrificio; y de ahí a terminar diciendo que la Misa es la reedición de la Última Cena solamente hay un paso que muchos ya han dado.
     Otro inconveniente es el extendido lenguaje de «vamos a celebrar la Eucaristía», «el horario de las celebraciones eucarísticas es…», «esta Eucaristía se celebra por Fulano» u ¡horror de horrores! «esta Eucaristía se celebra en honor de Fulano». La confusión crece. No creo que a nadie se le ocurriese decir «este Sacrificio de Cristo se celebra en honor de Fulano».
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN
     El punto 24 repite lo dicho por el Concilio Vaticano II, recordando a los sacerdotes que no pueden añadir, quitar ni cambiar cosas de la Misa por su propia iniciativa. Esto queda muy bien para lavar la cara de los reformadores litúrgicos, pero la verdad es que nunca se han hecho los esfuerzos intensos y continuados necesarios para obligar a los sacerdotes a cumplirlo. Con tantas variantes, opciones y demás posibilidades que da el misal más bien se ha fomentado el que los sacerdotes se sienta autorizados a introducir sus propias ideas, que muchas veces no pasan de simples morcillas. Si en un rito de siglos, de la noche a la mañana, un grupo de iluminados reformadores presuntamente armados de grandes conocimientos, pueden cambiar todo lo que les da la gana ¿por qué un sacerdote, que también ha estudiado algo de liturgia, inculturado en su pueblo, conocedor del ambiente y poseedor del Espíritu –así deben creerse- no puede cambiar unas pocas cosas?
ESTRUCTURA DE LA MISA
     Pasando a los detalles sobre lo que hay que hacer y decir, celebrantes, ornamentos, participantes varios, etc. que aportan su granito de arena para tener un desarrollo más digno, fructuoso, incluso solemne, no soñaba encontrar el lujo de detalles rituales del misal de 1962, pero con lo que encontré hay suficiente para decir que muchas celebraciones son cualquier cosa menos fieles a las normas litúrgicas. Si lo dispuesto en la OGMR se cumpliese de manera habitual el Novus Ordo sería una cosa digna, hasta podría evitar parte de la espantada de fieles de las últimas décadas, y no padeceríamos una liturgia de clericalismo tiránico. Algunas son tan concienzudamente incumplidas por los sacerdotes que me ha causado sorpresa encontrarlas en la OGMR, no podía sospechar que existiesen.
     Lo anterior me lleva a pensar que si nuestro bien amado Papa, Francisco, trasladase un poquito de su aversión a la Misa Tradicional bien celebrada hacia la Misa de Pablo VI mal celebrada, si la penosa corte de la que se ha rodeado y los obispos serviles empleasen la mitad de los esfuerzos que realizan contra el Vetus Ordo en poner orden en la Nova Inordinatio ¡otra sería la marcha de la Iglesia!
DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA
     El punto 31 habla de las moniciones que puede hacer el celebrante: «brevísimas palabras, tras el saludo inicial», «antes de las lecturas», «antes del prefacio», al «dar por concluida la entera acción sagrada». En fin, nada de esos discursos que sueltan algunos, presuntuosamente confiados en sus habilidades oratorias, que por no haberlos preparado se enrollan y alargan sin decir cosa de sustancia ni saber como acabar y callarse.
     Tras recomendaciones sobre el canto en los puntos 39 y 40, el 41 se descuelga un «En igualdad de circunstancias, hay que darle el primer lugar al canto gregoriano…» Esto es una aplicación de lo dicho por el Concilio Vaticano II, pero ¿se ha hecho algo para que se cumpla? ¡Ni lo mínimo! Lo mismo puede decirse de la afirmación siguiente «conviene que esos mismos fieles sepan cantar todos a una en latín algunas partes del Ordinario…» Quizás este punto 41 sea otra de las coartadas introducidas por los reformadores litúrgicos para poder decir que fueron fieles a Sacrosanctum Concilium, el documento del Concilio Vaticano II sobre liturgia, pero sin la mínima intención de hacerlo cumplir.
     El punto 43 se dedica a la postura de los fieles, es decir, que si de pie, sentados o de rodillas. Veamos:
- De pie desde el principio de la Misa al final de la oración colecta, en el Aleluya, Evangelio, Credo, oración de los fieles y desde el «Orad, hermanos» hasta el final de la Misa, excepto cuando han de permanecer de rodillas.
- Sentados durante las lecturas, el salmo, la homilía, la preparación del pan y el vino en el ofertorio y, si parece oportuno, «a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la comunión.»
- Arrodillados durante la consagración «Y, los que no puedan arrodillarse en la consagración, deben inclinarse profundamente mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella.» Sigue este punto diciendo: «Allí donde sea costumbre que el pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo hasta el final de la plegaria eucarística y antes de la comunión cuando el sacerdote dice: Este es el Cordero de Dios, es loable que dicha costumbre se mantenga.»
     Lo de estar de pie suele cumplirse, con un poco de retraso cuando el «Orad, hermanos», pero vale. Lo que es de vergüenza es lo relativo a estar de rodillas durante la consagración, la cantidad de gente que se queda de pie sin justificación, la cantidad de sacerdotes que quieren que los fieles se queden de pie, incluso afeando a los que se arrodillan que lo hagan «porque crean división», la cantidad de sacerdotes que han llegado a serrar los bancos de sus templos para eliminar los reclinatorios y dificultar que los fieles se arrodillen. ¿Qué pasa, que arrodillarse ante Dios les parece un exceso? ¿Qué idea tienen de Dios, del sacrificio que se ofrece, de la consagración y la Presencia Real esos tales? ¿De verdad tienen ideas católicas al respecto? Me permito dudarlo.
     Concluye así este punto: «Para conseguir la uniformidad en los gestos y posturas dentro de una misma celebración, los fieles seguirán las moniciones que pronuncian el diácono o el ministro laico o el sacerdote, según lo dispuesto en el Misal.» Este precepto se incumple clamorosamente; la dejadez de los sacerdotes en lo relativo a las posturas es prácticamente total, dejan que los fieles hagan lo que les dé la gana sin decir nada. El desprecio en esta materia es tanto que sacerdote hay que descalifica como «misa militar» aquella en que se dan indicaciones a los fieles sobre las posturas.
