viernes, 6 de febrero de 2015

La Iglesia tiene que adaptarse a los tiempos

... al menos en España, pues los que peregrinamos en este rincón del mundo padecemos una serie de inadaptaciones, ilusiones vanas y fosilizaciones que dan pena.
     Quizás la primera adaptación sea la de reconocer que el país en que vivimos es materialista, pagano y anticatólico, y dejar de decir que “las raíces católicas del pueblo español son profundas”. Los pueblos no existen como tales, son únicamente conjuntos de personas, sobre cuyos integrantes no todos están de acuerdo, preguntemos a los diversos separatistas que hay en España, cuyas circunstancias dan lugar a cierta agrupación sociopolítica. Cada persona tiene creencias, herencia familiar, biografía, voluntad propia; pero los pueblos solamente tienen estadísticas, resultados de encuestas y hechos políticos. En este sentido España y su pueblo tienen poco de católicos.
     En alguna encuesta se declaran católicos unas tres cuartas partes de los españoles ¿y qué? Si miramos encuestas sobre ateos, agnósticos, creyentes en Dios, Jesucristo, vida eterna, cielo e infierno nos damos cuenta de que los católicos no pueden ser tantos, no hay tantos que crean en las doctrinas católicas más elementales; hasta hay un quinto de los españoles que dicen creer en la reencarnación, doctrina ajena a lo católico y a cualquier tradición española u occidental. Si añadimos que la mitad de los españoles, e incluso más, responden favorablemente cuando se les pregunta sobre toda clase de aberraciones en materia de vida, matrimonio, familia... imposible sostener esa fantasía de una amplia mayoría de españoles católicos.
     Si miramos a la asignación tributaria en favor de la Iglesia, que no cuesta dinero alguno a los declarantes del Impuesto sobre la Renta, solamente la tercera parte de los contribuyentes quieren que se dé algo a la Iglesia. Una persona que no quiere que se dé dinero a la Iglesia cuando no lo tiene que darlo ella, ¿qué será si el dinero tiene que salir de su bolsillo? ¿qué clase de catolicismo es el suyo? Debe ser uno que no incluye el mandamiento de “ayudar a la Iglesia en sus necesidades”.
     La disminución de españoles que contraen matrimonio como Dios manda y la Iglesia nos enseña ha sido espectacular en los últimos diez o veinte años. En algunas zonas de España los matrimonios canónicos ya se reducen a una quinta parte del total. En toda España el crecimiento del concubinato, sin matrimonio verdadero o falso de por medio, ha sido enorme por lo que el descenso en la proporción de españoles que plantean su vida familiar en conformidad con la fe católica es mucho mayor de lo que parece si únicamente nos fijamos en el descenso de la proporción de matrimonios celebrados en el seno de la Iglesia.
     La décima parte de los españoles, incluso una octava parte, declara asistir a misa los domingos ¡ya nos estamos acercando a la realidad católica de España! No es que la Religión católica consista en asistir a la misa dominical, pero tampoco anda la cosa muy lejos ni cabe esperar grandes fervores católicos, coherencia de vida y defensa de la fe por parte de los que no van a misa.
     Las consideraciones anteriores sobre el número de católicos se basan en el conjunto de la población, si se hacen sobre las capas más jóvenes de la población las cosas son mucho peores, y no olvidemos la cantinela esa de “los jóvenes son el futuro”. Pues la Iglesia no tiene futuro en España.
     Todo lo anterior se basa en números, respuestas de los españoles a encuestas y estadísticas sobre algunos comportamientos, porque si el número de católicos se midiese por influencia social y política los resultados serían peores. La influencia social es pequeña, la política nula.
     La Iglesia tiene en España muchas cosas que no son más que eso, cosas. Si se usasen para el bien darían lugar a una presencia e influencia importantes, pero mal usadas sirven para acelerar la degeneración católica del pueblo español.
     La Iglesia tiene muchos centros de enseñanza, en buena parte totalmente secularizados en manos de órdenes religiosas que llevan décadas traicionando a Cristo. Tiene una cadena de radio, que se dedica a transmitir partidos de fútbol, y una cadena de televisión que emite películas del oeste y tertulias futbolísticas. Catedrales impresionantes, que en muchos casos son vistas por sus mismos responsables como atracciones turísticas, casi vacías de culto ¿y qué impresión religiosa causa un presunto templo sin culto? Numerosas casas religiosas casi vacías, y en bastantes casos la mayor desgracia es que no estén vacías del todo. Unas veinte mil parroquias de las que buena parte son mera ficción canónica y folclórica sin parroquianos ni párroco propio.
