miércoles, 7 de octubre de 2020

Nos castigan con otra encíclica

     No tenía mucha gana de leerme «Fratelli tutti» dados los antecedentes del Papa Francisco, pero nadie de mi entorno quiso leer por mí y contármela después; tuve que enfrentarme a la tarea. Empecé viendo que la versión española tiene cerca de treinta y nueve mil palabras divididas en 287 apartados y dos oraciones finales. Bueno, puedo cargar con eso.
     Ya llevaba leídos unos cuarenta puntos cuando me cansé de tanto aumento de pobreza, desigualdad, violencia, descarte, etc. Puede que D. Jorge Mario Bergoglio, en funciones de Papa, sea impermeable a las estadísticas y a la historia, pero yo no.
     Las estadísticas muestran que en las últimas décadas, salvo pocos países con gobiernos espectacularmente malos, en todas partes sube el nivel de vida, de educación, de sanidad, de todo. Basta ver que la esperanza de vida crece y crece en casi todos los países y momentos. Más esperanza de vida es imposible sin mejor alimentación, mejoras en la higiene, mayor acceso a médicos y medicamentos… y lo que se diga en contra o son tonterías o mentiras.
     En cuanto a violencia, violación de derechos humanos y similares me permito recordar el periodo de 1914 a 1950: dos guerras mundiales, varios genocidios y otras cuantas matanzas que quizás no fuesen genocidios, pero matanzas si fueron, totalitarismos, revoluciones sangrientas y criminales, persecuciones religiosas, hambres provocadas deliberadamente. ¿Ha comparado el Papa los números de muertos, de encerrados en campos de concentración, de perseguidos, matados de hambre, robados y humillados de esa época con los números actuales?
     Ni vivimos en el mejor de los mundos posibles, ni hay garantías de que tras las mejoras no vuelvan los peores crímenes, pero comparada la situación actual con la de un periodo como el que nos ha precedido podríamos decir que vivimos en la gloria.
     Si el Papa, ampliamente equivocado en sus análisis de la realidad, se cree de verdad lo que dice y, además, se cree de verdad dirigente de la Iglesia católica para ayudarnos a ir al Cielo, debería pensar que todas esas calamidades son fruto del pecado, una monstruosa cantidad de horribles pecados que requieren ser sanados por la gracia; necesitamos arrepentimiento, conversión, penitencia, perdón, redención, salvación. ¿Le interesa algo de esto al Papa? Poco, bastante poco.
     El término «pecado» no aparece hasta el apartado 191, y no para invitarnos a huir de él, solamente para decir que debemos aceptar a todo ser humano con sus pecados. Vuelve a aparecer en el apartado 244, pero solamente para hablar de diálogo y negociación; tampoco en este caso pide arrepentimiento. En el apartado 278 se cita como una de las experiencias de la Iglesia. En definitiva, para Francisco todos los males que nos afligen tienen una relación bastante escasa con el pecado.
     El término «gracia» aparece en el apartado 93 para decir que con ella es posible amar a los demás. En el apartado 247 se pide la gracia de avergonzarnos de cosas como la matanza de judíos por los nazis; algo que entra más en el terreno de lo abstracto que de lo personal, ya que ni el Papa ni yo tuvimos que ver en el asunto; por tanto no se trata de una verdadera llamada al arrepentimiento de pecados personales. En el apartado 254 pide la gracia de enviarnos a la búsqueda de la paz; nada que ver con arrepentimiento de los terribles pecados a cuya exposición dedicó tanto espacio. En el apartado 278 vuelve a aparecer como experiencia de la belleza de la invitación al amor universal.
     «Arrepentimiento» aparecen en el apartado 250 para decir que es posible perdonar al que no se arrepiente. Reaparece en el apartado 265 al reproducir una cita de San Agustín que pide no matar a los delincuentes para que tengan posibilidad de arrepentimiento. Eso es todo, no hay ninguna llamada general a que nos arrepintamos de tanto pecado que causa tantos males.
     La «conversión» aparece en el apartado 114 para decirnos que produce frutos de virtud moral y actitud social. Eso es todo. No parece que el Papa la considere muy necesaria por mucho pecado que haya.
     «Penitencia» es algo que ni aparece. En el apartado 226 se habla de aprender a cultivar una memoria penitencial capaz de asumir el pasado. Nada. Para el Papa no necesitamos penitencia ni como sacramento ni en ninguna otra de sus acepciones.
