sábado, 15 de octubre de 2016

Vergüenza para los católicos, un respiro para los anglicanos

     El obispo de Amberes, Johan Bonny, ya había avergonzado a la Iglesia con anterioridad, pero ahora ha querido hacerlo con mayor amplitud, sistematizando más sus disparates en forma de libro de conversaciones con otro como él: un presunto teólogo moralista partidario del reconocimiento de las parejas homosexuales.
     Este lobo con mitra dice que no podemos seguir afirmando (él no podrá, yo sí) que no hay otras forma de amor aparte del matrimonio heterosexual. Afirma que el mismo amor existe en un hombre y una mujer que conviven juntos, así como en parejas de gays y de lesbianas (Dios, que es amor, ¿opinará lo mismo?).
     Con semejante base teórica no puede extrañarnos que este Johan Bonny de nuestros pecados proponga elaborar una diversidad de rituales para reconocer la relación de amor entre homosexuales, incluso desde el punto de vista de la Iglesia y de la fe (¿en qué creerá este?). Propone bendiciones para todos: divorciados vueltos a casar, fornicarios simples y parejas del mismo sexo. Pero eso sí, no caigamos en el absoluto relajo; exige que tales parejas sean exclusivas y estables, han de ser perseverantes en el mal. Nada de bendecir una aventura de una noche, eso no alcanza el nivel de pecado que le gusta al Obispo.
     Si Johan Bonny quiere efectuar nuevos progresos en el campo teológico y pastoral le puedo dar algunas ideas: ¿por qué limitarnos al sexto mandamiento? ¿no podrían crearse rituales para bendecir abortos y eutanasias, blasfemias y calumnias, adivinos y ladrones? Naturalmente, los bendecidos con estos nuevos rituales debieran ser perseverantes en sus conductas; no vamos a bendecir al médico que mata a un enfermo, como mínimo que haya liquidado a diez a los largo de dos años.
     Mientras tanto, reunida una parte del anglicanismo en el Cairo, a pesar del bochornoso origen de esas comunidades eclesiales que ni siquiera son iglesias pues sus presuntos obispos carecen de sucesión apostólica, ha proclamado que la unión entre personas homosexuales es contraria al plan de Dios, ofensiva para Él, un trastorno de las intenciones de Dios en lo referente a la complementariedad en las relaciones sexuales.
     No son todos los anglicanos, no los de Inglaterra o Norteamérica degenerados hasta lo inverosímil, sino los de África, Asia y América del Sur, que de paso acusan a los otros de intentar imponerles una nueva forma de servidumbre ideológica y financiera.
     A estos anglicanos del sur les parece poco la condena a las relaciones homosexuales, añaden algo que no queda del todo claro en documentos emanados del Vaticano durante años recientes: toda medida pastoral debe ser conforme a la Ley de Dios. Y en esa línea continúan diciendo más cosas sobre la necesidad de arrepentimiento y el cambio de conducta, o la violación doctrinal que suponen ciertas prácticas pastorales que pueden hacer socialmente más aceptables a las comunidades anglicanas.

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