     El apartado 45 se dedica al silencio que se debe guardar en una serie de momentos de la Misa y en el apartado 56 se insiste especialmente en silencios que acompañen a las lecturas –hay más apartados en que se mencionan los silencios-. La verdad es que las misas Novus Ordo suelen ser un parloteo continuo en que el sacerdote nunca se calla como no sea para que hablen los lectores, los cuales se turnan a toda velocidad. Hay horror al silencio.
     Una de las mejores cosas de la Misa Tradicional es el silencio en que transcurre buena parte de la plegaria eucarística, con el celebrante recitando las oraciones en voz baja, mientras todos los asistentes, arrodillados, saben y esperan lo que va a pasar en ese silencio.
     Es curioso, por el tiempo de Navidad el Novus Ordo introduce el texto: «Un silencio lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos.», pero en la práctica diaria de sus misas los de la Nova Inordinatio huyen de ese silencio temiendo, con mucha razón, dar oportunidad a que descienda la Palabra y los corra a gorrazos.
     El punto 45 termina con «Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía…» Cuando yo era niño, y bastante después, guardar silencio en la iglesia en todo momento era la norma, pero en las últimas décadas la interioridad y la simple educación han caído tanto que ahora es frecuente que los fieles hablen animadamente antes y después de la misa. Algún caso he visto de cierta dificultad para empezar la celebración porque el presunto Pueblo de Dios no se callaba.
LAS PARTES DE LA MISA
     El punto 50 habla de hacer la señal de la cruz y el saludo inicial, afirmando que «Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.» La verdad es que el misterio se manifiesta de forma algo rara cuando el celebrante, tras «El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu.» añade un «Buenos días hermanos y hermanas. Bla, bla, bla…» Ese sacerdote no cree en la eficacia del saludo litúrgico para manifestar el misterio de la Iglesia congregada, cree que el eficaz de verdad es el saludo secular del buenos días. Deber ser la secularización interna de la Iglesia lo que lleva a creer más en un «buenos días» que en un «el Señor esté con vosotros».
     El punto 53 afirma que el texto del Gloria no puede cambiarse por otro. Creo que este punto se cumple bien, no recuerdo haber oído glorias extraños. Afortunadamente hasta los sacerdotes más a su aire coinciden conmigo en que es muy difícil superar ese texto.
     El punto 54 esta dedicado a la oración colecta y prescribe las conclusiones trinitarias que debe tener  la misma. Me parece que se incumplen muchas veces empleando un simple «por Jesucristo, nuestro Señor.», que no es lo que corresponde en muchos casos.
     Un detalle del punto 59: «Después de cada lectura, el que lee pronuncia la aclamación.» Se trata de una aclamación para que el pueblo responda en homenaje a la palabra de Dios, no de una afirmación. Así a «Palabra de Dios.» se responde «Te alabamos, Señor.» Pero si tenemos uno de esos sabiondos que dicen «Esto es palabra de Dios.», pretendiendo informarnos a los demás de lo que ya sabemos, la respuesta correcta sería: «Ya lo sabía, o te crees que soy nuevo en esto.» y no habría homenaje alguno a la palabra de Dios.
     En el punto 65 se dice el tema que ha de tratar la homilía: «Conviene que sea una explicación de algún aspecto particular de las lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la misa del día, teniendo presente el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los oyentes.» Aquí tenemos cierto abanico de posibilidades, no todo ha de ser hablar de las lecturas, como tantos sacerdotes hacen y parece que les dices una enormidad si les pides que hablen de otra cosa más acomodada a las necesidades de los fieles, a la triste realidad en que tantas veces tenemos que desenvolvernos. Por ejemplo, en medio de la gran ignorancia en que se debate parte de la feligresía podría predicarse sobre la Misa misma o sobre alguna de sus partes, sobre la doctrina implicada. No hay razón para limitarse a un melifluo comentario sobre el Evangelio que suele concluir en tenemos que ser buenos.
     Los puntos 69, 70 y 71 se dedican a la oración universal. Solamente señalar que suelen ser una cosa estereotipada con peticiones muy genéricas que huyen de la realidad que vivimos, salvo por la machacona insistencia en los pobres, los explotados, los emigrantes y similares. Otros problemas sociales mucho mayores, como el aborto –matar es peor que explotar-, se ignoran sistemáticamente. Si examinamos cada uno de los cuatro apartados, encontramos:
a) por las necesidades de la Iglesia, en la que se evita mencionar la protestantización, la secularización interna, la traición de buena parte del clero alto y bajo y solamente de vez en cuando se hace alusión a la apostasía masiva.
b) por los que gobiernan las naciones y por la salvación del mundo, en la que se evita decir que buena parte de los gobernantes son unos tiranos, unos inmorales y pedir consecuentemente su conversión.
c) por los que padecen cualquier dificultad, en la que de nuevo se evita cuidadosamente hablar de los no nacidos a punto de ser asesinados o de los ancianos y enfermos próximos a correr igual suerte.
d) por la comunidad local, en la que se evita cuidadosamente mencionar las cosas concretas que dañan a esas comunidades: la falta de formación, de oración, el no asistir a la misa dominical, las rupturas matrimoniales, etc.
     A la pobre opinión que me causan las preces habituales en la oración universal añadiré un defecto de mucho peso: se suele pedir a Dios que remedie las consecuencias materiales de los pecados, propios o ajenos, no que nos libre de pecar que, dicho sea de paso, sería hasta más práctico además de más santo.
     En los puntos 73 y 74 se recomienda que el pan y el vino sean presentados por los fieles procesionalmente, pocas veces se hace, no resulta demasiado práctico, y queda claro que cualquier otra ofrenda, incluida el dinero de la colecta, no se pondrá en el altar. A este respecto se da por sentado que el dinero de la colecta será recibido en esta ocasión, no más adelante. Esas colectas que se prolongan hasta más allá de la consagración no son ni muy elegantes ni muy litúrgicas. Lo más correcto, pero en pocos sitios se hacen, sería hacer la colecta con un número suficiente de personas para acabar pronto, que mientras tanto el sacerdote espere sin avanzar en la celebración y luego reciba la colecta de manos de los que la hicieron.
     El punto 76 dice, sin ninguna fórmula que lo convierta en optativo: «A continuación, el sacerdote se lava las manos en el lado del altar. Con este rito se expresa el deseo de purificación interior.» El punto 145 reitera la obligación de este rito. El número de sacerdotes que incumplen lo relativo al lavatorio es bastante grande y sus justificaciones bastante estúpidas.