     En política se ha pasado de la obsesión de algunos obispos, allá por 1977 cuando se inició el actual periodo democrático, por evitar la existencia de partidos políticos confesionales a una situación en la que todos los partidos o son explícitamente laicistas o ni hacen ni piensan hacer nada contra el laicismo y da lo mismo que los católicos voten o no pues políticamente sus votos son nulos. Parece que en la España actual el laicismo, puro y simple anticatolicismo, y la nulidad política de los católicos son las únicas consecuencias prácticas de “las profundas raíces católicas del pueblo español”. En esta situación un obispo, al que los anticatólicos tratan de llevar de vez en cuando a los tribunales, ha dicho que los principales partidos políticos españoles son estructuras de pecado, con lo que estoy de acuerdo y pienso que lo mejor es mantenerse alejado de ellos.
     Tras las recientes elecciones en Grecia un partido con pocos votos, que a ingredientes nacionalistas y hasta xenófobos une la defensa de la Iglesia Ortodoxa griega, ha bastado para detener en seco el programa laicista y homosexualista de los ganadores de las elecciones. Desde 1977 en España ningún partido ha frenado ni tenido voluntad de frenar ese tipo de carreras hacia el precipicio.
     Visto todo lo anterior la primera adaptación a los tiempos que tiene que hacer la Iglesia en España es la de reconocer la realidad no católica, y en amplias capas anticatólica, del pueblo español, de sus personalidades destacadas, políticos y autoridades. Las ideas, las declaraciones, los actos, la organización, el uso de las cosas deben adaptarse a la muy penosa realidad de que peregrinamos en un país de misión especialmente hostil a la fe católica, a esa segunda evangelización tan necesaria como improbable.
     A este respecto la única noticia buena, o casi, que he leído últimamente es la de que en España hay quinientos sacerdotes extranjeros desempeñando tareas pastorales ante la carencia de clero indígena. Por la fuerza de los hechos empezamos a ser país de misión. Todavía hay varios miles de misioneros españoles por el mundo, proceden de mejores tiempos; ya son viejos y no van a tener reemplazo hispano. Hemos sido país misionero y empezamos a serlo de misión; es una ventaja de la catolicidad de la Iglesia, cuando unos hermanos se hunden otros de fe más pujante los auxilian.
     La realidad social y política debiera llevar a un comportamiento más claro de separación de Iglesia y Estado por parte de la Iglesia, evitando cualquier apariencia de que obispos, párrocos o cualquier otra instancia eclesiástica convalida, aunque solamente sea de manera simbólica, con su mera presencia o sus declaraciones a las autoridades estatales y sus políticas. Todavía pueden encontrarse eclesiásticos con algún resabio de “alianza del Altar y el Trono”, se nota especialmente en actitudes ante la monarquía. La Iglesia tiene que pasar claramente a la oposición, no política, evidentemente, sino doctrinal, simbólica, ejemplar.
     A este respecto puede empezarse con cosas muy simples: nada de invitar autoridades estatales a actos religiosos, nada de declaraciones y comunicados de prensa complacientes a cada cambio político, nada de declaraciones genéricas antes de cada elección (para no decir nada mejor te quedas callado), nada de colegios religiosos siguiendo las políticas estatales y hasta adelantándolas, nada de radios y televisiones emitiendo las mismas tonterías que las de los paganos (si no saben emitir algo medianamente católico que las apaguen), nada de preocuparse por lo que puedan decir los enemigos (ya sabemos que siempre estarán en contra de Dios y todo lo bueno), nada de contemporizar en el interior de la Iglesia con toda clase de herejes y traidores (el que quiera ser católico adentro y el que no a la calle). Es necesario distinguir claramente entre pueblo español y pueblo de Dios que peregrina en España, la realidad sociopolítica no tiene nada que ver con la religiosa; sus celebraciones, autoridades, simbolismo y objetivos son diferentes, en la situación actual más bien contrapuestos, y la Iglesia debe dejarlo bien claro, debe iluminar sobre esto como sobre todo. Y cuidado con los funerales de estado; una celebración no puede ser a la vez de la Iglesia católica y del Estado neopagano y anticatólica, no celebramos lo mismo. Si se muere un político católico consecuente, rara avis, o hay unas víctimas de catástrofes o del terrorismo y parece conveniente hacerles un funeral de gran solemnidad, se les hace, pero sin invitar a autoridades estatales; si alguna quiere ir que vaya, como cualquier otro fiel o infiel que entra en un templo católico, y se ponga donde pueda si encuentra sitio libre.
     La Iglesia tiene que adaptar su organización a su realidad numérica y económica, en este aspecto estamos muy fosilizados. Por ejemplo, en España hay unas veinte mil parroquias, seguramente con menos de trescientos católicos practicantes de media; demasiada parroquia para tan poco fiel, sobre todo si tenemos en cuenta que la distribución de los católicos, concentrados como todos los españoles en las ciudades, no se corresponde con la de las parroquias, mayoritariamente rurales. El resultado es multitud de parroquias que son un mero formalismo canónico con mínimo culto, mínimo número de fieles y mínimos ingresos para, siquiera, arreglar el tejado. Es materialmente imposible mantener tanto edificio con tan pocos fieles y tan poco generosos, tampoco tiene sentido tanto esfuerzo para mantener una estructura que cubre un territorio mayormente desértico.
