sábado, 19 de mayo de 2018

Los problemas de la Iglesia en Chile se afrontan mal

     En Chile las cosas se han hecho muy mal: una serie de sacerdotes y religiosos cometen abusos sexuales, otra serie de sacerdotes y obispos disimulan, el Papa Francisco se encabezona en no admitir sus errores de elección de obispos y, al final, un enorme descrédito de la Iglesia en ese país y una reunión de obispos de Roma para reconocer a medias lo mal hecho. Afirmo que a medias porque el escrito que el Papa entregó a los obispos chilenos no llama a las cosas por su nombre y así ni se reconoce el mal ni su verdadero origen y gravedad.
     El grueso de los males viene de cuestiones sexuales: abusos sexuales, en muchos casos homosexuales, tolerancia y hasta encubrimiento de los culpables, tolerancia con las actividades homosexuales en seminarios y algunas cosas más. Todo esto se llama pecar contra el Sexto Mandamiento de la Ley de Dios, pecados y algunos de los más graves contra ese mandamiento; pecados contra Dios y, en muchos casos, delitos canónicos y delitos contra las leyes de Chile.
     En el escrito del Papa la palabra «pecado» aparece casi como si se hablase de la sequía o de alguna otra calamidad similar; el pecado en plan genérico más que los concretos del problema chileno. Todos somos pecadores en algo que no se concreta, todos en general pero nadie en particular, salvo una señora que no ha vivido nunca en Chile ni tiene responsabilidad alguna en todo este asunto ¡Santa María Magdalena! Es la única persona citada expresamente en todo el escrito a título de pecadora (perdonada, ¡claro!).
     El pecado capital de la lujuria ni se menciona y conceptos como «Sexto Mandamiento» o «Ley de Dios» brillan por su ausencia. Tampoco esto debe extrañarnos en una persona que se dedica a imponernos a los católicos la idea de que los adúlteros que quieren seguir siéndolo pueden comulgar. Con semejante programa ideológico es mejor no mentar el Sexto Mandamiento.
     En cambio el escrito pontificio le da bastantes vueltas a si la Iglesia en Chile abandonó su carácter profético de otros tiempos o si pone en el centro a Cristo o a otra cosa. No es cuestión de profetizar o dejar de hacerlo, ni de si ponemos en el centro a Cristo o a Buda, se trata de si nos tomamos en serio el Sexto Mandamiento o no, si tenemos un mínimo de prudencia a la hora de admitir y seleccionar sacerdotes y obispos o si somos unos insensatos. Un ateo, ni profeta ni centrado en Cristo, que conociese medianamente la doctrina sobre el Sexto Mandamiento y tuviese un mínimo de sensatez gestora, lo podría haber hecho mejor que muchos de los eclesiásticos chilenos y alguno que vive en Santa Marta.
     La solución final de que todos los obispos de Chile pongan su cargo a disposición del Papa es de un secularismo nauseabundo. Es normal, en política, que todos los ministros de un gobierno dimitan, que todos los cargos de confianza cesen cuando cambia el jefe y cosas así. Pero los obispos no son delegados del Papa, funcionarios pontificios, gobernadores papales de un territorio ni cosa por el estilo; son los representantes de Cristo en su diócesis, tienen autoridad recibida de Cristo, en comunión y bajo autoridad del Papa, pero no como empleados suyos.
     Parece que varios obispos están manchados por acción, omisión o contacto; quizás alguno sea inocente, pero el haber estado con Karadima y no haberse enterado de nada le haga, además de sospechoso, convicto de incapacidad para ver lo que pasa a su alrededor –mala cosa en un obispo-. Pero todos los demás ¿por qué dimiten? ¿Para que en medio de tantos los culpables pasen desapercibidos? ¿Para salvar la cara al Papa que tan mal lo ha hecho en este asunto? ¿Para complacer al Mundo y su prensa? ¿Para cargar con la culpa del fracaso del viaje del Papa a Chile y la ridícula asistencia que tuvo algún acto? (Esta última malicia no se me ha ocurrido a mí. ¡Palabrita del Niño Jesús que la he leído!)
     Como ejemplo de peroración escasa de sentido y utilidad para el caso chileno puedo proponer el siguiente párrafo del escrito del Papa:
     «Duele constatar que, en este último periodo de la historia de la Iglesia chilena, esta inspiración profética perdió fuerza para dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro. No sé qué fue primero, si la pérdida de fuerza profética dio lugar al cambio de centro o el cambio de centro llevó a la pérdida de la profecía que era tan característica en Ustedes. Lo que sí podemos observar es que la Iglesia que era llamada a señalar a Aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14,6) se volvió ella misma el centro de atención. Dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión. Se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro de atención. La dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas, deja en evidencia este “cambio de centro eclesial”. Lejos de disminuir ella para que apareciesen los signos del Resucitado el pecado eclesial ocupó todo el escenario concentrando en sí la atención y las miradas.»
