jueves, 16 de abril de 2020

Si conforme entra por la casa entra por la cuadra

     Una epidemia acabó con tres miembros de la misma familia en poco tiempo; en el velatorio de tercero uno de los vecinos exclamó: «¡Si conforme entra por la casa entra por la cuadra!», y ese dicho fue recordado en el pueblo.
     Para los que no sepan de la vida y la pobre subsistencia de las familias campesinas de Asturias hace poco más de un siglo, aclararé que la pérdida de tres miembros de la familia era muy dolorosa, pero se solía resolver con oraciones y piadoso entierro; la vida continuaba para los supervivientes sin necesidad de las aparatosas «construcciones del duelo» de las que ahora hablan los psicólogos. La pérdida del ganado que se guardaba en la cuadra, generalmente un número muy pequeño de vacas y terneros, era cosa que podía dejar en la miseria a la familia; por aquel entonces había que ser relativamente acomodado para tener más de tres vacas y su pérdida podía llevarles al hambre, frecuentemente paliada por la caridad de los vecinos.
     Pues bien, en la actual epidemia del COVID-19 los problemas nos van a entrar más por la cuadra que por la casa. Terrible epidemia, dolorosa pérdida de vidas humanas y todo lo que queramos decir, pero las muertes no van a llegar al 0,5% de la población; las pérdidas económica este año pueden ir del 10 al 20% del PIB, el paro llegar fácilmente al 30%, el déficit público a lo incalculable (entre otras cosas por las falsedades contables que se van a cometer) y la dependencia de la población respecto a los subsidios a una merma sustancial de libertad y democracia.
     Para el 2021 ya veremos. Será un año malo, o peor si se produce el previsible retorno de la epidemia, en lo económico y en lo político con la posible consolidación de un régimen entre bolivariano y peronista, lo cual haría que a partir de ahora todos los años sean malos económicamente y, al cabo de unos cuantos, previa ruina de la economía, el derrumbamiento de un sistema sanitario que solamente puede sostenerse a base de cantidades de dinero ingentes, las que solamente pueden extraerse de una económica que vaya bien, no de una arruinada. Y si se derrumba el sistema sanitario, como en los países con los regímenes mencionados, entonces habrá muchos más muertos por las más diversas enfermedades, falta de medicamentos, etc.
     Lo anterior me llevan a que en una epidemia, como la presente, no hay que pensar únicamente en los enfermos y los muertos, hay que pensar en todo lo demás, como el sistema político y económico que, si van por el camino por el que nos quiere llevar el actual Gobierno, traerá muchos más muertos que la presente epidemia. Dar a un gobierno la posibilidad práctica de hacer todo lo que le dé la gana, con aprobación automática de sus medidas en el Congreso de los Diputados, so pretexto de la urgencia, lo grave, la necesidad de unificar recursos y esfuerzos y la demás palabrería del caso derramada a propósito de la actual epidemia, es un error muy peligroso.
     Es evidente que el Gobierno se ha limitado a poner obstáculos a los que querían hacer algo por los enfermos o para distinguir infectados del COVID-19 de los que deben sus síntomas a otras causas. La incompetencia de un gobierno en que se dividieron arbitrariamente los departamentos ministeriales para que así todos tuviesen coche oficial, es manifiesta; su intento de aprovechar las circunstancias excepcionales para imponer una serie de políticas, también. No es capaz ni de hacer un cálculo creíble de los muertos e infectados, ni de proveer mascarillas –producto de bajísima tecnología y facilísima producción en serie-, ni de suspender los impuestos a los que ha obligado a cerrar sus negocios y, por tanto, no tienen ingresos con los que pagarlos. En cambio se le da de maravilla untar a las cadenas de televisión favorables, intervenir lo que funciona de la sanidad privada para que no deje en evidencia lo mal que obtiene suministros para la estatal, impedir el culto católico y montar nuevas redes clientelares.
