jueves, 15 de diciembre de 2016

Tras el divorcio la eutanasia: obispos corriendo hacia el precipicio y obispos proféticos

     Los intentos de introducir el divorcio en la Iglesia, comenzando por hacer el adulterio una opción tan legítima que hasta permite comulgar, la verborrea pseudomisericordiosa, y la acción desorientadora del actual Papa anuncian toda clase de males. Algunos han pronosticado que tras ceder muchos eclesiásticos, conferencias episcopales enteras, al Mundo y su Príncipe en cuestiones del sexto mandamiento vendrían otras cesiones en el quinto, como aborto y eutanasia. Yo estaba de acuerdo con estos optimistas bien informados, si seguimos a Dios crecemos, si seguimos a Satanás iremos de mal en peor; lo que no pensé es que fuese tan rápido, pequé de optimista, pues solamente han pasado nueve meses desde la ambigua Amoris Laetitia al documento algunos obispos canadienses aceptando la eutanasia.
     Se trata de los obispos de la zona atlántica de Canadá, cuyos nombres y diócesis transcribo. Los nombre para eterna vergüenza, las diócesis para que sepamos de qué territorios va a desaparecer la Iglesia:
          Most Rev. Anthony Mancini, Archbishop of Halifax-Yarmouth
          Most Rev. Brian J. Dunn, Bishop of Antigonish
          Most Rev. Richard Grecco, Bishop of Charlottetown
          Most Rev. Martin Currie, Archbishop of St. John’s
          Most Rev. Anthony Daniels, Bishop of Grand Falls
          Most Rev. Peter Hundt, Bishop of Corner Brook and Labrador
          Most Rev. Daniel Jodoin, Bishop of Bathurst
          Most Rev. Valéry Vienneau, Archbishop of Moncton
          Most Rev. Claude Champagne, omi, Bishop of Edmundston
          Most Rev. Robert Harris, Bishop of Saint John
     Estos obispos publicaron el 27 de noviembre de 2016 un documento conjunto titulado «Reflexión pastoral sobre la asistencia médica para morir» (versión inglesa) (versión francesa). Parten de la legislación federal canadiense del pasado junio que autoriza a médicos y enfermeros a matar (eutanasia voluntaria) o a facilitar al enfermo sustancias para que se mate (suicidio asistido). Los obispos dicen que la Iglesia es  una madre que nos acompaña y nos sirve de guía y que debemos profundizar en su enseñanza moral sobre eutanasia y suicidio asistido. Yo creo que la enseñanza sobre estos puntos es de sobra clara y no hace la menor falta profundizar más, basta aplicarla; pero cuando se quiere transigir con el Mundo hay que dar vueltas para marear y oscurecer lo claro.
     Dedican varios párrafos a esquivar cuidadosamente la palabra «pecado» y cualquier condena explícita del asesinato y el suicidio como conductas objetivamente malas; para los obispos no son comportamientos ideales, pero tampoco tan malos. Mucha escucha, acompañamiento, misericordia, Jesús de camino con los discípulos de Emaús ¿qué tiene que ver eso con el asunto?, consideración de las circunstancias subjetivas y ¡se veía venir! llegamos a la conclusión de que a los enfermos que tienen voluntad de matarse o que les maten se les pueden administrar los sacramentos de la Reconciliación, Unción de enfermos y Eucaristía. De propina también se les pueden celebrar funerales católicos. Todo esto en ciertos casos, con discernimiento ¡faltaría más!
     Los obispos no llegan a hablar de que el enfermo tenga voluntad explícita de matarse o que lo maten, el lenguaje de esta gente siempre es más melifluo, sino de personas que están considerando la asistencia médica para morir: «In the pastoral care of those who are contemplating medical assistance in dying...» «En ce qui concerne les soins pastoraux prodigués aux personnes qui considèrent l’assistance médicale à mourir...» y en el siguiente párrafo dicen que el sacramento de la Penitencia es para perdonar los pecados ya cometidos, no los que se puedan cometer en el futuro, pero omiten cuidadosamente que el perdón de los pecados pasados requiere el rechazo de los futuros, el propósito de no pecar en el futuro, y eso es totalmente incompatible con estar sopesando la posibilidad de suicidio o eutanasia voluntaria; requiere un rechazo total de cualquiera de esas posibilidades.
     Cristo no murió en vano y suscita en su Iglesia pastores que guían a sus fieles hacia la salvación, aunque no en la región atlántica de Canadá, sino en la diócesis suiza de Chur cuyo obispo, Mons. Vitus Huonder, ha ordenado a sus sacerdotes que denieguen los últimos sacramentos a quienes eligen morir mediante eutanasia, pues en tales circunstancias no se dan los requisitos previos para la recepción de los sacramentos. Este profeta, tal como están las cosas es la denominación que mejor le cuadra, ha recordado que la eutanasia y el asesinato son contrarios a la ley divina y que debe quedar en la «omnipotencia de Dios el cuándo muero, cómo muero y dónde muero». En vez de marear con discernimientos y falsas misericordias dice directamente que no puede haber duda alguna de que no se pueden dar sacramento alguno a quien elige morir de esa manera, aunque anima a los sacerdotes a rezar por las personas en esas circunstancias, especialmente si han perdido ya la consciencia, así como a intentar disuadirlas hasta donde les sea posible. Por si no había sido suficientemente claro remata pidiendo a sus sacerdotes que enseñen a los fieles la incompatibilidad de la eutanasia con la salvación eterna.
     ¿De verdad el obispo de Chur pertenece a la misma iglesia que los de la región atlántica de Canadá y yo soy un fiel de la misma que unos y otro? Parece que sí, pero debe ser eso que llaman «el misterio de la Iglesia».

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