jueves, 2 de junio de 2022

La conspiración de las estelas químicas

     Hay quienes sostienen que existe una conspiración en cuya virtud un buen número de aviones, que vistos desde tierra parecen unos más de los muchos aviones de pasajeros que hay en vuelo por todo el mundo, van soltando aerosoles de diversas sustancias químicas con fines maléficos: alterar el clima, controlar la conducta de las personas, provocar epidemias, dañar las cosechas y algunas cosas más. Su grito de guerra podría ser ¡nos están fumigando! Parece que esta teoría empezó a difundirse a partir de que en 1996 se publicase algún informe sobre modificación del clima por parte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Obsérvese que la fecha próxima a la gran expansión de Internet entre el público, esa tierra en que arraiga cualquier semilla buena o mala, ese lugar de reunión de las cabezas más diversas donde lo que dijo un célebre torero «Hay gente pa tó.» es más cierto que en cualquier otro sitio.
     No entrarían en el apartado de conspiración, con el secretismo que suele connotar esa palabra, los casos en que las personas o instituciones implicadas anuncian públicamente sus objetivos, el cómo, cuándo y dónde realizan sus experimentos para provocar lluvia, evitar granizo, defoliar selvas con un objetivo bélico, etc. Los fines pueden ser benéficos o malvados, fracasar o alcanzar sus objetivos, pero son algo distinto de la conspiración de las estelas químicas aunque puedan tener conexiones ¿y qué no está conectado en este mundo?
     Por el hecho de utilizar hidrocarburos como combustible, los aviones a reacción expulsan de sus motores agua, al igual que automóviles o barcos que utilizan tales combustibles. La única diferencia es que los aviones expulsan ese agua en capas de la atmósfera tan frías que el vapor de agua puede convertirse en hielo y hacerse visible rápidamente. Las estelas de condensación se forman al mezclarse los gases calientes y abundantes en agua, que salen de los motores, con el aire frío por el que vuelan. El agua no solamente se vuelve líquida, sino que se congela formando partículas de hielo que, por ser pequeñas como lo son las gotas de agua de las nubes, aparecen blancas a la vista y no llegan a caer perceptiblemente, como sí lo hacen las bolas de granizo, hielo en porciones mucho mayores.
     Si se observa con alguna atención se verá que la estela de un reactor no se vuelve visible directamente a la salida de los motores, sino más atrás, hacia la cola del avión o incluso más atrás; se necesita un poco de tiempo, una fracción de segundo, para que se mezcle el suficiente aire frío con los gases de escape y la temperatura de la mezcla sea lo suficientemente baja como para formarse hielo.
     La anterior observación permite diferenciar claramente entre estela de condensación y fumigación con aerosoles. Al fumigar las pequeñas partículas sólidas o líquidas ya salen formadas de la boquilla por la que se expulsan; el chorro con aspecto de humo es visible desde que sale del avión, no necesita ningún tiempo para que se formen las pequeñas partículas que dispersan la luz y permiten ver el chorro.
     Los partidarios de las estelas químicas afirman que si una estela es visible durante poco tiempo, hacia medio minuto, es una estela de condensación, pero si dura más es una estela química, son sustancias químicas arrojadas por un avión que trabaja para los conspiradores. Esta distinción no tiene fundamento por lo ya indicado sobre su invisibilidad inicial y por el comportamiento del agua en sus distintos estados, como puede apreciarse con la siguiente analogía.
     ¿Cuánto dura un cubito de hielo fuera de la nevera? Pues los días fríos más y los días calientes menos. Si un cubito tarda mucho en fundirse, mejor que pensar en una conspiración, deberemos mirar si la temperatura ambiental es baja. Más todavía. Si el cubito de hielo lo arrojamos al exterior en medio de una helada no se fundirá; hasta puede ocurrir que aumente de tamaño por deposición (sublimación inversa) del vapor de agua atmosférico. Esto último no es proceso improbable que ocurre dificilísimamente; lo vemos todos los días en nuestros congeladores, o si no ¿cómo se forma ese hielo que nos obliga a descongelar de vez en cuando?
