miércoles, 28 de noviembre de 2018

Un caso de clericalismo

     El Santo Padre afirma que los abusos sexuales contra menores se deben al clericalismo, yo doy más crédito a los resultados de estudios que atribuyen carácter homosexual a cuatro quintos de esos abusos, pero al no ser un punto doctrinal no temo que esta discrepancia con el Papa Francisco vaya a suponer mi condenación. Pienso que es mucho más peligroso el engaño al que se ha inducido a miles de católicos que viven en adulterio, con el propósito de seguir viviendo en adulterio, para que comulguen después de un proceso de discernimiento que no discierne nada.
     Voy a exponer un caso de verdadero y maligno clericalismo, de abuso del poder clerical contra los fieles, sus costumbres, su devoción, su forma de adorar a Cristo: la comunión de pie y en la mano. No me refiero a que actualmente sea canónicamente delictiva, sino al modo en que se llegó a ella: su implantación en rebeldía contra la norma cuando no estaba autorizada y el impedir la comunión de rodillas cuando sigue siendo legítima.
     Contaré lo que he experimentado, saltándome los antecedentes históricos de los siglos de legítima recepción de la comunión en la mano y los de ilegítima introducción de esa forma a mediados del siglo XX en países que han alcanzado el más clamoroso estado de desastre eclesial. Era joven cuando el 12 de febrero de 1976 la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino autorizó que en España se recibiese la comunión en la mano, a petición de la Conferencia Episcopal Española. Es decir, que pasé toda mi infancia y llegué a la juventud sin conocer otro modo legítimo de comulgar más que de rodillas y en la boca, sin desearlo ni solicitarlo, sin que nadie de mi extensa y bastante católica familia solicitase el cambio, sin ver por la calle manifestaciones con pancartas que dijesen «queremos la comunión en la mano». Eso sí, ya en años anteriores padecí sacerdotes, especialmente jesuitas, que distribuían la comunión de las formas más arbitrarias, ilícitas. De lo anterior deduzco que el pedir a Culto Divino la comunión de pie y en la mano fue una iniciativa clerical, no laical, no del Pueblo de Dios en su conjunto; es decir, que ya de partida el asunto tenía cierto tufillo de clericalismo.
     La autorización de la comunión en la mano vino acompañada de proclamas e instrucciones tales como: «La concesión no suplanta la costumbre de recibir la Sagrada Forma en la boca.», «Los fieles que se acercan a comulgar podrán optar libremente por recibir la comunión en la boca o en la mano.», «Los ministros de la Eucaristía han de tener sumo cuidado en respetar la voluntad del comulgante y no deben violentar su sensibilidad ni imponer uno de los modos exclusivamente.» ¿A que tiene gracia leer estas cosas de 1976? Pero ¿qué pasó en realidad? Muchos sacerdotes destruyeron los comulgatorios –los sacerdotes, no los perseguidores de la Iglesia como cuarenta años antes- poniendo bastante complicado el comulgar de rodillas y en la boca; ridiculizaron, en catequesis y predicaciones, a los que pretendían recibir en la boca; se negaron a dar la comunión en la boca aunque fuese de pie, etc. Imposición clerical y más imposición clerical; clericalismo en estado puro.
     Los clérigos modernistas y clericales –no todo clérigo cae en el defecto del clericalismo-, rebeldes frente a las normas de la Iglesia y tiránicos cuando imponen a los fieles las que ellos se inventan, se dedicaron a expeler una serie de razones autoexculpatorias para sus tropelías: que si un adulto come por si solo y no se le mete la comida en la boca, que si el arrodillarse para comulgar es una teología anticuada… ¿Será anticuado adorar a Dios, dar signos externos de suma reverencia? ¿Es la Comunión el mismo género de comida que un bocadillo de tortilla, debe tratarse y recibirse igual? En fin ¡lo que hemos tenido que ver y oír!
     ¿Resultado de todo esto? La trivialización de la Comunión, como mínimo y para empezar, que unida a la predicación y práctica demoledora del sentido del pecado y el sacramento de la Penitencia da: sacrilegios y profanaciones incontables, mucha comunión y poco utilidad espiritual –no olvidemos que los sacramentos son perfectos por parte de Cristo, pero aprovechan a cada uno según su disposición-, un oscurecimiento de la fe en la Presencia Real, un impulso más en la ola de desafección a la fe y práctica católicas que lleva a la apostasía masiva y el vaciamiento de nuestros templos.
     ¡Lejos de mí decir que «después de» es lo mismo que «a causa de»! Pero todo se encadena, encaja perfectamente, en la mecánica que durante medio siglo nos ha llevado al actual desastre eclesial español, y eso, si hace falta ¡lo juro!
     Quiero terminar declarando mi visión de fondo en este punto y otros muchos problemas que afligen a la Iglesia: la importancia de la obediencia a Dios y a la Iglesia. No se trata de si comulgamos de rodillas, de pie o sentados; de si la misa se celebra en un idioma u otro, mirando todos hacia oriente o mirándonos unos a otros; de si los sacerdotes llevan sotana o camisas de estilo camionero; y así un largo etcétera. Las formas no me son indiferentes pues creo que unas son mucho mejores que otras, pero incluso así no son el problema.
     El verdadero problema es el de la obediencia. El capítulo 10 de la Epístola a los Hebreos nos presenta la entrada de Cristo en el mundo diciéndole al Padre: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». A continuación el autor inspirado nos explica «Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo». Es la obediencia la que salva, la que agrada al Padre, la que obtiene bendiciones; la obediencia de un sacerdote que celebra la misa con arreglo a las normas litúrgicas y no como le da la gana; la obediencia de un sacerdote, fraile o monja que viste el traje clerical o el hábito establecido; la obediencia de un sacerdote que facilita a los fieles el recibir los sacramentos de las formas autorizadas y que ellos pueden elegir legítimamente. Si el Señor nos salvó del amargo fruto de la desobediencia de Adán con su perfecta conformidad a la voluntad del Padre ¿de qué sirve celebrar su sacrificio en desobediencia litúrgica? ¿qué fruto puede esperarse de la administración de sacramentos en desobediencia litúrgica e incluso doctrinal? ¿qué puede salir de una vida de presbítero o religioso vivida en desobediencia canónica?
     Llevamos muchos años de desobediencia generalizada en obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas –tampoco los simples fieles somos inocentes- y así nos va. Esta falta de obediencia corre pareja con el mucho tiempo que lleva sin ejercerse apenas la autoridad disciplinar en la Iglesia: no se excomulga a los herejes, no se expulsa a los sacerdotes que profanan los sacramentos, no se exige el cumplimiento de los votos a los religiosos, no se advierte severamente a los fieles de sus deberes… y así nos va.

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