sábado, 23 de diciembre de 2017

El dichoso nacimiento del Vaticano

     Feo a rabiar, aunque eso no es pecado.
     Un nacimiento católico es una representación para llamar a adoración del Verbo encarnado, una manifestación de fe en que el hijo de María, según la carne, es Dios. Reconocemos, profesamos, manifestamos públicamente con un nacimiento que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre para salvarnos, de una forma tan real e histórica que por eso aparecen una madre y un padre putativo que lo reciben en el seno familiar, otras personas que se alegran con su nacimiento y van a visitarlo y llevarle regalos, como pastores y magos, y otros personajes más o menos relacionados con el acontecimiento; hasta el siniestro Herodes puede aparecer en su castillo tramando maldades contra el Niño.
     Es completamente esencial en un nacimiento el aspecto de salvación gratuita. Nos alegra el nacimiento del Niño porque es Nuestro Salvador y necesitamos salvación, ¡vaya si la necesitamos! Es Dios que viene a redimir y no necesitamos más, nos basta con recibir esa salvación con toda alegría. Nosotros nada hacemos, el Hijo se encarna y nos redime.
     En los villancicos españoles más populares y tradicionales esos aspectos de divinidad y redención están muy presentes. La alegría porque el niño que nace es Dios resulta omnipresente, las alusiones a la salvación frecuentes. Uno de los villancicos más pintorescos en su letra, dice: “Pero mira cómo beben los peces en el río, pero mira cómo beben por ver al Dios nacido”. Otro villancico, que también habla de peces en el río, dice: “Dime Niño de quien eres y si te llamas Jesús. Soy amor en el pesebre y sufrimiento en la Cruz.” Y entre campanadas un tercero nos advierte que: “Campana sobre campana, y sobre campana tres, en una Cruz a esta hora, el Niño va a padecer.”
     La primera vez que vi la fotografía del nacimiento puesto en la plaza de San Pedro empezó destacándome lo poco que destacan el Niño, María y José; son difíciles de ver. Advertí el barullo de gente que no tiene nada que ver con el nacimiento y no pude entender qué hacían allí y, por supuesto, el hombre desnudo del que todavía entendí menos su presencia y del que pensé si sería cosa del lobby gay del Vaticano –dicen las malas lenguas que existe pero a mí no me consta-.
     Al día siguiente leí la explicación de que todas esas figuras innecesarias representaban las obras de misericordia corporales –la mayor parte de tales obras no las logro reconocer por mucho que mire el nacimiento, pero vale-.
     Hoy he leído una interpretación neopelagiana y buenista del nacimiento en cuestión y me quedo con ella. La gratuidad de la salvación que nos viene con el nacimiento del Verbo Divino se deja en segundo plano ante las obras, la gracia subordinada a los posibles méritos que hagamos con nuestras buenas obras; Cristo sustituido por una ONG. Dejemos a un lado el pecado, la redención –¿para qué la necesitamos si el pecado es, a lo sumo, un error psicológico?-, el misterio y al mismo Dios; hay que ser buenas personas, preocuparse por el calentamiento global, seguir los objetivos de la ONU para el milenio, tener sentido social y, por lo demás, ¿para qué propagar la Religión católica, mostrar sus misterios ni predicar su doctrina si todo el mundo es bueno y todo el mundo se va a salvar?
     Ignoro si nuestro Santo Padre, Francisco, ha tenido algún papel en ese antinacimiento, si le han consultado mínimamente, pero su forma de tratar el tema de la misericordia como si fuese de su propiedad y la hubiese inventado él, como si él fuese dueño de aplicarla a lo que le venga en gana y del modo que quiera, cuando la misericordia es de Dios y ya viene revelada desde el Antiguo Testamento, favorece este relegar la salvación gratuita a favor de gestos solidarios que están mejor vistos por el Mundo. Porque en un nacimiento católico, para misericordia de verdad, la que nos hace Dios viniendo al mundo; a su lado las obras de misericordia esas son de risa.

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