     El que la estela de condensación de un avión dure más o menos tiempo depende de la temperatura y humedad de la capa de aire en que se produce. Cuanta mayor temperatura antes sublimará el hielo de la estela y se volverá invisible, cuanta mayor humedad más tardará en sublimar y volverse invisible. Si las condiciones de temperatura y humedad son tales que vapor de agua presente en la atmósfera puede depositarse sobre los cristales de hielo iniciales, la estela puede ser muy duradera y hasta dar lugar a nubes según las clasificaciones de la Organización Meteorológica Mundial.
     Algunos partidarios de las estelas químicas muestras fotografías en que se ven dos aviones, uno cuya estela desaparece pronto y otro que deja una muy persistente; afirman que el segundo está fumigando, no dejando atrás una estela de condensación. No reparan en que los aviones vuelan a distintas alturas, más que nada para no chocar, y por tanto en capas de aire de distintas temperaturas y humedades en que la evolución temporal de las estelas puede ser muy diferente. Incluso es perfectamente normal que la estela del avión que vuela a más altura dure menos que la del que vuela más bajo si vuelan en la estratosfera, zona en la que hay poca mezcla vertical del aire y la temperatura aumenta con la altura.
     También hay teóricos de la conspiración que pretenden demostrar que una estela de condensación ha de durar poco mostrando el caso de las fugacísimas estelas que se observan con frecuencia tras las puntas de las alas de los aviones e incluso tras los alerones de coches de carreras. Lamentablemente esas personas no saben distinguir la mezcla isóbara (a presión constante) de fluidos de distinta temperatura del enfriamiento de un gas por expansión adiabática (sin intercambio de calor con el ambiente).
     Al movernos obligamos al aire a que se mueva, creamos zonas en que el aire se comprime y otras en que se expande, creamos torbellinos y fenómenos varios. Si la velocidad a la que nos movemos es grande, caso de los aviones y coches de carrera, y la humedad relativa del aire también lo es, puede ocurrir que algunas de esas expansiones sean suficientes como para que el vapor de agua se vuelva líquido. Esto se debe a que el aire en una expansión adiabática disminuye su temperatura, como la gran mayoría de los gases, pudiendo ser suficiente esa bajada para condensar el vapor de agua. El enfriamiento es adiabático, sin intercambio de calor con el ambiente, porque esos cambios de volumen al paso del vehículo son rápidos, no da tiempo al intercambio de calor con el ambiente, y la estela desaparece en una fracción de segundo porque el aire recupera rápidamente sus condiciones iniciales y al enfriamiento adiabático por expansión sigue un calentamiento adiabático por compresión que eleva la temperatura devolviendo al estado gaseoso las gotitas de agua.
     La observación de enfriamientos y calentamientos adiabáticos está al alcance de todos. Es frecuente ver nubes lenticulares sobre montañas, nubes que permanecen sobre una montaña a pesar de que el viento sople y debería llevárselas. Es un caso claro de proceso adiabático. Al subir el viento por una ladera de la montaña la presión disminuye con la altura, a menor presión mayor volumen, se produce una expansión adiabática del aire con el consiguiente enfriamiento y el agua condensa formando una nube. Al bajar el viento por la otra ladera la presión aumenta, el aire se comprime aumentado su temperatura y las gotitas de agua se evaporan. La nube que se forma al subir se evapora al bajar, por eso la vemos como si estuviese fija encima de la montaña.
     A mis alumnos les ponía un ejemplo más casero para observar los fenómenos adiabáticos. Al hinchar una rueda de bicicleta con una bomba manual observamos, al menos si hinchamos con casi todas nuestras fuerzas, que la válvula de la rueda se calienta, incluso tenemos que retirar los dedos al tocarla porque nos quema. Eso se debe a que al comprimir el aire en la bomba lo sometemos a unas condiciones próximas a las de compresión adiabática, su temperatura aumenta, y no un grado centígrado o dos sino bastante más, y ese aire comprimido calienta la válvula por la que entra en el neumático.