     En el punto 79 se describen, en un tono más doctrinal que normativo, las diversas partes de la plegaria eucarística. Solamente mencionar que en la parte «relato de la institución y consagración» he oído cosas bastante pintorescas como «cenó con los hombres, mujeres y niños que le acompañaban» o «brindó por el éxito final». No es generalizado, pero entre los sacerdotes Nova Inordinatio existe una variada fauna carente del menor respeto a lo más nuclear y sagrado de la Santa Misa.
     Comparado con lo anterior, es cosa menor que la doxología final en la que los fieles solamente tienen que ponerle la guinda del «Amén» –el punto 151 insiste en esto-, sea pronunciada en muchos templos por los fieles. Es un abuso que, como todos, se ha introducido por culpa de los sacerdotes. Incluso padecí las misas de uno que encabezaba: «Decimos todos: Con Cristo…» y lo hacía de forma tan regular como si el «Decimos todos» estuviese escrito en el misal.
     Uno de los ritos de preparación para la comunión es la oración dominical, el Padrenuestro de toda la vida, cuyo rezo se prescribe en el punto 81. No se dice nada de que sea optativa, sustituible por algo parecido ni nada de nada. Es un ingrediente fijo y obligatorio de toda Misa. Pues he asistido a bastantes misas en que se sustituye por un canto más o menos inspirado en el Padrenuestro, siempre en plan buenista y bastante terrenal; es habitual el olvido del tributo de gloria a Dios «santificado sea tu nombre» y del librarnos del Maligno, el «sed liberanos a malo» del Paternoster. A veces se salva el rito rezando el verdadero Padrenuestro mientras el coro canta uno falso.
     Y llegamos al, a veces, conflictivo rito de la paz en el punto 82, más desarrollado en el 154. La conferencias de los obispos deben establecer el modo más conveniente según los usos sociales en cada sitio, pero en todo caso cada asistente debe expresar sobriamente la paz solo a quienes tiene más cerca. Esta última precisión es oportuna pues celebraciones hay en que se arma un barullo considerable con gente yendo a dar la paz a varios bancos de distancia y a todo el que pillan; de paso aprovechan para saludos extralitúrgicos.
     Pero hay más. La OGMR introduce la clausula «si se juzga oportuno, el sacerdote añade: ‘Daos fraternalmente la paz.’» O sea, que el sacerdote puede omitir esta paz sin faltar a norma alguna. Es curioso el arraigo que este darse unos a otros la paz ha adquirido y, así a ojo, el mayor entusiasmo lo veo en las señoras viejas, que aunque el celebrante no diga el «Daos fraternalmente la paz» se dedican a dársela a cuantos les rodean. También es de notar que mientras nadie protesta por la omisión del lavatorio de manos, sí se registran quejas por la omisión de ese «Daos fraternalmente la paz»; puede que sea ese vicio novusordista de «participar es hacer cosas» y que esté emparentado con el horror al silencio que se observa también en sus celebraciones. Según el dicho de «no hay mal que por bien no venga» la epidemia de covid-19 ha supuesto la supresión de este rito o su reducción a términos mucho más sobrios de los que exige la normativa.
     Bastantes sacerdotes se saltan, sobre todo en funerales, el que para dar la paz a los ministros o, incluso, a algunos fieles no debes salir del presbiterio. Si tanta gana tienen de dar la mano a los familiares del difunto, puede pedirles por sí mismo o por medio de los ministros, que sean ellos los que se acerquen.
     La fracción del pan viene en el punto 83 y da la impresión de que lo redactó alguien que nunca asistió a una misa. Partir una hostia en dos y de una de las mitades separar una porción pequeñita y echarla al cáliz es cosa de tres segundos, todo lo más. Prescribir que la invocación «Cordero de Dios…» se repita cuantas veces sea necesario hasta concluir la fracción no tiene sentido, con una vez tenemos de sobra. En la práctica lo que hace todos en todas las misas a las que he asistido es repetirla tres veces, siguiendo la costumbre arrastrada de la Misa Tradicional. Otro motivo para repetir la invocación tres veces es que la respuesta del pueblo «ten piedad de nosotros» en la última invocación ha de cambiarse por «danos la paz» ¿y cómo saber cuándo hay que hacer ese cambio si de antemano ignoramos el número de veces que se repetirá la invocación y, por tanto, no sabemos cuál será la última?
     Llega la comunión y los puntos 84 a 89 de la OGMR se ocupan de que se cante mucho antes, durante y después de la comunión; si esos fuesen los únicos puntos parecería que el objeto de la comunión es exhibir las facultades canoras. Afortunadamente los puntos 160 a 162 dan indicaciones que estimo más importantes. Por ejemplo: «A los fieles no les es lícito tomar por sí mismos ni el pan consagrado ni el sagrado cáliz…» Yo he visto comuniones de coge pan y moja. «Cuando comulgan de pie, se recomienda que, antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia…» Y de esas veo bastante menos de las debidas. Lo de «El Cuerpo de Cristo. Amén.» también flojea mucho.
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA MISA
     Vienen puntos dedicados al papel de cada uno en la Misa: obispos, presbíteros, diáconos o simples fieles. En lo referente a los fieles el punto 95 pide: «Eviten, por consiguiente, toda apariencia de singularidad o de división…», y el 96: «Esta unidad se hace hermosamente visible cuando los fieles observen comunitariamente los mismos gestos y actitudes corporales.» Si tenemos en cuenta el desprecio total de estos aspectos, ya comentado a propósito del punto 43 de la OGMR, es claro que en la generalidad de las misas no dan oportunidad de hacer hermosamente visible ninguna unidad.
     La OGMR contiene un apartado dedicado a los ministerios y distribución de tareas, puntos 98 a 111. Por ellos desfilan: acólitos, lectores, salmistas, cantores, organistas, directores de coro, sacristanes, comentaristas, los que hacen las colectas, porteros, acomodadores y los maestros de ceremonias. Bueno, hay que reconocer que no se cae en maximalismos y se da por sentado que en todo esto se hará lo que se pueda, que muchas veces será un mismo laico el que haga varias de estas cosas. En estos puntos también se dan bastantes facilidades para que distribuyan la comunión ministros extraordinarios.
FORMAS DE CELEBRAR LA MISA
     A partir del punto 112 comienza una repetición de normas anteriores sobre la celebración de la Misa con algunas indicaciones sobre si asisten fieles o no, sobre si hay diácono o no, etc. También hay normas que no aparecieron en secciones anteriores de la OGMR.
