lunes, 15 de diciembre de 2014

Atropello de un peatón


     Hoy, hacia las 12,43 horas, fue atropellado un hombre en la calle Munuza de Gijón. La víctima atravesaba dicha calle de sur a norte por el paso de peatones que hay a la altura de la calle Begoña; un coche que se desplazaba hacia el oeste, único sentido de circulación permitido en ese tramo, por el carril sur, el más próximo a la acera de la que partía el peatón, se detuvo dejándole paso, pero una moto surgió de pronto por el carril norte y lo atropelló.
     Me hallaba en la acera sur de la calle Munuza esperando que se me pusiese en verde el semáforo que hay a la altura de la calle Los Moros; al ver que el coche se paraba dejando pasar al peatón que cruzaba a la altura de la calle Begoña, y que no había ningún otro vehículo en el tramo de la calle Munuza al este de mi posición, por donde habría de venir un vehículo que pudiese alcanzarme, comencé a cruzar la calle. Todavía estaba cruzando cuando oí el ruido del accidente y volví la vista a tiempo para ver completarse la caída de moto y el motorista, además de advertir al poco a la víctima en el suelo.
Pierna izquierda quebrada y doblada
     Dado que breves segundos antes del accidente, cuando comencé a cruzar la calle, no había más vehículo a la vista que el coche parado dejando paso al peatón, la única explicación que se me ocurre es que el motorista viniese en dirección norte-sur por la calle del Instituto, girase hacia el oeste por el carril norte de la calle Munuza e, inicialmente, no viese al peatón por eclipsárselo parcialmente el coche, que era bastante grande; mientras el peatón dio unos pasos alcanzando el carril norte de la calle el motorista recorrió no más de veinte metros alcanzando el paso de peatones sin excederse ni en lentitud ni en atención.
     Cualquiera que sea la explicación el motorista se levantó con gran rapidez, apresurándose a poner en pie la moto, y numerosas personas se dirigieron en ayuda del peatón atropellado; fue sorprendente el número y la rapidez pues aunque me hallaba a unos 35 metros cuando llegué la víctima ya estaba abundantemente rodeada de buenos samaritanos. Un hombre estaba llamando a los servicios de emergencia y otros, que me parecieron actuar con acierto, procuraban que la víctima permaneciese quieta en el suelo y lo cómoda que fuese posible por lo que decidí colaborar no molestando.
     Cuando me alejé la víctima estaba consciente. Sangraba por la cabeza, lo que quizás fuese más escandaloso que grave si bien la persona que avisaba a los servicios de emergencia les dijo que la víctima sufría conmoción cerebral, y tenía doblada la pierna izquierda unos quince centímetros por encima del tobillo de forma que hasta el más ignorante en medicina puede afirmar que tenía rotos tibia y peroné, rotos o hechos astillitas que a ojo y de lejos no distingo tanto.
     Un rato después, mientras guardaba una cola, pensé en el pobre hombre atropellado, de edad ya más que madura; el momento de imprudencia del motorista seguramente le costará meses de operaciones, dolores, rehabilitación y, no sería extraño, dejarle secuelas de por vida. Y pensaba que nos puede pasar a cualquiera y el enorme trastorno que para mi vida tendría ser víctima de una imprudencia así, indicio claro de que estoy viejo pues antes me compadecía de las víctimas pero no me veía como una de ellas.
     Dios conceda al peatón atropellado una pronta y completa recuperación, al motorista más atención a lo que hace en el futuro.

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