     Pasando del terreno de las explicaciones termodinámicas elementales a las dudas sobre la técnica de fumigación hay que preguntar a los partidarios de la teoría de las esquelas químicas algunas cosas.
     Afirman, y muestran fotografías, que los aviones fumigadores dan pasadas en paralelo y en perpendicular. ¿Para qué? Los agricultores que fumigan, o siembran (también hay técnicas de siembra desde el aire), con avionetas dan pasadas en paralelo, en cada pasada cubren una franja de terreno y una vez cubierto todo el terreno ya no dan pasadas en perpendicular con las anteriores. Sería gastar tiempo, combustible, dinero y aumentar el riesgo de accidentes para nada.
     Otra pregunta posible es: los aviones fumigadores actúan desde miles de metros de altura, los aerosoles van a tardar mucho en llegar a tierra, a juzgar por el pequeño o nulo descenso que se observa en las estelas tardarán un mínimo de varios días en llegar a tierra, mientras tanto el viento los llevará a cientos o miles de kilómetros de distancia ¿para qué dar varias pasadas en paralelo a unos pocos kilómetros unas de otras? ¿no basta una sola pasada fumigadora, con ayuda del viento, para cubrir cientos de miles o millones de kilómetros cuadrados?
     Si se pretende fumigar con aerosoles que tardan días en descender ¿no sería más discreto, más difícil de descubrir por los vigías de conspiraciones, si fumigasen de noche y preferiblemente noches sin luna? Es otra duda que me asalta.
     En esta conspiración fumigadora hay dinero, combustible, aviones, tripulaciones, aeródromos donde se cargan los aerosoles maléficos, fábricas en que se producen, posibilidad de accidentes en que queden elementos de la conspiración al descubierto, más de veinte años en que autores, cómplices y encubridores pueden irse de la lengua… y por lo tanto conviene reducir la cantidad de personas, instalaciones y vuelos implicados. No se me ocurre explicación para fumigar en múltiples pasadas, incluso perpendiculares y en pleno día, si se pretende mantener un mínimo de secreto. Dada la persistencia de los aerosoles en la atmósfera ni en caso de ciertas operaciones de geoingeniería, como reducir la luz solar que llega a la superficie terrestre, hay razón para fumigar de tan visible manera.
     A mis objeciones sobre la técnica de fumigación podrían responder, al menos los más fervorosos de la teoría, que lo hacen de forma tan abierta e ineficaz para despistar a los que vivimos alegres y confiados proporcionándonos argumentos con que desechar las advertencias de los que están despiertos y vigilantes frente a esta conspiración. Entraríamos así en un círculo en que la prueba de que hay conspiración es que no hay pruebas de la conspiración, porque la conspiración está tan bien urdida que no deja cabos sueltos, y el que no podamos encontrar evidencias hace evidente lo poderosos, inteligentes e infiltrados por doquier de los conspiradores… ¡y dale que te pego!
     Tratándose de estelas, cubiertos con piadosos velos los problemas relativos a su termodinámica y el extraño interés de los conspiradores en hacerlas tan visibles, podemos centrarnos en su composición química y propósitos. En cuanto a composición es muy frecuente que se hable de aluminio, bario y estroncio, como componentes concretos, y de otras sustancias misteriosas cuya composición no aclaran los denunciantes de las estelas químicas. En cuanto a propósitos los hay muy variados: alterar el clima de manera no especificada, producir una disminución de temperatura, originar sequías, originar inundaciones, originar huracanes, alterar la química del suelo con propósitos no especificados, dañar las cosechas, dañar la flora autóctona, provocar enfermedades, disminuir la población mundial, conseguir el control de nuestras mentes y conducta… Cada uno puede elegir, casi todos los males del mundo caben en una estela química, quizás hasta los que se contradicen.
