Ni sínodo, ni diaconisas, ni sacerdotes casados, ni proclamas ecologistas, ni obispos alemanes, ni rito amazónico, ni procesiones con barcas e imágenes de la Pachamama, ni nada de nada. Lo único que hace falta para ser católico es fe.
Mientras en el Vaticano se celebraban ceremonias idolátricas y nuestro lamentable Papa pedía disculpas porque unas personas cogieron ídolos, a los que se estaba dando culto en un templo católico, y los tiraron al río, en Sudán del Sur, una absoluta porquería de país en continua guerra y miseria, un grupo de católicos decidió que era totalmente incompatible la fe con conservar imágenes de ídolos y brujería y pidió a todos los vecinos del pueblo –un pueblo en medio de la selva en el que la Santa Misa se celebra bajo grandes árboles a falta de templo- que renunciasen a ellas o renunciasen a su pertenencia a la Iglesia. Dios los tenía de su mano, mucho más que a los reunidos en el sínodo del bochorno, y parece que todos eligieron apartarse de los ídolos y servir al Señor.
Según cuenta, emocionado, el misionero que acudió este pasado domingo a celebrarles la Santa Misa, durante el entusiasta canto del Credo hicieron una fogata y arrojaron a ella los ídolos, con el feliz resultado que es de suponer, y, por si fuera poco, tras la quema y antes de reincorporarse a la celebración, se purificaron con agua por haber estado demasiado cerca de esas imágenes. ¿Qué estarían haciendo a esa misma hora los neopaganos sinodales?
Me declaro hermano en la fe de esos católicos de Sudán del Sur, de los del sínodo primo lejano, como mucho, y a los italianos que arrojaron los ídolos al río Tíber una advertencia: su intención fue muy buena, pero su ejecución deficiente; lo tradicional en materia de ídolos es quemarlos y si así lo hubiesen hecho nadie los habría podido repescar y volver a poner en el templo de Santa Maria in Transpontina. Mantengamos las sanas tradiciones, los ídolos se queman en el tiempo presente; el fuego para los idólatras vendrá después de su muerte.
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