jueves, 12 de marzo de 2020

Cuando el Gobierno cierre los prostíbulos me lo creeré

Fotografía correspondiente a la
epidemia de gripe de 1918.
La que tenemos encima no será tan
mala pero tampoco será poca cosa.
     ¿El qué? Que el Gobierno, nacional o autonómico, se toma en serio la epidemia del COVID-19, que de verdad intenta tomar medidas eficaces y no de mera propaganda política, que hay un criterio sanitario en sus medidas y no deseo de favorecer a los propios y atacar a sus adversarios políticos (como cuando alentó las imprudentes manifestaciones del pasado 8 de marzo), etc.
     Es obvio que la posibilidad de que se contagie cualquier cosa, incluido este nuevo virus, entre clientes y profesionales de las casas infames es mucho mayor que la de que se contagie entre clientes y profesionales de los centros de enseñanza (alumnos y profesores), pero se cierran los centros de enseñanza y no los de la industria del placer sexual.
     La diferencia de riesgo entre mancebías y templos católicos es abismal; la posibilidad de que nos infectemos por ir a misa es ridícula, pero en algún país ya han cerrado las iglesias y en España puede que vayamos camino de ello. Una serie de obispos han dado normas para reducir el, ya de por sí reducidísimo, riesgo de contagio en los templos católicos, pero no reclaman del Gobierno –lo profético no les va mucho- que ataje los riesgos grandes de verdad (catastróficos para el alma y muy graves para el cuerpo) que se dan en esos lugares de pecado. No me extrañaría que en próximos días el Gobierno de la Nación, o el de alguna taifa, cierre o ponga grandes dificultades al culto católico. Muchos de nuestros obispos están tan acomplejados que les veo haciendo el seguidismo más rastrero del Gobierno, los partidos políticos, las televisiones y lo que haga falta; puede que hasta dando las gracias por la sabia previsión del Gobierno prohibiendo el culto público –supongo que no nos prohibirá la oración mental, eso lo reservan para el adoctrinamiento escolar-.
     Lo que me parece que todavía no ha hecho ningún obispo español es organizar rogativas, procesiones u otras celebraciones especiales para pedir a Dios que no nos castigue como merecen nuestros pecados y nos libre de esta epidemia; como mucho alguno ha recomendado oración privada para una calamidad pública. Tampoco los veo muy dispuestos a tomar el camino polaco, de sólido fundamente matemático. Los obispos de Polonia proponen que los domingos se celebre un mayor número de misas para que así asistan menos fieles a cada una y se reduzca el riesgo de contagio. Claro que esos obispos tienen fe, además de conocimientos aritméticos.
     Como observación personal, de mi entorno, diré que en gran parte de las misas a las que asisto rondaría lo milagroso que nos contagiásemos algo. Somos tan pocos fieles, tan separados en distintos bancos de un templo tan amplio, que superamos por mucho la separación recomendada entre clientes de diversos establecimientos. Y me temo que en el actual estado de decadencia religiosa de España no soy el único que en misa tiene, como mínimo, un banco para el solo.
     Aprovecho lo anterior para una última pulla contra progresaurios y similares. Durante décadas hemos tenido que aguantar a sacerdotes que se empeñaban en que en misa nos pusiésemos todos juntitos en los primeros bancos, sacerdotes que creen más en el «juntos como hermanos» que en el «sacrificio de Cristo», que todo su énfasis está en reunirnos aunque sea para llevarnos al precipicio. Ahora resulta que la generalidad de los españoles asistentes a misa, propensos a esparcirnos por toda la iglesia, además de estar muy acertados en que para la salud del alma es mejor seguir la misa sin que te distraiga el vecino, estábamos similarmente acertados en lo buenas que son esas distancias para la salud del cuerpo.

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