     Conviene observar que los propósitos como reducir la población mundial y dañar las cosechas no se han alcanzado; con pequeños sobresaltos epidémicos, bélicos y económicos la población mundial sigue creciendo y la producción de alimentos también. La generalización de unas cuantas vacunas tienen mucho más efecto en la población que todas las estelas de los aviones. En cuanto a la alteración del clima, si es el caso de que se esté produciendo, hay otra explicación que no interviene en conspiraciones conocidas: el dióxido de carbono.
     Respecto al control de nuestras mentes y conductas por parte de los gobiernos o de otros poderes se alcanzan tintes que llegan a lo religioso. Entre los partidarios de la teoría de las estelas químicas es frecuente afirmar que se nos fumiga para alterar nuestro comportamiento moral con resultados patentes en el desenfreno que domina el mundo, particularmente las sociedades occidentales. El rechazo a la más elemental lógica, ley natural o moral religiosa presente en innumerables personas e instituciones, así como en las normas legales que se han impuesto en las últimas décadas sería, al menos en parte, resultado de esa fumigación mediante estelas químicas.
     Sobre esto me permito señalar que Adán y Eva cometieron el pecado original sin haber padecido el efecto de las estelas químicas. La acción de Satanás y demás ángeles caídos se ha manifestado a través de toda la historia en épocas en que no existían aviones y los seres humanos padecemos una inclinación al mal que no necesita el apoyo de ninguna sustancia química dispersada en el aire. Repasar los siglos, los imperios, su vida real, instituciones y costumbres reales, no los relatos idealizados y heroicos, es encontrarse con una sucesión de errores y horrores que ninguna fumigación puede superar. Sin ir más lejos, la implantación de algunos de los regímenes más perversos y pervertidores de las poblaciones sometidas a ellos, casos del comunismo en Rusia y el nazismo en Alemania, no tuvo lo más mínimo que ver con estelas químicas.
     En la actualidad con más bienes materiales, estados omnipotentes sin rumbo moral, medios de comunicación pervertidores omnipresentes, etc. todo alcanza mayor escala, es más patente y más espectacular, pero no mucho peor. Ya el profeta Elías se quejaba de que el pueblo se había apartado de Dios y se le reveló la existencia de siete mil cuyas rodillas no se habían doblado ante Baal (1 R 19). Esa era la situación en tiempos de Elías y sigue siéndolo en los nuestros, con estelas químicas o sin ellas.
     La verdadera fumigación que padecemos en nuestros días es la de las televisiones, vídeos, canciones, planes de estudios, compañeros de trabajo y similares que halagan nuestros instintos –sobre todo si son sexuales y depravados-, nos ofrecen valoraciones falsas de todos los hechos con significado moral –sustituyen estar casado por tener pareja, vivir en adulterio por rehacer la vida…- y predican el sometimiento irracional a cualquier ley por contraria que sea al orden establecido por Dios o a la más mínima lógica.
     Los católicos llevamos décadas padeciendo nuestra propia fumigación con sacerdotes, frailes y monjas que no paran de hacer y decir disparates ¡y si únicamente fuese el bajo clero! Así hemos llegado a un pueblo católico con tal deformación doctrinal y litúrgica que son pocos los que no caen en la herejía o en la indiferencia. Se ha llegado a una Iglesia que más que en salida hacia las periferias está en estampida hacia el precipicio.
     De la fumigación de nuestro pensamiento, nuestra conciencia, nuestra alma, no de unas sustancias químicas de más o de menos, tenemos que cuidarnos. Contra las fumigaciones satánicas que sufrimos solamente valen cosas como la gracia y sus manifestaciones: mantenernos firmes en la fe que nos da criterios seguros, mantener contra viento y marea los criterios sobre el bien y el mal o juzgar con criterio racional cuanto vemos y oímos frente a la irracionalidad sensiblera mayoritaria.
