miércoles, 26 de agosto de 2020

Pandemia, sensatez y política

Imagen tomada de Flickr
     Hablando con unas personas sobre la situación actual, decían tales cosas que acabé preguntándoles si de verdad existe esa enfermedad llamada COVID-19, si de verdad se propaga epidémicamente y si de verdad produce muertos. Admitieron que las tres cosas son ciertas ¡menos mal!, porque entre hechos médicos, hechos políticos, bulos, teorías conspirativas y la muy humana tendencia a encontrar culpables de todo, tipo «piove, porco governo», estaban haciendo una mezcolanza inextricable.
     La pandemia actual no es más que una entre las muchas de los últimos milenios, desde que tenemos noticias históricas sabemos de epidemias mayores o menores, no pocas de ellas llegadas a Europa desde Oriente. No me extraña lo más mínimo que un nuevo virus maligno se haya propagado en pocos meses por todo el mundo a partir de un país oriental, es lo corriente. Lo que debería llamarnos la atención es que no tengamos más problemas de este tipo dada la facilidad que para su propagación supone el gran aumento experimentado por la población humana en el último siglo, su concentración en ciudades, el enorme aumento del número de desplazamientos y su rapidez; este último factor imposibilita aislar las zonas infectadas antes de que hayan salido de ellas muchos portadores llevando el patógeno hasta los países más lejanos.
     Se dice que hace más de un siglo que no tenemos una pandemia como esta, lo que puede llevar a la creencia de que la ciencia médica nos ha dado una especie de invulverabilidad epidemiológica. El siguiente paso tras esta falsedad puede ser entrar en la teoría conspirativa: si tenemos una pandemia es por la acción de gentes malignas que han creado y difundido la nueva enfermedad intencionadamente.
     No es cierto que llevemos más de un siglo sin pandemias, salvo que apliquemos el «como esta» en un sentido arbitrario que nos convenga para nuestra argumentación. Hace unos cuarenta años el SIDA se extendido por la práctica totalidad de los países; en los más avanzados ya causa pocas víctimas, pero en el conjunto del mundo sigue produciendo cerca de un millón anual. La llamada Gripe Asiática de entre 1957 y 1958, una más de las muchas epidemias de gripe, produjo entre uno y cuatro millones de muertos (por aquel entonces se contaban mucho peor que ahora). La tuberculosis es otra enfermedad contagiosa dispersa por todo el mundo que causa unos dos millones de muertes anuales ¿De verdad llevamos más de un siglo sin pandemias «como esta» y nos hallamos con el COVID-19 ante un caso inusitado, o es más bien que no nos gusta tener presentes en nuestra vidas las cosas desagradables, sobre todo si contradicen nuestros prejuicios y deseo de inventar conspiraciones y echar la culpa a alguien?
     Padecemos pandemias, de vez en cuando aparece una nueva que se incorpora al elenco de las que ya tenemos asumidas como lo más natural y eso nos alborota. Si no padecemos epidemia devastadora tras epidemia devastadora, como tantas veces en el pasado y en sucesión más rápida debido a los muchos y veloces viajes, se debe a los progresos en higiene, medicina y campos conexos, y al aumento generalizado de riqueza que permite aplicar lo más sustancial de tales adelantos a una gran mayoría de seres humanos. Cuando hablo de lo más sustancial me refiero a cosas como suministro de agua potable y alcantarillado, vacunas, antibióticos y otros cuantos medicamentos y tratamientos bastante comunes y baratos que han reducido enormemente la mortalidad infantil, la debida a enfermedades infecciosas en todas las edades y otras cuantas cosas que actualmente se curan con facilidad y en un pasado no lejano suponían la muerte. Los trasplantes, algunos tratamientos carísimos del cáncer y algunas otras cosas por el estilo contribuyen más a que los médicos salgan en televisión y a justificar abultados presupuestos que a alargar la vida del común de los mortales, no son lo importante del progreso en salud.
     En términos generales, el conjunto de conocimientos sobre salud humana y de quienes lo poseen, aplican y desarrollan es de fiar. Naturalmente que existen gentes que dedican sus conocimientos al mal, como en todos los campos, pero la mejora general de la salud humana, el alargamiento de la vida humana, da fe de que la amplia mayoría de los conocimientos son verdaderos y sus practicantes buenos. La desconfianza general que algunos se gastan hacia la ciencia médica, hacia vacunas y medicamentos, contra laboratorios y toda medida sanitaria, carece de fundamento. En el mundo de la salud aparecen fármacos y tratamientos que a la postre acaban demostrándose inútiles y hasta perjudiciales, pero no es esa la tónica general, no puede serlo cuando, repito, la vida humana se ha alargado tanto.
