miércoles, 9 de noviembre de 2016

Por exclusión, me alegra el resultado electoral

     La victoria electoral de Donald Trump me alegra, pero no por entusiasmo sino por instinto de supervivencia. Si uno quiere perseguirme, yo estoy con el otro. Nada más.
     Hillary Clinton es partidaria de perseguir a los católicos –supongo que también a algunos otros que tengan un mínimo de seriedad religiosa- para imponer el aborto y la ideología de género a ultranza. Llegó a decir en 2015 «Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales.» Si eso no significa persecución religiosa ¿qué significa «recursos coercitivos»? Para redondear la persecución propuso eliminar las objeciones de conciencia fundadas en creencias religiosas. Así las cosas el que sea partidaria de obligar a las instituciones católicas a ofrecer aborto, anticonceptivos y esterilización a sus empleados es casi cosa de menos, como la posible corrupción suya y de su marido, etc.
     En algún medio se escribe que Trump ganó derrotando al establishment: a sus rivales republicanos, a Hillary Clinton, a Obama, a Goldman Sachs, a Planned Parenthood, a George Soros… a todo el globalismo. Creo que todo eso es verdad, con Doña Hilaria iba lo peor de cada casa, pero tampoco el ganador es como para entusiasmar: adúltero, hombre de negocios de dudosa solvencia –yo nunca me asociaría con él-, un tanto energúmeno en sus expresiones, con ideas económicas bastante equivocadas, converso provida de última hora (y a saber si sincero). Casi lo único que me gusta de Trump es que muchas de las cosas que ha dicho no podrá llevarlas a cabo porque el Congreso de los Estados Unidos no le dará el dinero ni le aprobará las leyes correspondientes.
     No creo que las declaraciones del Papa Francisco contra Trump traigan consecuencia alguna desfavorable para la Iglesia, a Trump no le importa lo que digan de él. De hecho las enormidades y demonizaciones que muchos le han dedicado han sido un ingrediente fundamental de su triunfo; eran la prueba, ante sus partidarios, de que él estaba firmemente en contra de las élites que desprecian y humillan continuamente a la gente común. No obstante, el Papa debiera reconocer que calificar públicamente a Donald Trump de no cristiano por ser partidario de impedir la inmigración y no tener la menor crítica para una servidora de Satanás, con vocación de perseguidora de la Iglesia, ni es un acierto diplomático, ni es justo, ni es orientar correctamente a los fieles, ni nada de nada.

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