     También habría que preguntarse por esas drogas que mueven la voluntad, con dosis ínfimas, hacia un objetivo ideológico muy determinado. Por lo que sabemos las drogas, llamadas ahora recreativas, producen efectos bastante diferentes en distintas personas o en distintos momentos, como el que una persona pase de la euforia a la depresión, pase de la pasividad a la agresividad con los demás o consigo. Es todo un logro que alguien haya conseguido drogas estables en la atmósfera por largos periodos, con la limitación química que supone que han de ser moléculas pequeñas para permanecer en el aire, de efecto tan homogéneos sobre la población y todo ello mezclándolas en una masa de aire de cinco trillones de kilogramos, en que un millón de toneladas de droga supondría bastante menos de una parte en mil millones de aire ¡inverosímil!
     Pero no tenemos que buscar esas drogas tan avanzadas, toda esa parte de la teoría conspirativa no es más que manifestación de dos tendencias muy extendidas: la de sacarnos de encima nuestra responsabilidad individual y la de buscar culpables de las cosas que no están sometidas a la voluntad humana.
     Llevamos mucho tiempo en que está de moda atribuir a la sociedad, la educación recibida, la falta de oportunidades, la opresión y otros agentes impersonales y poco definidos –que por ello tampoco pueden defenderse- la culpa de conductas individuales como el robo, el asesinato, el terrorismo o las adicciones. Estas conductas individuales sí tienen un culpable muy concreto: la persona que las realiza, pero se busca transferir la culpa a lo que no es persona ni puede realizar nada.
     El buscar culpables de las cosas que no están sometidas a la voluntad humana tiene larguísima tradición. Se han buscado culpables de malas cosechas, plagas, epidemias –en épocas en que nadie sabía nada de su causa y propagación-, tempestades y de toda clase de males de la naturaleza o la sociedad. Según tiempos y lugares se cargaba la culpa a las brujas –y se las quemaba- o a los judíos –se asaltaban sus barrios, saqueaban y asesinaban- o a los cristianos… Desde que la Inquisición española, a principios del siglo XVII, dictaminó que la brujería no era real culpar a las brujas ha ido perdiendo crédito. Desde 1945 está mal visto, no como antes, echar la culpa a los judíos. Los malos malísimos actuales son multimillonarios, mundialistas, grandes empresas y similares. Para cualquier cosa se echa mano de esos malos, algo así como el «Detengan a los sospechosos habituales.» de la película Casablanca. Muchos de los sospechosos habituales tienen ideas de lo más perversas que los hacen dignos de toda desconfianza moral y hacen por difundir sus ideas y ponerlas en práctica, pero de ahí a que sean capaces de originar los males que en otros tiempos se atribuían a brujas y judíos hay todo un trecho.
     En aspectos químicos, agrícolas, meteorológicos y otros susceptibles de un estudio científicamente serio por parte de las ciencias experimentales, los partidarios de las estelas químicas le dan muchas vueltas a la Geoingeniería: que si hay estudios teóricos y modelos climáticos, que si el aluminio en la estratosfera podría… que si se redujese la radiación solar que llega a la superficie terrestre… que si existen muchas patentes sobre modos de modificar el clima. Sí, cada uno puede imaginarse las formas que le dé la gana de modificar el clima y hasta puede patentarlas, pero ¿se han llevado a cabo, intentado siquiera, se han introducido en la estratosfera millones de toneladas de aluminio en polvo o hecho otras cosas semejantes? No. Y si algo se ha intentando no son esas estelas que dejan los aviones pues está claro que son de condensación y no de aerosoles arrojados por los mismos aviones.