     Un caso extremo de inadaptación organizativa es el de la diócesis de Oviedo con unas novecientas parroquias, cuatrocientos sacerdotes, dieciséis mil bienes inmuebles y, siendo optimista, algo más de cien mil católicos practicantes.
     Novecientas parroquias, la mayor parte en una zona rural deshabitada, con unos pocos viejos que si quisieran podrían ir a misa uno o dos pueblos más allá ahorrando más de la mitad de las parroquias. Unos cuatrocientos sacerdotes residentes en la diócesis, la mayoría tan viejos que pronto serán doscientos y muchos ya inútiles para el trabajo pastoral. La disfuncionalidad de tanta parroquia para los sacerdotes realmente disponibles se pone de manifiesto con el hecho de que los hay a cargo de diez y más parroquias (el campeón debe tener unas quince a su cargo) ¿y qué función real cumple un párroco de tanta parroquia? ¿puede siquiera hacer lo que podríamos llamar más de trámite: decir misa, conocer algo sus parroquias, cuidar los edificios, llevar los libros...? Me permito dudarlo.
     Lo que en esta diócesis de Oviedo ya es el colmo de la falta de adaptación a lo necesario y útil para la Iglesia en los tiempos que corremos es lo de los dieciséis mil bienes inmuebles que arrojó un inventario concluido hace algunos meses. Unos novecientos templos parroquiales, mil quinientas capillas, cientos de cementerios parroquiales y casas parroquiales, locales dedicados a la caridad o la formación, catedral, seminario, etc. pero para llegar al número de dieciséis mil hay que añadir otras diez mil propiedades de toda clase sin utilidad alguna para la misión de la Iglesia; fuentes de la administración de la Diócesis lo reconocieron al presentar el inventario: hay multitud de pequeñas fincas rústicas que no tienen apenas ni valor ni utilidad y, por el contrario, originan problemas de mantenimiento. Tampoco hacía falta que lo dijesen expresamente, en las cuentas del año 2013 figuran “ingresos de patrimonio y otras actividades” de menos de cuatrocientos mil euros ¡unos cuarenta euros al año por cada inmueble! Con semejante rendimiento ¿de verdad vale la pena tener tantas cosas? Los bienes inmuebles de la diócesis de Oviedo ¿producen siquiera lo que costó su inventario?
     Yo, que no tengo la menor vocación de pobreza, me he negado a las reiteradas propuestas de adquirir inmuebles que no me interesaban, que ni cubrían mis necesidades de vivienda ni me producirían dinero alguno, solamente trabajos y gastos. Porque ese es el problema, lo que no es de provecho es perjudicial; los bienes inmuebles traen pleitos de límites con los vecinos, gastos de conservación o reclamaciones y requerimientos si no se lleva a cabo, críticas, siempre críticas sobre todo si se trata de la Iglesia, tiempo y energías. Cuando gastamos nuestro limitado tiempo, capacidad de atención y gestión en cosas inútiles seguro que acabamos descuidando cosas de mayor importancia.
     Creo que la diócesis de Oviedo, y seguro que la mitad o más de las otras españolas, debería adaptarse a los tiempos deshaciéndose del excesivo follaje orgánico e inmobiliario. No necesitamos ni podemos hacer nada útil con tanta parroquia sin fieles ni tantos inmuebles improductivos. Las parroquias habría que fusionarlas, hablando previamente y de manera individual con los fieles que asisten a misa, son tan pocos que sería perfectamente posible, para explicarles la situación y alternativas. Los bienes inmuebles habría que venderlos o incluso regalarlos cuando son prácticamente invendibles por los ínfimos valores inmobiliarios en zonas rurales despobladas; en algunos casos hasta se podrían entregar a los descendientes de los donantes con lo que la Iglesia quedaría bien y gratis. También está eso tan socorrido de darlos a los pobres, pero la verdad es que muchos de esos bienes ni para los pobres sirven.
     La Iglesia en España necesita alguna adaptación más a los tiempos: quitarse complejos y mandar a paseo a todos los que vienen con historias del franquismo, echar a todos los sacerdotes indisciplinados y herejes que no quieran volverse a la disciplina y la fe, disolver órdenes religiosas que se han pervertido, descalificar a buena parte de los colegios que actualmente se califican de católicos si no adoptan la doctrina y la moral católica en sus enseñanzas y profesorado, etc. Pero esto se alargaría mucho.

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