viernes, 16 de octubre de 2015

Cuando hacer el bien requiere dejar de hacerlo

     Acabo de leer la noticia de que las Misioneras de la Caridad han dejado de tramitar adopciones en la India a raíz de nuevas normas gubernamentales que obligan a entregar niños a solteros al igual que a casados. Las Misioneras, que son buenísimas pero no tontas, saben que eso se presta a la adopción por parte de homosexuales y no están dispuestas a colaborar en semejante disparate, si bien la portavoz de la Congregación, pía mujer ella, lo dijo de manera más suave «… arriesgarse cuando es algo que concierne a los niños. Cuando se trata de padres solteros, no podemos saber con seguridad si les importan realmente los niños. ¿Qué pasaría si nuestros niños son maltratados?». El bien de los niños es proporcionarles como padres adoptivos a un hombre y una mujer unidos en matrimonio, y lo demás o son chapuzas bienintencionadas o son aberraciones políticamente correctas. Creo que su madre fundadora, la Beata Teresa de Calcuta, las ha iluminado desde el Cielo, si es que no las había instruido suficientemente durante su peregrinar por este mundo.
     Hace algunos años las agencias católicas de adopción en Gran Bretaña cerraron al exigírseles que entregasen los niños por igual a homosexuales y matrimonios. Con la ayuda de Dios, si es que no les bastó la mera razón natural, se dieron cuenta de inmediato –antes de que la legislación entrase en vigor y se viesen forzadas– de que eso es un disparate y de que si las fuerzas del mal nos impiden hacer el bien en un campo de actividad hay que dejarlo y dedicarse a otra cosa.
     Años atrás, San Juan Pablo II, ordenó que las instituciones católicas dedicadas al asesoramiento de las embarazadas en Alemania dejasen de dar certificados a las mujeres que habían recibido sus servicios, pues tales documentos únicamente servían como requisito legal para abortar. Hombre de gran santidad y sabiduría de las cosas de Dios, vio claro que expedir tales certificados era una colaboración con el mal y si el no darlos hacía que las embarazadas no pasasen por esos centros católicos ¡lástima!, pero no se puede colaborar en los trámites de los abortos con el pretexto de que, quizás, alguna acabe desistiendo de abortar.
     Algo semejante tenemos en el caso de diversos hospitales de los que la Iglesia debería salir corriendo como si la persiguiese el Diablo, lo que además es cierto. Hay, al menos en España, centros sanitarios en que la Iglesia tiene alguna parte de la propiedad, o forma parte de fundaciones que los controlan, o… y en ellos se practican abortos, fecundaciones artificiales con su cortejo de congelación de embriones –que en gran parte de los casos ha de terminar en muerte–, y otros pecados similares. Si el obispado, la orden religiosa o cualquier otro católico decente (no digo que todas las órdenes religiosas lo sean en la actualidad) tienen el poder de impedir esas prácticas o de cerrar el establecimiento, deben hacerlo, y si no marcharse y no servir de pantalla ni ser el tonto útil de la cultura de la muerte. Cada día que un representante católico sigue formando parte del gobierno de esos centros sirve únicamente para que se digan cosas como: “los que se oponen al aborto son extremistas, los católicos normales reconocen que hay casos en que…” o “seguimos las normas del comité de ética aprobadas por los patronos de la fundación, entre los que está el representante del obispado”. Y dejémonos de tonterías de que si no estuviésemos sería peor, que si la asistencia espiritual a los enfermos hospitalizados, que si… La asistencia espiritual va por otro camino que no es el del prestar cobertura al crimen, y si pasase obligatoriamente por ese camino habría que dejar de prestarla.
     Cristo murió para dar vida a su Iglesia, la Esposa fiel que da testimonio de su Esposo y no se dedica a extrañas componendas. Para dar testimonio los mártires abandonan esta vida, en la que no pueden seguir por impedírselo las exigencias de sus verdugos; de la misma manera hemos de abandonar esas actividades en las que no podemos seguir por las exigencias que nos ponen leyes injustas de diversos países y las situaciones de hecho en que se hallan inmersas algunas instituciones católicas.
     Hubo un célebre arquitecto que tenía entre sus máximas la de «menos es más»; pues a veces hacer menos cosas, estar metido en menos sitios es más testimonio.

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