     Visto lo anterior, carece de fundamento el que en esta pandemia se desconfíe de todo y de todos los que hablan sobre el tema con algún conocimiento científico. El virus es real, tanto que su genoma ha sido secuenciado múltiples veces en distintos laboratorios. El virus se contagia de persona a persona, especialmente a través de gotitas de saliva. El virus tiene, probablemente, origen en algún animal, lo mismo da que sea murciélago o pangolín; hay indicios bastantes y se sabe de otros muchos casos similares. El virus puede dar lugar a muy diversos daños en el organismo humano o a ninguno perceptible en los casos asintomáticos. Y así pueden enumerarse una serie de cosas establecidas científicamente, contrastadas por múltiples observaciones clínicas, epidemiológicas y estudios de laboratorio con un grado de certeza similar al que tenemos sobre otras muchas enfermedades, sus causas y desarrollo, sin más limitaciones que las debidas a tener una experiencia de meses sobre la que ahora nos desvela mientras que sobre otras enfermedades la hay de siglos.
     Se han corrido toda suerte de bulos sobre el COVID-19, que algunos se creen o quieren presentar como probablemente ciertos por el mero hecho de que aparecen en internet. A este respecto recuerdo un sacerdote que estuvo en la zona selvática de Perú y uno de sus parroquianos le espetó un día que Dios no existe y, cuando el sacerdote le preguntó por el origen de esa nueva creencia, le respondió que lo habían dicho en la radio. Hay que tener más fundamento para afirmar algo.
     Se ha corrido mucho la especie de que el virus que ahora nos complica la vida ha sido producido en un laboratorio chino y liberado intencionada o accidentalmente. Se aduce como prueba que en la ciudad de Wuhan, donde primero se detectó la enfermedad, hay un laboratorio de bio no sé qué. Para adornar la historia y añadirle credibilidad, algunos añaden que el virus fue proporcionado a los chinos por un laboratorio de la fundación de Billa Gates. ¡Así no falta nada en la conspiración!
     En China el progreso de las últimas décadas ha sido tal que ahora hay laboratorios de biotecnología, bioingeniería, bioquímica, ingeniería genética, microbiología y similares por todas partes. Apareciese en la ciudad china que apareciese, siempre podría decirse que en esa ciudad hay un laboratorio de bio-algo en el que se produjo el virus. Que haya sido Wuhan y en esa ciudad exista un laboratorio no prueba nada. Que los gobernantes chinos, de los que tengo una opinión todavía peor que de los españoles, hayan querido liberar un virus para crear una pandemia sabiendo que su población es, además de la mayor del mundo, una de las que vive más apelotonada, en la que puede transmitirse y causar estragos una epidemia con más facilidad, me parece inverosímil. Y que el virus haya sido creado intencionadamente para hacer daño mediante técnicas genéticas es una idea cientifista, una manifestación de la creencia en que la ciencia lo puede todo. Dentro de las limitadas posibilidades que existen de modificar genéticamente un virus nadie tiene ni la menor idea de si esas modificaciones causarán a los humanos problemas pulmonares, de piel, pérdida de olfato o nada de nada. Nadie tiene los conocimientos necesarios para crear un virus con los efectos del COVID-19, ni en China ni en ningún otro sitio.
     Incluir a Bill Gates, Soros y algún otro en la presunta prueba de que el virus fue producido en un laboratorio y liberado, o afirmar que una vez iniciada la enfermedad han tenido interés en propagarla, no es más que una muestra de la perpetua búsqueda de chivos expiatorios. Décadas atrás estaba de moda echar la culpa de todo a los judíos, ahora a esos millonarios –también hubo tiempos en que la culpa de todo era de los frailes-, y si alguno de ellos tiene antepasados judíos mejor que mejor, se matan dos pájaros de un tiro. La estupidez humana no cambia y no son únicamente los dictadores los que buscan enemigos para justificar lo que no les sale bien. Que esos y otros individuos riquísimos tengan las más perversas ideas y utilicen su dinero para propagarlas no significa que sean capaces de crear un virus a medida, y lo que ya sería de chiste es que el gobierno chino haya necesitado su ayuda para crearlo.