     Me permito dudar que lo ocurrido en Chile sea pérdida de fuerza profética ni cambio de centro, que en todo caso serían comunes a cualquier pecado del Primero al Décimo Mandamiento –siempre que pecamos dejamos de actuar proféticamente y de poner a Cristo en el centro, eso es de Perogrullo-. Lo ocurrido son casos concretos de abusos sexuales y de conciencia encubiertos o pésimamente resueltos. Tampoco creo que la Iglesia que peregrina en Chile haya tenido como principal ocupación y centro esos pecados. Quizás algunos clérigos depravados hayan hecho de sus fechorías el centro de sus vidas, quizás muchos medios de comunicación hayan hecho de los abusos el centro de su información sobre la Iglesia, pero dudo que el común de los clérigos y el pueblo fiel haya pensado en algún momento que lo fundamental en su vida y su fe era el asunto de los abusos. Sí es posible que hayan pensado que eso era lo más dañino para la Iglesia de lo ocurrido en Chile en las últimas décadas.
     Es interesante este otro párrafo del escrito sobre lo necesario y lo suficiente:
     «Los problemas que hoy se viven dentro de la comunidad eclesial no se solucionan solamente abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas; esto –y lo digo claramente- hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá. Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen.»
     En el punto al que se ha llegado en Chile la remoción de personas, y más si son inocentes como la mayoría de los obispos que han presentado su renuncia, puede ser insuficiente para arreglar el problema. Pero creo que lo mismo en Chile que en Estados Unidos, donde hace algunos años hubo un problema semejante y a mayor escala, las cosas sí se hubiesen resuelto con remoción de personas si al primer sacerdote que abusó de un niño se le hubiese fulminado canónicamente, al primer formador de seminario que hiciese insinuaciones homosexuales se le hubiese expulsado a perpetuidad, y así sucesivamente. Como se toleró al primero, una simple reprimenda y un cambio de destino fue todo, el segundo se animó a lo mismo, y luego el tercero y todos los demás. Si se hubiese actuado bien desde el principio la remoción de personas, de poquísimas personas, habría bastado y los resultados habrían sido mucho mejores que los que se puedan obtener ahora con las más efectistas reuniones y renuncias colectivas.
     Que fue el no actuar a tiempo y como es debido en casos concretos de pecados y pecadores concretos, y no cosas tan genéricas, vaporosas y aplicables a cualquier cosa como «todos somos pecadores», «perdida de impulso profético» o «el pecado se ha puesto en el centro» lo reconoce el mismo escrito pontificio, si le aplicamos un mínimo de pensamiento lógico, cuando en las notas al pie números 24 y 25 pone:
     «(24) En el informe de la “Misión especial” mis enviados han podido confirmar que algunos religiosos expulsados de su orden a causa de la inmoralidad de su conducta y tras haberse minimizado la absoluta gravedad de sus hechos delictivos atribuyéndolos a simple debilidad o falta moral, habrían sido acogidos en otras diócesis e incluso, en modo más que imprudente, se les habrían confiado cargos diocesanos o parroquiales que implican un contacto cotidiano y directo con menores de edad.
     »(25) Nuevamente, en ese sentido, me gustaría detenerme en tres situaciones que se desprenden del informe de la “Misión especial”:
     »1. La investigación demuestra que existen graves defectos en el modo de gestionar los casos de delicta graviora que corroboran algunos datos preocupantes que comenzaron a saberse en algunos Dicasterios romanos. Especialmente en el modo de recibir las denuncias o notitiae crimini, pues en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como inverosímiles, lo que eran graves indicios de un efectivo delito. Durante la Visita se ha constado también la existencia de presuntos delitos investigados solo a destiempo o incluso nunca investidos, con el consiguiente escandalo para los denunciantes y para todos aquellos que conocían las presuntas víctimas, familias, amigos, comunidades parroquiales. En otros casos, se ha constado la existencia de gravísimas negligencias en la protección de los niños/as y de los niños/as vulnerables por parte de los Obispos y Superiores religiosos, los cuales tienen una especial responsabilidad en la tarea de proteger al pueblo de Dios.
     »2. Otras circunstancia análoga que me ha causado perplejidad y vergüenza ha sido la lectura de las declaraciones que certifican presiones ejercidas sobre aquellos que debían llevar adelante la instrucción de los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos, evidenciando así una absoluta falta de respeto por el procedimiento canónico y, más aún, unas prácticas reprobables que deberán ser evitadas en el futuro.
     »3. En la misma línea y para poder corroborar que el problema no pertenece a solo un grupo de personas, en el caso de muchos abusadores se detectaron ya graves problemas en ellos en su etapa de formación en el seminario o noviciado. De hecho, constan en las actas de la “Misión especial” graves acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían confiado dichas instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de homosexualidad activa.»

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