     ¿Que hay muchos estudios y patentes? En una carrera académica hay poca relación entre ascenso y obtención de resultados aplicables realmente en la práctica y queda bien poner en el currículum que se tiene alguna patente. No solamente los académicos, muchas grandes empresas se dedican a patentar todo lo patentable aunque se trate de cosas que nunca han podido experimentar ni haya la menor garantía de que puedan hacerse reales. No pensemos en las patentes como algo muy serio: después de mucho discurrir, calcular y trabajar en un prototipo hasta que logra hacerlo funcionar bien el inventor solicita una patente para proteger su derecho a ganar dinero con el gran progreso que ha conseguido para la humanidad ¡Ni de broma! Gran parte de las patentes son: voy a patentar esta idea acerca de como se podría hacer algo, por si algún día alguien encuentra la forma de hacer de verdad ese algo y entonces le obligo a pagarme pese a que no fui capaz de hacer nada con la idea.
     Los partidarios de las estelas químicas hablan mucho de lluvia en que aparece aluminio, estroncio y bario, de suelos alcalinizados por los compuestos de estos metales y de vegetación que se muere a consecuencia de esta fumigación.
     No es fácil saber si el agua de lluvia contiene ciertas sustancias químicas por haber sido arrojadas intencionadamente o porque el viento lleva polvo de un sitio para otro, a veces a miles de kilómetros de distancia y en direcciones que a pocos se les ocurrirían (hace algunos años se ha descubierto que grandes cantidades de polvo del Sahara atraviesan el océano Atlántico y caen sobre Amazonia) ¡Cómo para saber el origen de las cosas que podemos encontrar en el agua de lluvia! Esto sin entrar a discutir si se hizo bien la recogida y análisis de las muestras.
     Respecto al aumento del pH de algunos suelos, si el objetivo de la fumigación fuese obtener tal alcalinización, sería más barato y se disimularía mejor si se lanzase carbonato de calcio, el abundantísimo y ubicuo carbonato de calcio del que nadie podría asegurar un origen no natural. No es que el aluminio, estroncio y bario sean tan raros como para poder decir que si aparecen es que alguien los introdujo intencionadamente, pero con el calcio dictaminarlo como de origen antrópico se volvería imposible.
     La muerte de ciertos vegetales, incluso de gran parte de los árboles de un bosque, aquí o allá puede tener muchas causas; una nada infrecuente es la aparición de una plaga nunca antes presente en la zona de la mortandad; otra ha sido la lluvia ácida con origen en el uso de combustibles azufrados. Dictaminar, así porque sí, que unos vegetales se han muerto por la caída de pequeñas cantidades de aluminio, estroncio o bario es temerario. La visión según la cual, si el ser humano se mantiene al margen, los ecosistemas siguen eternamente inmutables es una visión totalmente errada y propia de los que confunden la naturaleza con un jardín botánico. Es perfectamente normal que en una zona, de forma cíclica o no, vegetales y animales modifiquen su abundancia, que algunos lleguen a desaparecer y aparezcan otros. Algunos ecosistemas que hoy hacen alcanzar el éxtasis a los ecologistas tienen solamente unos siglos de existencia y, si nada se hace para impedirlo, dentro de otros cuantos siglos los habrán sustituido ecosistemas muy distintos.
     Otra objeción a poner a estas observaciones de ámbito tan reducido sobre composición química de la lluvia, vegetación que se muere o suelos que se alcalinizan es la propia técnica de la pretendida fumigación: lanzar aerosoles desde miles de metros de altura que el viento arrastrará a cientos o miles de kilómetros antes de que lleguen a la superficie terrestre. Según esto los efectos de la fumigación tendría que observarse en continentes enteros y no en pequeñas zonas; por todas partes tendrían que estar ocurriendo esas cosas que nos muestran en sitios muy particulares.
     No deja de ser pintoresca la afirmación, de algunos creyentes en la conspiración, según la cual hasta el 20% de la radiación solar que llegaba antes a la superficie terrestre ha dejado de llegar a causa de las estelas químicas. Si alguien logra conjugar esta afirmación con las que otros muchos hacen sobre calentamiento global se le agradecerá.
     Hay afirmaciones de que por las estelas químicas el cielo ha dejado de ser azul. Eso del cielo azul, el mar azul y hasta el Danubio azul, como dice algún vals, no es más que simplificación que da mucho juego a los poetas. El cielo puede ser azul claro, azul oscuro, blanquecino o grisáceo, depende de las condiciones meteorológicas. No hay ninguna ley de la naturaleza que diga que el cielo tiene que ser azul siempre y todas partes.