     También se atribuye a esos millonarios, a la masonería, los mundialistas y otros (bastante intercambiables muchos de ellos) el propósito de reducir la población humana. Cierto de toda certeza que entre esa gente hay muchos que pretenden tal reducción, aunque nunca a costa de desaparecer ellos; pero afirmar que la presente pandemia se creó o propició con tal objeto es ridículo. En España, uno de los países cuyo gobierno lo ha hecho peor, ha matado al uno por mil de la población, y buena parte de los muertos eran ancianos que estarían muertos en breve plazo sin pandemia alguna. El efecto demográfico es insignificante, como conspiración para reducir el número de habitantes sería un fracaso monumental, increíble en individuos a los que se supone una inteligencia y capacidad para el mal digna de los peores malos de película.
     Los hay que encuentran conspiraciones en torno al uso de mascarillas y medidas de alejamiento. Desde que es un ataque a la familia el dificultarnos besos y abrazos hasta los enormes peligros para la salud de usar mascarillas, ocultados mediante feroz represión contra los médicos que los denuncian.
     No he visto medida alguna que impida darse besos y abrazos a los familiares que viven en una misma casa. Y si la mascarilla fuese un ataque contra la familia ¿qué calificativo prodríamos aplicar a la anticoncepción, el divorcio, el aborto, el control ideológico de la enseñanza o la imposición coactiva de la ideología de género? Hace décadas que los ataques a la vida, el matrimonio y la familia van por otros derroteros; todos los besos y abrazos que podamos darnos serán incapaces de frenarlos si no hay una reconstrucción moral y religiosa.
     Sobre las enfermedades por el uso de mascarilla sugiero considerar que los japoneses llevan décadas poniéndose mascarillas al mínimo peligro de contagiar o ser contagiados y, pese a las terriblemente nocivas mascarillas, alcanzan una de las vidas medias más largas. Las mascarillas tienen inconvenientes, como todo, pero afirmar que vamos a morir por usarlas me parece exagerado.
     Otro de los frentes que atacan los bulos es el de las vacunas. Los más pintorescos afirman que en esas vacunas van a meter «algo» para controlar las mentes o cosa así. Creo que los que dicen semejantes cosas han visto demasiada ciencia-ficción. Hay múltiples intentos de desarrollar vacunas por parte de empresas, universidades y gobiernos que estarán encantados si pueden desacreditar a la competencia. No me cabe duda de que cualquier vacuna que se comercialice será analizada cuidadosamente por una competencia que dará amplia publicidad a cualquier cosa mala que encuentre, no digamos ya si detectan un contenido de «algo».
     Dado que las vacunas se están desarrollando en meses, en vez de en años, sin los ensayos rigurosos que son habituales, es muy posible que no sean eficaces en muchas personas, o su protección dure poco tiempo o a la larga tengan efectos secundarios inaceptables. Habrá que pensarse la posible vacunación, no es prudente aceptar una de estas vacunas con la misma tranquilidad con que podemos aceptar otras más tradicionales. Ahora bien, esto tampoco es ninguna oscura conspiración; es urgencia y decisión que el tiempo dirá si fue más o menos acertada. Se está haciendo a la vista de todo el mundo, admitido sin reservas, se están desarrollando con este apresuramiento por las circunstancias en que nos hallamos; no hay engaño, cada uno puede valorar si es mayor el riesgo de vacunarse o de no hacerlo. El insistir en las debilidades del desarrollo de estas vacunas y, eventualmente, decidir no vacunarse tampoco es conspiración.
     Es importante el tema del aprovechamiento político del COVID-19, muy descarado en casos como el del Gobierno español. Conviene aclarar que el aprovecharse de las desgracias no significa haberlas provocado, nuestros gobernantes también se aprovecharían de un terremoto; en el caso español significa que estamos gobernados por gente fundamentalmente inmoral y sin convicciones en lo relativo a libertad y democracia, son gente cuyo mayor deseo es quedarse perpetuamente en el poder apoderándose de todas las instituciones y pervirtiendo su funcionamiento. Nuestros gobernantes están entre el narcisismo del «qué guapo soy, qué bien salgo en las fotos en el avión oficial, que esto dure», y el odio más profundo a cuanto bueno hay en España, en las costumbres de su población, en la economía, la enseñanza o cualquier otro campo, con un especial odio a cuanto pueda denominarse libertad, sea en el sentido del liberalismo político o en el sentido católico.
