lunes, 14 de octubre de 2019

¿A qué fui al funeral?

     Hoy asistí al funeral de un buen creyente, devoto practicante, colaborador de la Iglesia y que, además, me caía bien por su amable y afectuoso trato. Todo bien. Si no voy al funeral de personas así ¿a cuáles voy a ir?
     La homilía fue francamente favorable al difunto aunque sin caer en excesos, dejó margen para la eventual canonización (no todos los sacerdotes lo dejan). Pero me fijé en que no aparecieron palabras ni conceptos como pecado, purificación, ayuda de los vivos a los difuntos o mínima alusión a remota posibilidad de condenación. Empecé a fijarme más en lo que se decía y advertí que en la oración universal no aparecía tampoco ninguno de esos conceptos y, en el resto de las oraciones de la misa, tampoco aparecían, al menos en relación expresa al difunto concreto por el que, presuntamente, se celebraba el funeral.
     ¿A qué fuimos al funeral los siete celebrantes y más de cien asistentes? Los demás no lo sé; yo fui a pedir a Dios, para empezar por lo mayor, que libre de las penas del Infierno a esa persona estimada y, puestos a pedir no quedemos cortos, que si necesita purificación acepte mis pobres oraciones, unidas al sacrificio de Cristo que en ese funeral se celebraba, en beneficio de ella. Así lo hice porque yo ya fui con la lección aprendida, desde el catecismo de niño, no por lo que dijeron y rezaron los celebrantes de ese funeral que no se dignaron darme pista alguna al respecto.

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