     El punto117 habla del mantel y las velas, dos, cuatro o seis, según el grado de solemnidad, siete si celebra el obispo diocesano. Lo que no dice en parte alguna es que las velas sean tres, cosa frecuente aunque se me hace rara, ni que estén todas a un extremo del altar y al otro nada. ¿De dónde ha salido eso de las tres velas? Y no me digan que son en honor de la Santísima Trinidad que no me lo voy a creer.
     El que exista un crucifijo sobre el altar o cerca se suele cumplir, aunque casos hay de crucifijos difíciles de reconocer como tales y de ubicaciones innecesariamente originales. ¡Con lo sencillo que sería colocar un crucifijo estéticamente normalito en medio del altar!
     El punto 118 enumera otras cosas que deben estar preparadas para la celebración: «el cáliz, el corporal, el purificador … la bandeja para la comunión de los fieles y todo lo que hace falta para la ablución de las manos.» Ya he comentado que muchos sacerdotes se saltan el lavatorio, pero en este punto la OGMR lo da como cosa que ha de hacerse.
     ¿Qué decir sobre la bandeja para la comunión de los fieles? ¿qué pasó con ella? En la mayoría de las iglesias esa bandeja ha desaparecido, a la vez que va desapareciendo la fe en la Presencia Real. Lo que vemos sin necesidad de fe, una bandeja, nos remite a algo relativo a la fe; desaparece la referencia, desaparece lo referido; o quizás, como se quiere hacer desaparecer la fe, mejor suprimimos lo que hace referencia a ella.
     Pero todavía nos reserva una sorpresa el punto 118: «Es loable cubrir el cáliz con un velo, que podrá ser o del color del día o de color blanco.» Recuerdo que la desaparición de ese velo fue inmediata y total, empezar a aplicarse la Nova Inordinatio y dejar de usarse el velo fue todo uno, hasta el punto de que yo pensé que la supresión sería una más de las nuevas normas.
     El punto 119 ordena que le sacerdote lleve alba, estola y casulla. De los sacerdotes sin casulla se puede decir mucho y nada favorable. El diácono llevará alba, estola y puede llevar dalmática. Los demás ministros deben llevar alba u otra vestidura legítimamente aprobada.
     A continuación añade: «Todos los que usan el alba, empleen el cíngulo y el amito, a no ser que la forma del alba no lo exija.» En el punto 336 se precisa el alcance de «no lo exija»; si el alba no cubre bien el vestido común por la zona del cuello debe usarse amito, lo que en la práctica reduce el amito a un simple pañuelo para tapar el cuello. Incluso con esta limitación este es otro precepto que por su firme inobservancia ni sospechaba que existiese; al contrario, pensé que en la Nova Inordinatio el amito había sido suprimido. En las últimas décadas solamente he visto a dos sacerdotes –ambos de nacionalidad extranjera- usar amito sistemáticamente y jamás he visto, ni esperado ver, un diácono o un monaguillo que lo lleve por mucho que su ropa de calle asome por encima del alba. Cuando a un sacerdote de los que llevan traje clerical le asoma el alzacuellos no me molesta, pero los que llevan camisa de estilo camionero y les asoma…
     En el punto 68 ya había alguna norma sobre el Símbolo, ahora el punto 137 introduce una precisión: «A las palabras: ‘Y por obra del Espíritu Santo se encarnó’, todos se inclinan profundamente; pero en las solemnidades de la Anunciación y de la Natividad del Señor, se arrodillan.» ¿Alguno ha visto hacer tala cosa? Nunca he visto hacer esa profunda inclinación ni sacerdote que enseñase a los fieles a hacerla, y respecto al arrodillarse pocas veces lo vi y hace ya bastantes años. En cambio en la Misa Tradicional todos los fieles se arrodillan en todas las misas. Es la diferencia que hay entre Vetus Ordo y Nova Inordinatio; lo que va de la profunda fe en la divinidad de Jesucristo al querer presentarlo como un hombre más o menos excepcional quitando, para ello, importancia a la encarnación del Verbo.
     En el punto 150 se mencionan los posible toques de campanilla, los únicos en toda la Misa: antes de la consagración, si se cree conveniente, y, de acuerdo con la costumbre del lugar, cuando el sacerdote muestra la hostia y el cáliz a los fieles. Teniendo en cuenta la desaparición de los monaguillos en la generalidad de las iglesias los toques de campanilla se fueron con ellos, incluso en muchos casos en que hay algún ministro tampoco se toca la campanilla. Si los tradicionales tres toques al elevar la hostia y el cáliz son muy significativos, adquieren el carácter de una expresión de fe, el toque antes de la consagración, preferiblemente en la epíclesis, es muy útil para indicar a los fieles que se arrodillen, que llega el culmen de la Santa Misa.
     La despedida viene en el punto 168, el consabido «Podéis ir en paz» al que se responde «Demos gracias a Dios.» Hay sacerdotes que, quizás por su afán de ser como uno más de los asistentes –error-, dicen «Podemos ir en paz». Alguno juega al desconcierto con «Podemos quedar en paz»; pero Padre, ¿nos vamos o nos quedamos? Yo pensaba que al acabar la Misa nos podíamos ir.
     El punto 192 permite la purificación de los vasos sagrados por parte del acólito instituido en caso de no haber diácono: «En ausencia del diácono, el acólito instituido, lleva a la credencia los vasos sagrados y allí, del modo acostumbrado, los purifica, los seca y los coloca en su sitio.» Acólito instituido según las normas al efecto y no cualquiera que echándole buena voluntad hace de acólito. En puntos como el 247 o el 249 vuelve a aparecer el acólito instituido como posible encargado de purificar los vasos. De todas formas me pregunto ¿qué necesidad hay de que purifique los vasos un acólito habiendo un sacerdote, porque puede haber misa sin diácono, pero no sin sacerdote? Creo que esta es otra forma más de erosionar la fe en la Presencia Real.
     Llega lo relativo a las concelebraciones en el punto 199, aunque algo adelantó el 114, y se exigen para las ordenaciones de obispos y presbíteros, se aconsejan para la misa vespertina de la Cena del Señor, en concilios, reuniones de obispos y sínodos, en la misa conventual y la principal de iglesias y oratorios, y en reuniones de sacerdotes de cualquier género. El punto 200 recomienda acoger a la concelebración a los sacerdotes peregrinos y el punto 201 que cuando haya muchos sacerdotes se concelebre cuando la necesidad o la utilidad pastoral lo aconsejen. El 203 aconseja la concelebración de los sacerdotes con su propio obispo en múltiples ocasiones. Resumiendo ¿cuándo no se puede concelebrar? Cuando solamente hay un sacerdote. Esta gran facilidad para concelebrar es fiel a lo indicado por el Concilio Vaticano II en el punto 57 de Sacrosanctum Concilium; que sea un acierto ya es más dudoso.