     Al mencionar antes la pérdida de libertad y democracia que se puede derivar fácilmente de la situación actual, además de la degradación económica permanente, deseadas por parte de los actuales gobernantes, es posible que algunos, además de considerarme agorero, piensen que eso no puede pasar en España, aunque haya pasado en Venezuela o en Cuba; que nosotros somos europeos y eso nos confiere no se qué inmunidad, etc. A los que tengan objeciones serias a mis razonamientos les diré que pueden tener razón y el futuro que pinto no ser más que una posibilidad, grande, pero única. A los que piensen que esto no puede pasar en nuestro país como ha sucedido en otros por eso de que somos distintos –el que dice que es distinto quiere decir que es superior, nadie se declara distinto para reconocerse inferior- les diré que o padecen un lamentable complejo de superioridad o son, directamente, unos asquerosos racistas. Pero si creen que ni tienen complejos ni son racistas, sino que se hallan en un estado superior por una especie de gracia divina, les recordaré que Alemania era un país más culto, gran potencia científica, y más avanzado, en relación a su época, de lo que es España ahora y pese a ello cayó en el nazismo.
     Vale la pena pararse a pensar un poco en el papel que la pérdida de fe católica entre el pueblo español y la irrelevancia social alcanzada por la Iglesia tienen en la forma de llevar el mal presente y los que nos pueden venir.
     La Iglesia, la institución más relevante en España durante siglos, la de mayor permanencia, la que contaba con las más íntimas adhesiones, la que cubría todo el territorio con una tupida red de parroquias, conventos, colegios, etc. la que tenía muchos miles de personas dedicadas devotamente a ella como sacerdotes, frailes y monjas y otros muchos más seglares como colaboradores en el culto, la catequesis o la caridad, se ha desprestigiado concienzudamente con un suicidio de más de cincuenta años en doctrina, exigencia moral, culto, ejemplaridad del clero, etc. Con la ayuda de miles de sacerdotes, religiosos y religiosas traidores, más un buen número de obispos de la misma condición y, al menos, dos papas que voy a tener la caridad de no nombrar, la Iglesia está «declarada a extinguir» en España. En unos años se le habrán muerto la mayoría de sus clérigos y de sus laicos, sin reemplazo posible (Dios puede hacer de las piedras hijos de Abraham, pero fuera de milagros así…), habrá que cerrar, vender, derribar o dejar que se caigan, transformar en museos o cosa semejante gran parte de los templos; solamente quedarán recuerdos de que un día España fue un país católico, aunque con apenas católicos que recuerden eso.
     Esta irrelevancia eclesial, perseverantemente procurada desde dentro y desde fuera (también hay enemigos externos aunque los internos sean los peores), ha tenido su merecido remate en la reacción de muchos obispos ante la presente epidemia: cerrar los templos, prohibir el culto público, incluso prohibir a un sacerdote celebrar misa en la terraza del templo parroquial a vista de los vecinos que la quieran seguir desde sus ventanas. En el caso de algunos obispos que han decidido mantener el culto, con las precauciones exigidas por el Gobierno de que no haya aglomeraciones y los fieles se hallen distanciados, a no protestar públicamente ni querellarse en los juzgados por el desalojo policial de templos en que se cumplían muy sobradamente las normas gubernamentales. Es decir, la reacción a la epidemia de buena parte de la Iglesia que peregrina en España ha sido cerrar y desaparecer. Hay algunos sacerdotes, como capellanes de hospitales, que se están comportando heroicamente –siempre ha habido santos en las epidemias-, pero como simples francotiradores que no formasen parte de una cosa llamada Iglesia; casos sueltos que ni parecen tener conexión con los obispos y el resto del clero ni son lo suficientemente numerosos como para resultar significativos.
     Y ahí tenemos, un pueblo con mayoría de miembros que, carentes de fe religiosa, carecen igualmente de sentido de la vida y criterio moral; más hedonistas que cualquier otra cosa, convencidos por los medios de comunicación de la omnipotencia del Estado y el Gobierno que con sus leyes lo puede todo, empezando por decidir lo que es bueno o malo. Gente que ni razona ni tiene ganas de razonar acerca de cosas tan simples como de dónde sale el dinero y que consecuencias tiene quitárselo a unos para dárselo a otros, gente a la que, por tanto, se puede embaucar con promesas de toda clase de servicios públicos, garantías de recibir dinero todos los meses y otras felicidades terrenales sin límite. ¿Qué resistencia va a tener un pueblo así frente a la imposición de una dictadura basada en la mentira sistemática de sus gobernantes y medios de comunicación controlados, el reparto clientelar de dádivas, la creación artificial de enemigos y el fraude electoral?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios son leídos antes de publicarlos.