sábado, 6 de febrero de 2016

Dos clérigos que no piensan bien lo que dicen y hacen

     El Papa Francisco ha protagonizado un nuevo vídeo sin mención a Dios, a Jesucristo o a algo específicamente católico. Ningún símbolo católico visible: un crucifijo, una imagen de la Virgen; la cruz pectoral siempre oculta por el papel o por el borde de la mesa como en el vídeo de enero. Al menos esta vez no aparece una imagen de Buda, vamos mejorando.
     Lo más religioso que dice es «que cuidemos de la creación recibida como un don». No dice quien ha hecho el regalo, pero ya que utiliza la palabra «creación» cabe suponer una levísima alusión a Dios. También resulta curioso que exponiendo sus intenciones de oración para febrero, eso dice la publicidad del vídeo, el Papa jamás haga la menor alusión a conceptos como «rezar», «orar» o «pedir a Dios».
     En vez del Vicario de Cristo con su sotana blanca, el vídeo podría protagonizarlo un dirigente masónico con mandil.
     El cardenal Fernando Sebastián ha publicado sus memorias, y dado el disparate que ha incluido en ellas mejor se le hubiese olvidado todo. Hasta ahora yo siempre había leído de él buena doctrina, defensa de la fe católica, excelente sentido; pero no es fácil nadar todo el tiempo contra corriente y ha caído en la moda, como tantos otros.
     En su libro de memorias ha incluido las siguientes consideraciones sobre el sacerdocio: «No veo con claridad que tengamos que considerar como algo definitivamente cerrado la cuestión de la ordenación sacerdotal de las mujeres. No parece que sea una cuestión de fe. Pienso que si, pasado el tiempo, la Iglesia lo ve conveniente para el bien de las almas podría reconsiderarlo. Pero sin entrar en esta cuestión, con la debida preparación, podríamos ordenar a algunos viri probati, solteros, viudos o casados, como presbíteros de segundo grado y ministros de la Eucaristía… Ministros de la Eucaristía casados que, bajo la dirección y la autoridad de un presbítero, celebren la Eucaristía en varios puntos dentro de una misma parroquia.»
     En lo relativo al sacerdocio femenino el Cardenal desprecia la enseñanza infalible de San Juan Pablo II en su Carta Apostólica Ordenatio Sacerdotalis que dice: «Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.» El Papa santo lo considera definitivo, el Cardenal no lo considera definitivo ¿a quién seguiremos? Yo al Papa santo.
     El Cardenal también desprecia el criterio de discernimiento católico: «Quod semper, quod ubique, quod ab omnibus». Pocas cosas han sido observadas con mayor universalidad y constancia en el catolicismo que el sacerdocio masculino; solamente en tiempos muy recientes y con orígenes extracatólicos muy claros se ha introducido en algunos miembros de la Iglesia la idea de ordenar mujeres.
     Lo de los presbíteros de segundo grado tiene su miga. El Señor estableció el Orden y sus grados, la Iglesia no puede subdividir el presbiterado en dos grados. O se es presbítero o no se es; o se es y se puede celebrar la Eucaristía válidamente, incluso si se hace de manera ilícita, o no se es presbítero y no se puede celebrar la Eucaristía válidamente por mucha dirección y autoridad que haya de un verdadero presbítero.
     Creo que el cardenal Sebastián Aguilar sugiere que junto a los presbíteros que ya tenemos, con una gran preparación de años en instituciones específicas, los seminarios, se ordene presbíteros a hombres con escasa preparación específica, aunque buenos católicos, y a tales presbíteros poco preparados se les confíen las tareas materialmente más sencillas: digamos que celebrar una misa mirando en el calendario litúrgico las oraciones que corresponden al día y leyendo del misal no es demasiado difícil, en cambio predicar y escuchar confesiones requiere mucha más formación. ¿El presbítero de primera le daría escrita la homilía al de segunda para que no metiese la pata?
     Creo que a finales del siglo XIX existían los llamados «curas de misa y olla» cuyos estudios sacerdotales duraban únicamente tres años, era una forma de cubrir parroquias rurales a falta de sacerdotes más cualificados. No sé si la experiencia fue buena o mala, supongo que no demasiado satisfactoria cuando se suprimió ese tipo de formación sacerdotal tan breve. Y me temo que lo que propone el Cardenal sea una formación todavía más corta.

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