     El punto 206 dice «Nunca acceda nadie o se le admita a concelebrar, una vez iniciada ya la misa.» Una limitación bien precisa y nada necesitada de interpretación que tampoco se cumple siempre, alguna vez la he visto incumplir en una catedral.
     Otra cosa que no siempre se cumple es que los concelebrantes veneran el altar besándolo, punto 211. Celebración catedralicia he visto en que la gran mayoría de los concelebrantes fueron dirigidos a un lateral sin besar el altar ni cosa que se le parezca, en que no llegaron a estar cerca del altar en toda la celebración, ni para comulgar, pues les pusieron la comunión en una mesita auxiliar lejos del altar. De paso incumplieron el punto 249 que especifica que se colocará sobre el altar el cáliz para comulgar por intinción los concelebrantes.
     En el punto 215 alcanza una de sus cimas la concepción de la Misa como espectáculo de la Nova Inordinatio. Tras la oración sobre las ofrendas los concelebrantes deben acercarse al altar, cosa que como he comentado antes no siempre se cumple, «… pero de tal modo que no dificulten la ejecución de los ritos que se realizan y los fieles tengan buena visibilidad de la acción sagrada…» ¿Y qué necesidad tienen los fieles de ver nada? ¿Desde cuándo la Misa es un espectáculo para los fieles? ¿Qué pasa con esos ritos orientales en que los fieles no ven nada pues los celebrantes están ocultos por una mampara? ¿Esas misas no son de verdad?
     En el punto 218 se conjugan de maravilla el sentido de espectáculo con el horror al silencio y la confusión entre entender las palabras de la Misa y entender la Misa: «… las palabras de la consagración, obligatorias para todos, las deben pronunciar los concelebrantes en voz baja de tal modo que se pueda oír claramente la voz del celebrante principal. Así, el pueblo percibe mejor las palabras.» ¡Cómo si la eficacia de la consagración dependiese de lo que oiga el pueblo!
     Abandona la OGMR las regulaciones sobre concelebración para ocuparse del caso de un único sacerdote con un único ministro, sin pueblo, ¿qué se puede hacer en ese caso? Pues que el ministro recite las oraciones y respuestas que corresponden al pueblo. ¿Y si el ministro en cuestión es diácono? Pues hace de diácono y de pueblo a la vez. ¿Y si no hay ni ministro ni pueblo? El punto 254 pone alguna limitación: «La celebración sin ministro o al menos sin algún fiel no se haga sin causa justa y razonable. En todo caso se omiten los saludos, moniciones y la bendición final de la misa.» Supongo que causa justa y razonable sea el deseo de un sacerdote de celebrar la Santa Misa todos los días, y si no tiene a nadie… ¡qué le va a hacer!
     Los puntos siguientes se extienden con normas para la celebración con un único ministro y sin pueblo. La única diferencia respecto a que haya pueblo es que se omite la despedida «Podéis ir en paz.», quizás para que el ministro no se dé por despedido y se marche por su cuenta sin acompañar al sacerdote, como es costumbre.
NORMAS GENERALES PARA CUALQUIER TIPO DE MISA
     A partir del punto 273 vienen indicaciones sobre la veneración del altar y el Evangeliario besándolos, el modo y ocasiones en que se ha de hacer genuflexión, las inclinaciones, etc.
     Del punto 275 se hace poco caso. Prescribe inclinación de cabeza «cuando se nombran las tres Personas Divinas a la vez, a los nombres de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del santo en cuyo honor se celebra la misa»; inclinación de cuerpo o inclinación profunda «… en el Símbolo, a las palabras: ‘Y por obra del Espíritu Santo’ … El sacerdote se inclina además un poco cuando, durante la consagración, pronuncia las palabras del Señor.» Lo que yo veo es la casi totalidad de los sacerdotes tiesos en el Símbolo y muchos igualmente tiesos en la consagración. Este punto se cumple poco.
     El punto 276 da normas sobre la incensación, en particular dice «El incienso puede libremente usarse en cualquier forma de misa» Entiendo que puede incensarse lo mismo en grandes fiestas que en domingos ordinarios, los días de diario y hasta en una misa celebrada por el sacerdote solo sin monaguillo ni pueblo.
     Los puntos 278 a 280 tratan de las purificaciones, del respeto y cuidado que hay que tener con los fragmentos del pan consagrado, con cualquier fragmento o gota que se caiga. Decir que en la actualidad, desde hace décadas, las purificaciones están muy venidas a menos, igual que ha venido a menos la fe en la Presencia Real, que en la Nova Inordinatio se ha hecho norma la falta de respeto poco menos que sacrílega es una evidencia para cualquiera y puede que sea quedarse algo corto.
     Una curiosidad es lo que pone el punto 280: «Si se derrama algo de la Sangre del Señor, el sitio en que haya caído, lávese con agua y luego échese esta agua en la piscina situada en la sacristía.» Todo muy reverente y correcto, pero ¿piscina en la sacristía? Al leerlo por primera vez empecé a imaginarme gente deambulando en traje de baño por la sacristía camino de nadar en su piscina; después miré el diccionario y se disipó mi ignorancia, la última acepción de piscina es la de «Lugar en que se echan y sumen algunas materias sacramentales, como el agua del bautismo, las cenizas de los lienzos que han servido para los óleos, etc.» Es lástima que la OGMR no aclare algo las características que ha de tener esa santa piscina pues yo lo único que he visto en las sacristías es un lavabo. Si, por otra parte, un simple lavabo sirve de piscina la mejor sería que lo dijesen explícitamente.
     En lo relativo a la comunión bajo las dos especies, tras un pequeño canto a las bondades de esa forma, se dedica bastante espacio a insistir el la doctrina de Trento sobre que el comulgar bajo una de las especies es, por así decirlo, comulgar del todo y en que los sacerdotes instruyan a los fieles al respecto –no recuerdo sacerdote alguno que se haya molestado en hacerlo-. Luego describe las formas legítimas de llevar a cabo esa comunión, ninguna de las cuales es la de «coge pan y moja» que he visto varias veces.