     La atribución de problemas como asma, déficit de atención, Alzheimer o autismo a la fumigación con aluminio es meramente arbitraria. Para empezar habría que distinguir si estos problemas se han hecho más frecuentes o lo único que pasa es que se diagnostican más. En otros tiempos a nadie se le diagnosticaba autismo, en tal caso era el tonto del pueblo; ahora, además de los autistas propiamente dichos, se le diagnostica algún trastorno del espectro autista a mucha gente perfectamente capaz de valerse en todos los aspectos de la vida. En un mundo con tantos estímulos visuales electrónicos ¿qué tiene de raro que a muchos niños les cueste fijar su atención en algo, sobre todo si es tan poco divertido como estudiar? ¿Y qué decir de enfermedades degenerativas, afecten al cerebro, al corazón o a cualquier otro órgano? Pues que de algo nos tenemos que morir, y si cada vez alcanzamos mayor longevidad cada vez habrá más oportunidades de que se manifiesten enfermedades degenerativas que eran raras en el pasado.
     Sobre la modificación del clima son tantas las cosas que dicen los partidarios de las estelas químicas que es difícil creerlas todas o incluso una parte. Algunos afirman que hace ya unos setenta años se intentaron modificaciones sin éxito o incluso con resultados desastrosos no especificados. Otros dicen que hace unos cincuenta años los soviéticos hicieron ese tipo de experimentos y por ello nevó en Miami (mejor no preguntar lo que nevó en Siberia, debió ser terrible). Se habla de retener la humedad en el aire impidiendo que llueva, aunque lo habitual es que los aerosoles facilitan las precipitaciones al servir de núcleos de condensación. Afirman que nieva a temperatura superiores a 0ºC, cuando un copo de nieve que llegue a entrar en una capa de aire por encima de esa temperatura se funde fulminantemente y en ese caso podríamos tener lluvia, no una nevada. Se extrañan de los cambios de temperatura de un día para otro, como si no hubiese vientos procedentes de zonas frías y cálidas que puedan traernos un día una cosa y otro la contraria. En fin, cosas raras que les pasan a los de la conspiración.
     Una de las cosas más fantásticas que se pueden oír es la introducción de aerosoles en la atmósfera para luego calentarlos mediante ondas de radio y con ese calentamiento expandir el aire de un anticiclón. Seguramente habría que dispersar en el aire partículas conductoras de la electricidad, y no los habitualmente denunciados compuestos de aluminio, estroncio y bario que son no conductores; pero el verdadero problema de ese intento de caldeo es el energético.
     La cantidad de energía necesaria para calentar un anticiclón excede todo lo factible. Si quisiésemos calentar un mísero grado centígrado el aire contenido en un único kilómetro de altura sobre una zona de diez mil kilómetros cuadrados, algo mucho menor que un anticiclón típico, necesitaríamos toda la energía eléctrica producida en todo el mundo durante una hora. ¡Cómo para andar calentando anticiclones con ondas de radio! ¿De dónde sacaría el país que pretendiese hacerlo la energía eléctrica necesaria para emitir tanta onda de radio a la vez que mantuviese en funcionamiento su industria y hogares? Las cantidades de energía implicadas en los fenómenos meteorológicos exceden la capacidad humana de producir y manejar energía.
     Claro que los conspiradores juegan a todas las bandas. Al parecer esa emisión de ondas de radio para calentar el aire se utiliza también en sistemas de baja presión para provocar granizadas en que las bolas de granizo sean muy grandes. Debe ser algo así como bombardear un territorio pero sin necesidad de aviones que suelten bombas, basta que suelten estelas químicas. En este caso la cantidad de energía tampoco sería desdeñable, aunque quizás no tanta como en el caso del anticiclón.
