domingo, 23 de abril de 2017

Una desafortunada celebración neocatecumenal

     Hoy, domingo de la Divina Misericordia, asistí a una misa de estilo neocatecumenal con motivo de una primera comunión. De ella saqué dos conclusiones: en comparación, muchas de las misas celebradas según el Misal Romano de 1969 son un portento de orden, ritmo y dignidad; no volveré a otra misa neocatecumenal, salvo que no tenga otra para cumplir el precepto de «oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar» o la alternativa sea una misa progre.
     El Misal Romano de 1969, incluso auxiliares como el Libro de la Sede, tienen orden y textos de cierta calidad, seguirlos produce una celebración ordenada y con cierto ritmo. Los neocatecumenales sienten un irrefrenable deseo de interrumpir la celebración con un buen número de moniciones pronunciadas por gente que ni sabe hablar en público ni las prepara. La larga monición inicial, a cargo de un laico, no tuvo orden ni contenido apreciable; si acaso algo de carácter gnóstico por omisión. Para empeorar las cosas el celebrante añadió, de inmediato, otra monición inicial. Moniciones a todas las lecturas y alguna más y tenemos completo el panorama de interrupciones del ritmo de la celebración sin la menor gracia, interés ni provecho. ¿Por qué había que hacerle una monición al evangelio? ¿Nos creen tan tontos como para no entender un evangelio sobre apariciones del Señor resucitado? Lo que yo no entendí fueron las moniciones, quizás por que no había nada que entender en ellas, pero el evangelio del segundo domingo de Pascua es de una claridad aplastante y no me costó el menor trabajo comprenderlo.
     Las moniciones, añadidos y explicaciones continuas en el curso de una misa, o de cualquier otra celebración religiosa o profana, están diciendo que esa misa o ese acto, sus textos y ceremonias son inútiles y carentes de significado, que las palabras de la misa no dicen nada, son «flatus vocis» o puede que incluso algo menos; las palabras de los autores inspiradas en los textos sagrados que se nos leen, o proclaman si así lo queremos decir, carecen de cualquier valor, significado e intelegibilidad. Lo que vale son las palabras humanas, lo que dice el monitor medio iletrado e improvisador; porque lo que dicen los textos litúrgicos, escritos por personas con más estudios y más reposada consideración, tampoco vale demasiado cuando necesitan del monitor.
     El que en ningún momento de la misa, la consagración para que quede más claro, se pongan de rodillas me parece desafortunado, pero en comparación con la forma de la comunión es una minucia. La forma de la comunión me parece inadecuada en todo caso, pero en una primera comunión con su componente social y familiar –presencia de un buen número de ateos, indiferentes o nulamente practicantes- es un disparate.
     En vez de dirigirse, procesionalmente como dice el Misal, los comulgantes a recibir la Sagrada Comunión, pasaron por los bancos repartiendo el Cuerpo de Cristo que debíamos tener en la mano, sentados, durante varios minutos hasta acabar el reparto y comulgar todos a la vez, al mismo tiempo que el sacerdote. ¿Porqué? ¿Por qué tenemos que comulgar a la vez que el sacerdote y no comulgar él antes como se ha hecho durante siglos? ¿No tendrá algo que ver con esa manía de igualar a todos borrando diferencias entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común o, simplemente, hacer como si en misa todos tuviésemos el mismo papel? A mí me parece muy bien que me den el Cuerpo de Cristo para comerlo, pero para tenerlo en la mano durante varios minutos mientras no pocos hablan con el vecino... ¡Muy mal!
     Luego vino la comunión con la Sangre de Cristo pasando el sacerdote y un acólito por los bancos y dándonos de beber de una de esas cosas que llaman cálices aunque por su tamaño y enorme apertura de la boca a mí más bien me parecen fruteros. Me parece un error hasta por los detalles prácticos. Nadie bebe en un bar o en su casa de copas de ese tamaño por su incomodidad y riesgo de derrame. Me da lo mismo que esos recipientes sean del gusto de Kiko Argüello o de San Kiko Argüello, si como tantos otros fundadores acaba canonizado. No son prácticos, no son seguros, no son auténticos cálices (copas, recipientes de tamaño proporcionado a la boca humana para beber una o varias personas). Debieran cambiarlos por cálices (copas) normales, si tan necesaria les resultase la práctica de la comunión bajo las dos especies incluso en casos poco oportunos como el de esta misa de primera comunión.
     La acusación que he leído, de desprecio de las partículas y sobrantes de la comunión, no se dio ni he visto cosa tal en otras celebraciones neocatecumenales a las que asistí.
     Esta misa también padeció ese concebir la participación como «hacer algo», que sean muchos los que lean algo, o digan algo, o… aunque no sepan hacerlo, no lean bien, no se les oiga, etc. Pero hagamos algo, que asistir a la misa desde el banco, con fe, atención y devoción, ni es participar ni es nada (a lo que parece).
     Estas cosas que relato me llevaron a concluir que el Misal Romano del Beato Pablo VI es una maravilla comparada con la forma de celebrar nuestros neocatecumenales. Tengo una gran preferencia por la misa tal como la dejó San Juan XXIII en 1962, pero no es mucho menor mi preferencia por la de 1969 si se sigue el Misal «a palo seco» en vez de hacer las cosas a las que asistí.
     Supongo que en esta misa se habrán seguido las normas litúrgicas aprobadas para el Camino Neocatecumenal, creo que fue Benedicto XVI el que las aprobó, Papa que añoro; pero a mí no me gustan, me parecen desacertadas. Como tantas otras cosas en la Iglesia son legítimas, pero no son lo mío; a mí me van otras cosas.

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