sábado, 27 de diciembre de 2014

Indisolubilidad como palabra burladero

     De Dios no se burla nadie.
     En el desdichado Sínodo del pasado octubre, a su alrededor, antes y después, se han producido toda clase de intentos de introducir el divorcio en la Iglesia con el pretexto de misericordias varias, nulidades de matrimonios perfectamente válidos, dispensas del derecho divino, argucias leguleyas...
     A los divorcistas les trae sin cuidado toda la doctrina de la Iglesia, la afirmación del mismo Señor de que casarse con divorciados es adulterio, el respeto a la santidad de la Eucaristía y la más elemental lógica; pero salvo los más asilvestrados todos afirman la indisolubilidad del matrimonio, después proponen alegremente disolverlo. La contradicción es absoluta, pero la palabra burladero con la que pretenden sustraerse a las objeciones de los fieles a Cristo no se les cae de la boca.
     Es digno de mención un caso reciente, y tan disparatado como el que más, las declaraciones del cardenal Martínez Sistach en http://www.elpuntavui.cat/noticia/article/2-societat/5-societat/806389-llesglesia-ha-dobrir-les-seves-portesr.html
     A una pregunta sobre la posibilidad de potenciar las nulidades matrimoniales el Arzobispo de Barcelona responde: “Los católicos que se encuentran en estas situaciones que quieren disolver un matrimonio deberían tener más facilidades para poder llevar adelante una nulidad.”
     En la siguiente, sobre bandos en la Iglesia, afirma: “Yo diría que no hay bandos sino que hay dos maneras de pensar que hasta cierto punto son complementarias... La indisolubilidad del matrimonio cristiano, por ejemplo. Esto lo aceptamos todos. Pero hay unos que se preguntan... y no existe la posibilidad, respetando la indisolubilidad, que haya una nulidad más ancha o que el Papa tuviera, por ejemplo, unas facultades, una dispensa, para disolver un matrimonio que era válido en determinadas circunstancias?”
     Si la primera respuesta del Cardenal-Arzobispo ya es mala, proponiendo disolver matrimonios con el subterfugio de la nulidad, en la segunda respuesta se despendola. Tras el burladero de la palabra indisolubilidad propone la disolución pura y simple de matrimonios válidos. ¿Cómo se puede disolver lo indisoluble? ¿Lo que se puede disolver es indisoluble? ¿En el mismo instante en que se disolviese un matrimonio ese mismo matrimonio conservaría la propiedad de la indisolubilidad? Y así podríamos seguir sumergiéndonos en los abismos del absurdo más antilógico.
     Cabe preguntarse qué razón tienen, personas evidentemente ganadas por el divorcismo de nuestro mundo, perfectamente dispuestas a traicionar la voluntad explícita de Jesucristo, para afirmar una indisolubilidad en la que no creen, pese a que sacarla a colación les introduce en una contradicción lógica insalvable de la que son conscientes (no son deficientes mentales).
     Solamente se me ocurre el enorme asentamiento y prestigio que en la doctrina y la disciplina de la Iglesia ha adquirido el concepto de indisolubilidad matrimonial, conocido hasta por los niños que han recibido una catequesis adecuada. Tenemos una larga tradición de defensa de la indisolubilidad que ya aparece en la redacción de los evangelios; pero seguramente hay un caso, un gesto profético de los de verdad, que se menciona con gran frecuencia cuando se quiere reafirmar la tesis de la indisolubilidad: la resistencia del Papa a las pretensiones de Enrique VIII de Inglaterra pese al enorme coste de tal resistencia.
     No sé cómo saldrá la Iglesia de esta coyuntura desastrosa. Solamente Dios salva y puede suscitar pastores heroicos como los de tiempos antiguos, a los que puede dar la victoria aunque se hallen tan rodeados de traidores.

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