martes, 21 de junio de 2016

Mejor callados que diciendo banalidades

     Anteriores elecciones eran precedidas por una oleada de pronunciamientos pastorales de los obispos españoles sobre el tema. Más o menos todos decían que hay que votar en conciencia, responsablemente, sopesando las diversas opciones y otras generalidades similares. Y yo me preguntaba ¿pero hay algo en la vida que no se deba hacer en conciencia, sopesando pros y contras, etc.? ¿qué tienen de específico para la ocasión, unas elecciones, esas generalidades? No sé si espero demasiado de nuestros obispos, pero la verdad es que nunca me fueron de la menor utilidad sus peroraciones preelectorales.
     Para las elecciones del próximo domingo nuestros obispos están más contenidos, al menos no he visto apenas declaraciones ni pastorales sobre las elecciones, y me alegra que se callen; ya que llevan décadas no queriendo decir nada que valga la pena, en lo que a política concierne, ¿para qué emitir palabras vacías? Me alegraría más si hablasen diciendo algo de interés, si valorasen desde un punto de vista católico los programas de cada partido político, cada programa concreto en cada apartado concreto y, ya de paso, también podrían valorar la trayectoria de tales partidos al respecto; nada de generalidades sobre que hay que mirar por el bien común y cosas semejantes.
     Con tanta neutralidad política, invocación de la responsabilidad de cada católico y adaptarse al mundo, la Iglesia en España ha caído en la irrelevancia completa, con sus obispos como nulidades político-sociales máximas. Casi nadie, ni siquiera los que dicen ser católicos, tiene en cuenta las exigencias de la fe a la hora de votar –encuestas hay que lo demuestran– y ni por lo más remoto puede decirse que en España exista un voto católico. El desprecio de todos los partidos políticos por cualquier cosa que pueda llamarse derecho natural o doctrina social de la Iglesia es total, cosa lógica pues no pierden votos con tal desprecio, y en años recientes el corrimiento de todos los partidos mínimamente representativos hacia el abortismo, homosexualismo, etc. resulta más que evidente.
     Con la ayuda de décadas de episcopal del bla, bla, bla banal, hemos llegado a una situación en que un católico no tiene ninguna candidatura a la que votar con cierta posibilidad de que llegue a obtener ni un único escaño, y entre las que tiene posibilidades hay que hacer verdaderas piruetas para considerar que alguna sea el mal menor ¿menor que qué?

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