     «Perdón» aparece en el apartado 224 como una fórmula de cortesía, como cuando pisamos a alguien involuntariamente. Reaparece en los apartados 227 y 236 sin ninguna referencia a Dios, más bien como simple forma de ayudar a la reconciliación política. En el 237 y siguiente la cosa toma un cariz más religioso, hasta recuerda lo de perdonar setenta veces siete, pero sigue siendo un perdón horizontal, y así sigue la cosa hasta el 252, con un olvido clamoroso del perdón de Dios o de que Dios es el que con su gracia nos permite perdonar a los demás. En el 277 aparece Dios de manera, relativamente, explícita al afirmar que nuestra capacidad de reconciliación procede de sabernos siempre perdonados y algo análogo se repite en el 283. La gran mayoría de referencias al perdón y el perdonar podrían aparecer en un manual de autoayuda, no tienen nada específicamente católico.
     «Redención» es un término que no aparece en toda la encíclica. Con tanto mal y tanto pecado necesitamos que alguien nos redima, de hecho nos ha redimido el Verbo Eterno Encarnado; pero eso debe ser católicamente irrelevante para los problemas que nos afligen.
     «Salvación» tampoco aparece en la encíclica, ni «Salvador». En el apartado 32, a propósito del Covid-19, se dice que nadie se salva solo, que unicamente es posible salvarse juntos; es decir, salvación horizontal sin salvador celestial alguno. Los apartados 54 y 137 recaen en la misma idea. En el 136 las cosas empeoran pues se trata de salvarse, entre otras cosas, del declive científico y técnico. El 285, tras una mención a Dios más bien cosmética que otra cosa, a propósito del matar, se dice que quien salva una vida es como si hubiese salvado la humanidad entera; una de esas frases que quedan estupendas en las hojas de un calendario, pero poco tienen que ver con la salvación por la que Cristo subió a la cruz.
     «Cielo» e «Infierno», como resultado definitivo de nuestra vida en medio de tanta atrocidad, tampoco parecen ser importantes. En el apartado 144 se recuerda que la torre de Babel pretendió llegar hasta el cielo. La otra palabra es tabú, ni la repitamos, ni mencionemos la idea de que alguien pueda condenarse por tanta injusticia. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
     Mi opinión sobre esta encíclica queda clara con ver lo que echo en falta en ella, otros se han fijado en lo que le sobra y parecen encontrarle cosas como sincretismo, pelagianismo, apoyo al nuevo orden mundial masónico… No me he parado a buscarle más pegas, ya le encontré de sobra.
     Los defensores de «Fratelli tutti» también dicen mucho de la defendida: socialistas, comunistas y masones. Los que en España quieren imponer a toda velocidad la eutanasia, la prohibición de pensar sobre Franco y su régimen, quieren acabar con la enseñanza y la sanidad privadas, arruinarnos económicamente para volvernos dependientes de su gobierno; y los masones, quizás los únicos que han leído la encíclica, afirmando que la Iglesia ha cambiado su doctrina para aproximarse a sus posiciones sobre hermandad universal.
     La Iglesia que tiene por cabeza a Cristo sigue manteniendo que los únicos que somos, con toda propiedad, hermanos somos aquellos a los que por el bautismo se nos ha concedido tener el mismo padre que Nuestro Señor; los demás hombre son criaturas amadísimas de Dios por cuyo bien temporal y eterno debemos desvelarnos, pero ni hijos ni hermanos. Quizás sean muchos los que poseídos por el espíritu del mundo, alejado de Dios y de la verdad, me consideren un peligroso «lo-que-sea» por semejante afirmación. Les recomiendo leer el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que el Bautismo hace del neófito un hijo adoptivo de Dios, señal de que antes no lo era y de que los no bautizados siguen sin serlo. Y si no tenemos un padre, natural o adoptivo, común no podemos ser hermanos.
     Quizás la iglesia que escribe encíclicas haya cambiado de doctrina y los masones lo perciban; problema del que escribe, no mío ni de la Iglesia de Cristo.
     Que en esta su fiesta del Rosario, la Santísimo Virgen nos salve del peligro en que nos hallamos, no menor que el que había en Lepanto.

1 comentario:

  1. No es la primera publicación que veo sobre esta obra señalando estos aspectos, por mi parte, he decidido acogerme a que alguien más me la cuente, no será por mi propia mano que decida dedicarme a la lectura de "Fratelli tutti" visto lo visto.

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