miércoles, 7 de diciembre de 2016

Superiores difíciles

     Los religiosos, sujetos a obediencia, pueden encontrarse a lo largo de su vida superiores que les hacen sufrir y no les ayudan en nada; seguramente es raro el fraile o monja que nunca ha tenido un superior de mal carácter, chinchorrero, ordenancista, que gasta toda su energía en pequeñeces, en imponer sus peculiaridades (manías) a los demás con la mayor desconsideración. Para casos así, Santa Teresa de Jesús escribía algo del siguiente estilo: que ese superior era bueno para perfectos porque daba ocasión de merecer mucho.
     Hay que tomarse las cosas con el espíritu de Santa Teresa. Puede ser duro, seguro que lo es, pero a ningún santo le han hecho daño estas cosas; en las vidas de los santos es frecuente encontrar casos de malos superiores, de decisiones erradas de la jerarquía eclesiástica y cosas semejantes, con el único resultado de que los santos se hicieron más santos. Casi exactamente lo contrario de lo que ocurre en numerosas congregaciones religiosas en las últimas décadas: ante cualquier diferencia se dividen en más casas, en microcomunidades, y disuelven, prácticamente, los vínculos de obediencia. Menos mal que les queda poco de comportarse así, las congregaciones que eso hacen ya están desapareciendo.
     Parecidas calamidades pueden acaecerle a cualquier miembro del clero, aunque su relación jerárquica con obispos, arciprestes o párrocos, no sean exactamente como las de obediencia entre religiosos; pero obediencia hay.
     Los que estamos al final de la cadena jerárquica, los laicos que no mandamos nada ni tenemos especiales compromisos de obediencia, también tenemos que aguantar lo nuestro: párrocos que quieren transformar la parroquia a su gusto, obispos absentistas (absentistas presentes que están en su sede pero sin hacer nada), papas haciendo esfuerzos patéticos por congraciarse con los enemigos de la fe mientras desprecian a los que quieren permanecer fieles. En el caso de los párrocos tenemos alguna escapatoria acudiendo a parroquias vecinas, pero en el caso del actual Papa no tenemos ninguna: fuera de la Iglesia no hay salvación, nos quedamos aguantando el chaparrón.
     No caigamos en el error de algunos sedevacantistas que cuando un papa no les gusta razonan torpemente: este papa está en el error, un papa es infalible, luego este no es un verdadero papa, su elección fue ilegítima; la Cátedra de Pedro está vacante. Se puede ser muy verdadero y muy legítimo papa, obispo, párroco, superior religioso… y meter mucho la pata (en el caso del Santo Padre la infalibilidad se circunscribe a actos muy delimitados); a los demás nos queda hacer lo de los santos, aprovechar la ocasión de merecer mucho y, si se puede, ayudar al superior a recapacitar para que deje de hacer tonterías. Corregir al que yerra sigue siendo una obra de misericordia en estos años en que tanto se abusa del término.
     Recuerdo haber leído de un político que temía más a los necios que a los malvados pues, según él, los malvados descansan y hasta hacen alguna cosa buena por el medio, pero los necios nunca paran de hacer necedades. No estoy seguro de que esto tenga que ver con lo anterior, pero aquí lo dejo por si ayuda.

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