     Ya sabemos lo que han hecho nuestras autoridades en esta pandemia. Primero negacionismo para celebrar sus sectarias manifestaciones del 8 de marzo. Después beneficiar a los amigos con los contratos, regalar nuestro dinero a los medios de comunicación que les son adictos, mentir sobre el número de muertos, enviar morfina a las residencias de ancianos con enfermos… Pocas cosas buenas destinadas a combatir la propagación de la enfermedad; muchas destinadas a favorecerse, favorecer a los amigos, favorecer el avance hacia la implantación de la eutanasia y el control ideológico en general. Basta ver un simple ejemplo: las limitaciones al culto divino se implantaron el 14 de marzo; ninguna autoridad gubernamental, ni central ni autonómica, se acordó de imponer limitaciones a los prostíbulos hasta el 20 de agosto. Todo eso de limitar la capacidad de los locales y establecer distancias mínimas entre personas no estaba orientado, fundamentalmente, a combatir la propagación de la enfermedad, ese era únicamente un efecto secundario, sino al control mental de la población a través del miedo y el acostumbrarla a cumplir imposiciones arbitrarias. Pero la lista de errores y maldades de nuestros gobernantes en la presente crisis es tan extensa que si me alargase lo que merece ni yo acabaría de escribir ni los eventuales lectores tendrían ánimo para llegar hasta el final.
     Los gobernantes con firmes convicciones en materia de libertad y democracia, cuando se hallan en situaciones anómalas que les obligan a utilizar poderes excepcionales, lo que hacen es solucionar los problemas y volver cuando antes a una situación de mayor limitación de sus poderes. Dictadores y aspirantes a dictadores utilizan las situaciones difíciles, o incluso las crean ellos mismos, para aumentar ilimitadamente sus poderes y perpetuarse en su puesto. Cada uno puede juzgar el modelo que siguen nuestros gobernantes.
     La expansión de los poderes de nuestro actual gobierno y su perpetuación se ven favorecidos por el miedo irracional de muchos españoles, y lo llamo irracional porque la pandemia tampoco es para tanto a la vista del número de muertos. El común de los españoles carece de verdaderas convicciones morales, sentido de la trascendencia y formación una vez se ha producido la apostasía masiva respecto al catolicismo. Son multitud los que llenan su tiempo libre, el que podrían emplear en informarse, formarse y pensar en las cosas importantes, con el fútbol, los cotilleos sobre los famosos y sus inmoralidades, los videojuegos, la descarga de vídeos y series de internet, la sexualidad sin amor o la bebida. Con un pueblo así y las cadenas de televisión a favor no resulta difícil establecer una dictadura bajo ciertas liturgias democráticas, perseguir a los disidentes descalificándolos de machistas, homófobos o lo que se quiera, incluso encarcelar algunos bajo las vagas y sectarias leyes sobre delitos de odio. Añadamos bandas organizadas desde los partidos de gobierno para aterrorizar en sus casas y negocios a los adversarios políticos, lo que ya se está dando desde hace bastante años en zonas como Cataluña y se va dando en otras partes de España, y no falta ningún ingrediente para acabar con la libertad y la democracia en España.
     Remataré con una consideración puramente religiosa ¿la presente pandemia es un castigo de Dios o no? Dice la Escritura en Romanos 11,34 «¿Quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero?» Yo no, ni se me ha dado a conocer la mente divina ni se me ha llamado a dar consejo al mismísimo Dios, pero parece que algunos han tenido esos privilegios, a juzgar por lo campanudamente que se expresan.
     Si esta pandemia fuese un castigo de Dios no faltarían motivos para el mismo, yo los veo de sobra y ¿con qué autoridad dicen algunos que Dios no castiga y bla, bla, bla? Qué se lo pregunten a los que están en el Infierno. Que no se trata de un castigo sino del juego de las causas segundas que Dios permite, pues vale, no tengo nada en contra. Que Dios por medio de este y otros acontecimientos, eternamente previstos, nada le coge por sorpresa, quiere hacernos ver nuestra fragilidad y llamarnos a conversión, mas que castigarnos; pues me parece probable y coherente con la más pura realidad: que somos frágiles y necesitados de conversión.
     A mí las palabras, el modo de expresarse, lo tajante de algunos eclesiásticos al negar que esta pandemia sea un castigo de Dios, me ha parecido que reflejaban una autosuficiencia, una soberbia de creerse conocedores de la mente del Señor o consejeros suyos, incluso una falta de fe en el poder de Dios para castigar y en su justicia. Puede que todo sean figuraciones mías y tales eclesiásticos sean flor de catolicidad y yo un rígido autorreferencial con cara de pepinillo en vinagre que no se halla en salida a las periferias. Discúlpenme, Dios me ha hecho así y la situación sanitaria, política y eclesial no contribuyen a mejorarme la cara.

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