     La práctica supresión de la bandeja de la comunión en la Nova Inordinatio trae consecuencias de incumplimiento del punto 287 cuando dice: «Si la comunión del cáliz se hace por intinción, el que va a comulgar, sujetando la bandeja debajo de la barbilla…» Creo que nunca he visto hacerlo así.
     En los inicios del cisma protestante se hizo bandera del «cáliz laico», presentado a modo de reivindicación de los laicos. Ya vemos en que acabó ese cáliz laico y todo el protestantismo. No veo la necesidad de complicarnos las celebraciones con la comunión bajo las dos especies ni he logrado percibir sus maravillosos frutos espirituales; sentimentalismo y sensiblería sí, pero frutos…
DISPOSICIÓN Y ORNATO DE LAS IGLESIAS PARA LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
     El punto 288, sobre lo digno que ha de ser el lugar de la celebración, termina con «los edificios sagrados y los objetos que pertenecen al culto divino sean, en verdad, dignos y bellos, signos y símbolos de las realidades celestiales.» Para gustos los colores, pero calificar de bellos símbolos de las realidades celestiales los edificios y objetos de culto posteriores al Concilio Vaticano II requiere serios esfuerzos. En los puntos siguientes se dan otros consejos bien intencionados sobre la funcionalidad litúrgica y el ornato.
     Hay una disposición que creo se cumple siempre, sin que ello sirva de precedente, la distinción entre el presbiterio y la nave de la iglesia, punto 295, por hallarse elevado o por su estructura y ornato peculiar. Desde modesta capilla a gran basílica no recuerdo haber visto una que no tenga el presbiterio más elevado que la nave, al menos una tarima que incluya altar y alrededores.
     El punto 296 contiene una ambigüedad que no me gusta: «El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el Pueblo de Dios…» ¿Se convoca al Pueblo de Dios al sacrificio o solamente a la mesa? Tal como está redactado más bien me parece que se convoca a la mesa, no al sacrificio; también puede ser que me pase de desconfiado en la búsqueda de resabios de protestantismo.
     El punto 297 dice: «La celebración de la Eucaristía en lugar sagrado debe realizarse sobre un altar; fuera del lugar sagrado…» Recuerdo una parroquia en que, para la vigilia pascual, la celebración máxima del año litúrgico, ponían una mesa –en realidad varias mesas de comedor mejor o peor unidas- en medio de la nave y dejaban abandonado el altar. Pero eso es la Nova Inordinatio, en el Vetus Ordo a nadie se le pasa por la cabeza sustituir un altar por mesas de comedor escolar.
     El punto 298 establece la conveniencia de que en toda iglesia haya un altar fijo, dejando los móviles para otros lugares. En muchas iglesias al abandonar los antiguos altares para celebrar cara al pueblo lo que realmente se hizo fue poner un altar móvil y efectuar todas las celebraciones en él. Si lo miramos con benevolencia se cumple el que haya un altar fijo, pero no se usa.
     La concepción de la Misa como espectáculo vuelve a mostrarse en el punto 299, cuyo inicio es: «El altar se ha de construir separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y celebrar de cara al pueblo, que es lo mejor, donde sea posible.» Esta es la primera vez en toda la OGMR que se menciona explícitamente el «cara al pueblo» y, además, se afirma que es lo mejor; pero, curiosamente, al revés de otras prescripciones para las que se busca justificación teórica, para esta no se intenta. Obsérvese que no se prohíbe celebrar ad orientem ni se ordena destruir los altares unidos a la pared, como se ha hecho en muchos sitios.
     El punto 301 recomienda que la mesa de un altar fijo sea de piedra natural, aunque «puede también emplearse otro material digno, sólido y bien trabajado…» Algún altar he visto hecho de hormigón en bruto en cuya superficie han quedado las huellas del encofrado. Sólido lo es, digno algo menos, pero lo de bien trabajado no paso por ello.
     Siguen diversas disposiciones sobre el altar y su ornato, la sede y los lugares a ocupar por los concelebrantes y ayudantes para pasar después al lugar de los fieles. Nada particularmente llamativo.
     En el punto 307, al hablar de los candeleros, a lo que solemos referirnos como velas, vuelve a enseñar la patita la concepción de la Misa como espectáculo pues han de colocarse de modo que «no impida a los fieles ver fácilmente lo que sobre el altar se hace o se coloca.»
     En el punto 311 se dice: «… En general, es conveniente que se dispongan para su uso bancos o sillas. Sin embargo, la costumbre de reservar asientos a personas privadas debe reprobarse. La disposición de bancos y sillas, sobre todo en las iglesias recientes, sea tal que los fieles puedan adoptar cómodamente las distintas posturas recomendadas para los diversos momentos de la celebración…»
     Recuerdo que de niño, en algunas iglesias, había sillas que tenían dueño y llevaban sus iniciales; pero eso desapareció hace mucho tiempo y supongo que sería herencia de cuando las iglesias no tenían mobiliario para los fieles y el que se quería sentar tenía que llevar su propia silla.
     Que los fieles puedan adoptar las distinta posturas recomendadas incluye el arrodillarse en algunos momentos de la Misa y tiene gracia que se pidan esas facilidades «sobre todo en las iglesias recientes», cuando las iglesias en que se dificulta el arrodillarse suelen ser las recientes y las que conservan mobiliario antiguo están perfectamente preparadas a este respecto. Otra manifestación más de Nova Inordinatio.
     Siguen varios puntos dedicados al sagrario con prescripciones tradicionales y otras que seguramente lo son menos. Debe estar «en una parte de la iglesia muy digna, distinguida, visible, bien adornada y apta para la oración.» ¡He visto cada cosa! Por ejemplo, un sagrario colocado en la nave de la iglesia; ni presbiterio ni capilla lateral, delante de la primera fila de bancos. También se dice: «es más conveniente que el sagrario en el que se reserva la Santísima Eucaristía no esté en el altar donde se celebra la misa.» ¡Claro! Si la Misa se ha de celebrar como espectáculo cara al pueblo no se puede poner encima del altar una caja que quite la vista. «Según una costumbre tradicional, junto al sagrario permanezca siempre encendida una lámpara especial, alimentada con aceite o con cera» lo que se incumple en las numerosas iglesias en que se han puesto lámparas eléctricas y aquí vuelvo a recordar lo que tengo muy metido en la cabeza: se quiere menoscabar la fe en la Presencia Real, incluso sacerdotes no dudosos caen, por el mal ejemplo de otros muchos, en formas de proceder que tienden a ese menoscabo.