     Los partidarios de las estelas químicas les dan vueltas y más vueltas a las aplicaciones políticas y militares que tendría controlar el clima: de conseguir dañar a un régimen político con malas cosechas a que el ejército propio disponga de buenas condiciones meteorológicas para operar mientras que el mal tiempo impide moverse al enemigo. Que si esta o aquella rama de las fuerzas armadas hizo un estudio sobre esas ventajas y hasta lo bueno que hubiese sido para Napoleón en Rusia… ¿Y qué? Que a cualquier ejército le iría estupendamente controlar las condiciones meteorológicas es una perogrullada; hay que tener muchos oficiales ociosos en el estado mayor para perder el tiempo en escribir tales cosas. Lo esencial es ¿podemos o no podemos modificar el tiempo a nuestra conveniencia? No. Y eso lo sabemos todos, lo saben los que escriben esos estudios y los teóricos de la conspiración que le dan muchas vueltas sin ser capaces de mostrar una solo ejemplo de técnica que funcione, que dé resultados reproducibles y observables por todos. Intentos se han llevado a cabo, pero éxitos claros ninguno.
     Para reforzar la idea de que hay interés militar en el clima se añade que también hay interés en el mundo de los negocios. Prever con antelación si las cosechas serán buenas o malas permitiría hacer grandes negocios y por ello… ¡Pues claro! Otra perogrullada como la del interés militar. Hace miles de años que los agricultores se interesan por este asunto y hasta se cuenta de un filósofo presocrático –no recuerdo su nombre- que gano mucho dinero cuando, por algunos signos, logró predecir la cosecha de aceituna. Pero todo esto no pasa de ser otra forma de disimular la falta de pruebas esparciendo sospechas sobre más gente. A falta de poder mostrar una técnica de modificación del clima que funcione extendamos las sospechas sobre más gente.
     Dada la gran falta de pruebas que veo en toda la teoría conspirativa de las estelas químicas propongo a sus partidarios que hagan algo bastante fácil en el estado actual de internet y las redes sociales: formar una red de observadores que sigan a los aviones sospechosos. Cada vez que un observador crea ver un avión soltando sustancias químicas informa del lugar y rumbo para que el siguiente observador, que podría estar a más de cien kilómetros, continúe su seguimiento y así hasta ver donde aterriza y quienes descienden de él. Sospecho que en muchos casos le seguirían hasta un aeropuerto comercial y verían descender turistas, pero eso se debe a que no soy un creyente en la conspiración. Quizás los que llevan la voz cantante en la promoción de la teoría (hay quien saca ganancia con vídeos y conferencias) ya saben lo que yo sospecho y por ello no promueven el seguimiento que sugiero. Otra posibilidad, aunque me parece remota, es que yo sea un absoluto genio y sea el primero al que se le ha ocurrido seguir los aviones fumigadores.
     Comprendo que para los aficionados a las conspiraciones todo este escrito es decepcionante, pero ¡ánimo! les ofrezco otra conspiración a la que aficionarse ¡que nadie se quede huérfano de conspiraciones! Toda esta atención a las inexistentes estelas químicas es una conspiración para distraernos de lo que de verdad ocurre en el mundo, para distraer a la gente de los problemas reales, las maniobras políticas y económicas que se llevan a cabo. Mucha gente que ocupando su inteligencia en cosas reales podría hacerles mucho daño a los conspiradores, distraída con tonterías deja de ser peligrosa y se vuelve manejable en su despiste. «Panem et circenses», en sus diversas variantes, es una fórmula que lleva funcionando miles de años y a la vista está que se puede distraer a mucha gente con invenciones sin fundamento.

1 comentario:

  1. Mucha coherencia en el artículo. También es verdad que es muy llamativa la uniformidad de leyes positivas que defecan cada día los gobiernos occidentales, supongo que los orientales serán iguales o peores, contra la humanidad. Esa uniformidad es la que da pie a creer en esas cosas tan raras como es lo que, tan bien, nos explica en el artículo.

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