lunes, 22 de febrero de 2016

Otro disgusto en el centro y otra alegría en la periferia

     Decididamente, es necesario ir a las periferias de la Iglesia para alegrarnos viendo que compartimos la fe con otros católicos, pues en el centro se halla mucha confusión, y aún soy muy caritativo calificando.
     El cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura; o sea, que está en el centro de la Iglesia, trabaja en la misma Ciudad del Vaticano y no precisamente de jardinero, se nos descuelga publicando un artículo algo contemporizador con la Masonería en un semanario masónico. Después de examinar el artículo entero, en gran parte de repaso benévolo de la historia, veo que la parte contemporizadora es pequeña pero suficiente para que Gran Maestre de la Masonería italiana haya escrito un comunicado mostrándose de acuerdo con el Cardenal.
     Creo que los católicos no necesitamos más confusión de la que ya tenemos, no necesitamos que Su Eminencia la aumente dando a los masones la posibilidad de titular su artículo «Queridos Hermanos Masones» y diciendo que coincidimos con ellos en cosas como la beneficencia o la defensa de la dignidad humana. Para empezar, lo católico no es la beneficencia ni la solidaridad, sino la caridad, una virtud que hace referencia a Dios y no a la mera simpatía que nos inspiren otros animales de nuestra misma especie; en cuanto a la defensa de la dignidad humana por parte de una secta que promueve la legalización del aborto por doquier ¿está de broma el Señor Cardenal?
     Si Gianfranco Ravasi desea encontrar puntos de coincidencia con personas, a priori, bastante ajenas al catolicismo puede ir a la Epístola de Santiago y leer «Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien. Hasta los demonios lo creen y tiemblan.» Pero esta coincidencia no hace aconsejable una colaboración entre la Iglesia y esos demonios para difundir en el mundo la creencia monoteísta.
     El Arzobispo de Ottawa no está en el centro de la Iglesia, ni siquiera en el centro del catolicismo canadiense que fue, antes de primaveras postconciliares y progresismos arrasadores, Montreal; pero ese hombre se ocupa de cuestiones de verdadero interés católico, de buena doctrina y vida.
     Monseñor Terrence Prendergast, en vez de limitarse a un bla, bla, bla sobre la dignidad de la vida humana desde su inicio a su fin natural y cosas así, ante la legalización de la eutanasia ha instruido a clérigos y laicos sobre el grave pecado que supone el suicidio o el solicitar que te asesinen, que semejantes pecados son del todo incompatibles con los sacramentos y, por tanto, no se puede administrar la Unción de Enfermos ni ningún otro sacramento a los que manifiestan esa voluntad, ni se pueden perdonar pecados futuros ni los sacerdotes deben estar presentes cuando se lleven a cabo tales crímenes. Rezar por el suicida y su familia, sí, pero cualquier presencia o acto que parezca condonar tan grave pecado, ni hablar.
     En la web de la Archidiócesis de Ottawa hay instrucciones sobre el vino de misa o los ayunos y abstinencias en Cuaresma. ¿Menudencias? A mí me parece fe, fe en la realidad de la Transubstanciación, fe en el valor de las prácticas penitenciales, fe en la Iglesia que ha hecho siempre lo correcto en uno y otro campo y eso es lo que debemos seguir haciendo.

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