     Termina esta parte dedicada a la disposición y ornato de las iglesias con un punto, el 318, dedicado a las imágenes sagradas en que se pide orden, moderación, utilidad pastoral, pero de ninguna manera se ordena destruir los antiguos retablos, como han hecho algunos entusiastas renovadores, ni que haya tal ausencia de imágenes que parezca un templo protestante.
REQUISITOS PARA LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
     Bajo este título se agrupan cosas como el pan y el vino, los vasos sagrados y las vestiduras. Yo más que requisitos lo llamaría materiales para la celebración, pero requisitos pone la OGMR.
     El punto 320 advierte que el pan debe ser exclusivamente de trigo, reciente y, en la Iglesia latina, ázimo. Dejando a un lado las celebraciones con rosquillas y otras extravagancias sacrílegas, creo que es deber de los sacerdotes tomar precauciones para que el pan sea de trigo sin mezcla de otra cosa. No me fío lo más mínimo de las hostias importadas de China por ser más baratas que las que hacen en los conventos españoles de monjas ¿quién nos asegura que son de trigo y solamente de trigo? En cuanto a que sean de preparación reciente ¿acaso las traen en avión desde China? Lo dudo, se busca la baratura, más bien vendrán por mar y la prescripción de «confeccionado recientemente» no se cumple.
     El punto 322 exige que el vino sea puro fruto de la vid, hemos de entender que fermentado, pero sin mezcla de otras cosas. No suele haber incumplimientos en este aspecto, salvo el de algún sacerdote que puesto a hacer originalidades compra una botella de vino cualquiera ¡a saber cómo se habrá elaborado! y se pone a descorcharla en el altar; hasta he padecido uno que nos hizo una monición sobre lo útil que es el sacacorchos. ¡Qué falta de sentido del decoro y dignidad con que debe llevarse el culto a Dios!
     El punto 328 dice: «Los vasos sagrados se deben confeccionar con metales nobles. Si se fabrican con metales oxidables o bien menos noble que el oro, se deberán ordinariamente dorar del todo por dentro.» En los puntos siguientes se habla de la posibilidad de autorizar el uso de otros materiales que no se rompan fácilmente ni se corrompan. También se exige que los vasos sagrados se distingan nítidamente de los que se destinan al uso cotidiano. Estas normas no se refieren solamente al cáliz, sino a copones, patenas y todo recipiente que contenga el Cuerpo o la Sangre de Cristo.
     De acuerdo a lo anterior el uso de cualesquiera vasos de vidrio o cerámica, se rompen fácilmente, es incorrecto, aunque se hayan usado incluso en alguna visita papal a España. No veo motivo válido para usar vasos que no sean metálicos, al menos de latón y siempre con un buen dorado interior. Pero en el desorden novusordista todo vale.
     La piscina reaparece en el punto 334: «Consérvese la tradición de construir en la sacristía una piscina donde verter el agua de las abluciones de los vasos y lienzos sagrados.» Sigue sin darse la menor indicación sobre las características de esa piscina de la que hay sacerdotes que ni han oído hablar.
     El punto 336 vuelve sobre el alba, «común para todos los ministros ordenados e instituidos de cualquier grado», como insustituible para los que han de revestir casulla o dalmática y para los que han de llevar estola aunque sea sin casulla ni dalmática.
     «337. La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la misa y en otras acciones sagradas que directamente se relacionan con ella, es la casulla, mientras no se diga lo contrario, puesta sobre el alba y la estola.» Nunca he visto un oficiante del Vetus Ordo sin casulla, únicamente en alguna fotografía de Santa Misa celebrada en la clandestinidad durante la, por el momento, última persecución religiosa habida en España; pero oficiantes de la Nova Inordinatio sin ella ¡a montones! –no me refiero a concelebraciones en que únicamente el oficiante principal está obligado a llevar casulla-. El que nunca haya padecido ese desprecio a la Misa, a las normas litúrgicas y a los fieles asistentes es que ha asistido a pocas misas o ha tenido una suerte extraordinaria. Por cierto, la celebración de la Santa Misa sin ara, sin ornamentos y utilizando como cáliz un vaso de cristal digno fue autorizada expresamente por el papa Pío XI para los sacerdotes perseguidos en España. Esos celebrantes de la persecución no incumplieron norma alguna y se ganaron el Cielo.
     Una norma que siempre he visto cumplir es la del punto 340 sobre la forma de llevar la estola el presbítero y el diácono. A veces las estolas son extravagantes, pero siempre se llevan bien puestas.
     El punto 344 recomienda que en las vestiduras sagradas se busque la calidad y belleza más en el material y el corte que en los adornos sobreañadidos. Me parece muy bien. Añade que «La ornamentación lleve figuras, imágenes o símbolos que indiquen el uso sagrado, suprimiendo todo lo que a ese uso sagrado no corresponda.» Casi siempre se cumple este precepto sobre ornamentación, pero desde hace años aparecen cosas como esas estolas que llaman étnicas, cuya ornamentación puede que tenga algún significado político indigenista, pero ninguno religioso. Mucho más recientemente padecemos casullas con símbolos de promoción política de la sodomía, lo cual es como para quemar la casulla y al que la lleva; aunque bien pensado no es necesario que lo quememos, ya arderé en el Infierno por promover un pecado mortal y no de los menos graves.
     Los siguientes puntos se refieren a los colores de los ornamentos y, salvo pequeños despistes con el calendario litúrgico, creo que se cumplen satisfactoriamente incluso en medio del desorden en que estamos inmersos.
     Los puntos 348 a 351 piden que todos los demás objetos usados en la liturgia tengan dignidad, limpieza, etc. en particular los libros litúrgicos. Creo que los libros litúrgicos, en sus ediciones para el altar y el ambón, tienen buena presencia: formato adecuado, buen papel, buena encuadernación, su característico color rojo que los distingue en la gran mayoría de los casos de otros libros. En las ocasiones en que el sacerdote sustituye esos libros por otros de distinta procedencia y destino la sensación que me causan es pobre.
ELECCIÓN DE LA MISA Y SUS PARTES
     Hay una serie de puntos, a partir del 352, dedicada a dar margen al celebrante para utilizar las oraciones, lecturas y cantos del día u otros. Se advierte a los sacerdotes que deben atenerse a lo que conviene a los fieles y no a sus propios gustos; también que deben ponerse de acuerdo con sus ayudantes para que todos sepan lo que se va a hacer durante la celebración.
     Sobre el grado de cumplimiento de estos preceptos no es fácil pronunciarse para un laico. Habría que tener a mano el calendario litúrgico, las normas de la OGMR, el misal del altar y los leccionarios para saber si el celebrante está utilizando oraciones y lecturas de entre las que está autorizado a elegir o actúa arbitrariamente. Hay ocasiones en que se nota mucho el incumplimiento; se ve al sacerdote leer una oración más bien mala y nunca antes oída de un librito que no es el misal o se percibe que directamente se está inventando una oración sobre la marcha, pero otros muchos incumplimientos pueden pasar desapercibidos.
     En el punto 357 hay una indicación curiosa: «Para los domingos y solemnidades se señalan tres lectura, es decir, Profeta, Apóstol y Evangelio…» Así que no se llaman primera lectura y segunda lectura, sus nombre correctos son Profeta y Apóstol, cosa que jamás he oído decir a un sacerdote Novus Ordo.
     El punto 361 contiene una facultad muy peligrosa a la hora de elegir los textos a leer «… o cuando se tiene el temor de que un texto vaya a crear alguna dificultad para algún grupo de fieles.» O sea, que el sacerdote puede esquivar los textos que condenen los pecados más del gusto de los asistentes. Simplemente escandaloso. ¡Así nos va!
     El punto 365 da criterios para la elección de plegaria eucarística. Establece que «la plegaria eucarística I, o canon romano, que se puede emplear siempre…» Se puede emplear siempre pero son muchos los que no la emplean nunca. La otras tres plegarias también admiten un uso amplio, pero ¿a qué se debe el poco uso del canon romano? ¿aversión a la herencia litúrgica de los siglos?
MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS NECESIDADES Y MISAS DE DIFUNTOS
     Aquí aparecen nuevas posibilidades de elección para el celebrante a propósito de misas rituales, las relacionadas con la celebración de algún sacramento o sacramental, de misas por diversas necesidades –estas misas han estado clamorosamente ausentes durante la epidemia de covid-19-, de misas votivas, entre las que se recomienda especialmente la de santa María ‘en sábado’, poco usada, y las misas de difuntos. Para un laico vuelve a ser muy difícil saber si el celebrante está cumpliendo o no las normas de todas estas misas.
     Sí hay una norma que se incumple y cada vez más en los últimos años. Punto 382: «En las misas exequiales hágase regularmente una breve homilía, excluyendo todo género de elogio fúnebre.» ¡Y si únicamente tuviésemos que soportar elogios fúnebres y hasta algunas palabras sentimentales de un familiar del difunto al que el sacerdote cede el micrófono! Los disparates doctrinales que hay que oír en tales ocasiones son notables, por acción y por omisión. Desde las afirmaciones de que el difunto está en el Cielo a las de que ha resucitado –lo que resulta chusco en un funeral de cuerpo presente- podemos encontrarnos todo lo que queramos. Del Infierno ni se habla y de purificación rara vez. A la salida de algunos funerales me he preguntado ¿a que fuimos? Si el difunto está en el Cielo, si no tiene la menor necesidad de ayuda para purificarse ni, mucho menos, para que Dios lo haya librado de las penas del Infierno ¿qué falta hacía que se celebrase una misa ni rezásemos?
     Hace bastantes años, cuando empezaron a proliferar los elogios fúnebres en los funerales Nova Inordinatio, pensaba que los sacerdotes habían visto demasiadas películas americanas con sus discursos sobre lo bueno que era el difunto. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que es la falta de fe, que los elogios al difunto son para cubrir la negativa a admitir la existencia del Infierno y el Purgatorio mediante omisión y ocupación: se omite toda mención, incluso indirecta, a esas realidades y se ocupa el tiempo con otras cosas, los elogios.
     Lo anterior es grave por donde quiera que lo miremos, todavía empeora si tenemos en cuenta que a los funerales asisten muchas personas bastante alejadas de la Iglesia y a la pésima doctrina que se inocula en los mismos puede empeorar su situación. Dios atrae con la verdad, aunque sea exigente, con las mentiras de esos sermones no puede atraer a nadie. Hace años que vengo oyendo a sacerdotes decir que se deben aprovechar los funerales para evangelizar a esas personas alejadas, y sobre ello se extiende el punto 385 de la OGMR, pero la realidad de lo que se hace es la opuesta.
LAS ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LOS OBISPOS Y SUS CONFERENCIAS
     Aquí vienen unas consideraciones sobre el obispo y la vida litúrgica así como una recopilación de las competencias que los obispos y conferencias de obispos tienen para adaptar una serie de gestos, acciones y objetos a las circunstancias culturales y materiales de su grey. También se les encomienda la traducción de la Sagrada Escritura y los textos de la Misa, el calendario propio y el proponer adaptaciones a las necesidades de sus fieles.
     Los últimos puntos pueden verse como ingenuidad o como refinada hipocresía; contienen un canto al rito romano, su unidad, su integración de costumbres y cultura de pueblos diversos, etc. Dos fragmentos del punto 397 nos ilustran sobre la contradicción existente entre la reforma de Pablo VI, arrumbando un misal previo madurado durante siglos, y lo que se dice para encubrir lo que se hace:
     «El rito romano constituye una parte notable y preciosa del tesoro y del patrimonio litúrgico de la Iglesia católica, cuya riqueza contribuya al bien de toda la Iglesia, de modo que su pérdida le inflingiría un daño grave.»
     «Con el transcurso de los siglos, este rito no solo ha conservado los usos litúrgicos nacidos de la ciudad de Roma, sino que ha integrado en sí, de un modo profundo, orgánico y armónico, otros que provenían de las costumbres y de la cultura de pueblos diversos…»
     Y si todo tenía tanta riqueza, tanta integración, profundidad y armonía ¿porqué se tiró a la basura inventándose toda una serie de nuevas plegarias eucarísticas, oraciones varias, cambios del calendario litúrgico, normas sobre el desarrollo de las celebraciones, etc.? Por qué y para qué se desató la Nova Inordinatio que padecemos, que está llevando a la Iglesia a la ruina, que ha llevado muchas almas a la ruina y no remedió ningún problema real. ¿No sería mejor volver a la forma de ese rito que estaba tan llena de tesoros litúrgicos? ¿Acaso podríamos empeorar todavía más con ese regreso de lo bueno de siglos?

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