viernes, 3 de abril de 2015

Muerte, paganismo y psicólogos

     Los católicos sabemos que la muerte tiene un significado muy preciso: paso de esta vida temporal a la eterna. No es el fin de la persona, desaparición definitiva ni pérdida de toda relación con ella; al menos si tenemos una mínima esperanza de salvación eterna para ella y para nosotros.
     La muerte de nuestros más próximos parientes y amigos nos resulta dolorosa; puede suponer un gran cambio en nuestra vida, hasta una catástrofe familiar. Pero sabemos conducirnos de acuerdo con nuestra fe: se atiende a los enfermos, se reza por ellos, máxime en su agonía; se les facilita la recepción de los sacramentos; una vez muerto se reza por el difunto en el velatorio; se celebra un funeral y se le entierra con nuevas oraciones; después se ofrecen misas en sufragio.
     Algunas muertes que se producen en circunstancias que no permiten llevar a cabo muchas de estas buenas prácticas o ninguna. La oración siempre es posible, la oración que supera todas las limitaciones de tiempo y espacio, llega a Dios y beneficia a vivos y difuntos.
     En lo no específicamente religioso puede haber despedidas, pésames y otros consuelos; las costumbres, como la desaparecida de guardar luto, o acciones a realizar van en función de lugares y modas. Pueden ser socialmente relevantes, pero no religiosamente y me parece de poca importancia práctica para la persona que padece la muerte de un ser querido. Tampoco las desdeño, menos aún la buena voluntad que algunas personas ponen en ellas.
     Llevo años observando la creciente intervención de los psicólogos en los casos de muertes criminales o accidentales. Los servicios oficiales dedicados a la atención de sucesos violentos y catastróficos, que tradicionalmente incluyeron bomberos y personal sanitario diverso, ahora incluyen psicólogos; a veces muchísimos psicólogos. Recuerdo el caso de un accidente de autobús tras el cual, al menos eso dijeron los medios de comunicación, se envió al lugar del suceso un autobús con psicólogos; lo que me sugiere que eran tantos que no cabían en un automóvil corriente.
     La observación de que cada vez tienen más protagonismo los psicólogos en las muertes trágicas corre pareja con la evidencia de que cada vez hay menos vivencia religiosa, menos fe en la generalidad de los habitantes de España y demás países de Europa occidental, menos acudir a la ayuda de sacerdotes en estos mismos casos. La disminución de la presencia sacerdotal no siempre es consecuencia natural de la baja en religiosidad; también interviene el laicismo militante pues hasta he leído de alguna desgracia en que se impidió el contacto de los sacerdotes con los familiares de las víctimas, pese a que parte de tales familiares deseaban la ayuda de sacerdotes y cuando, por fin, la consiguieron les resultó consoladora.
     En la reciente caída de un avión en los Alpes, ciento cincuenta muertos (poco importa si un suicidio y ciento cuarenta y nueve asesinatos, o ciento cincuenta muertes accidentales o cualquier otra combinación), la intervención de psicólogos fue masiva: en el aeropuerto del que partió el avión, en el sitio donde se estrelló, durante los viajes de los familiares al lugar del suceso... y los esfuerzos de los medios de comunicación para informar sin la menor referencia religiosa eran verdaderamente notorios.
     En un avión que viaja entre España y Alemania irán un buen grupo de católicos y protestantes, lo contrario sería extraordinario, y también entre los familiares que lloran la desgracia habrá numerosas personas de tales religiones. Pues bien, psicólogos, psicólogos y más psicólogos; las noticias nunca hablaban de sacerdotes católicos o pastores protestantes confortando a los familiares, rezando con ellos. Únicamente, hacia el segundo día, una brevísima mención a cierta ceremonia multiconfesional y, días después, unas pocas imágenes de la misa celebrada por el obispo del lugar donde cayó el avión.
     A mí no se me ocurre para que podría servirme un psicólogo, o una bandada entera, si algunos de mi familia muriesen trágicamente; creo que apreciaría mucho más un responso rezado por cualquier sacerdote. Tengo a la vista el ejemplo de muchos familiares que nunca necesitaron un psicólogo pese a una vida mucho más dura que la mía y la de la mayor parte de nuestros actuales conciudadanos. Soportaron una guerra civil, sus persecuciones y desgracias; hubo de todo: algunos asesinados, otros encarcelados, represaliados de diversos modos, saqueadas casas y comercios, pasaron por frentes de combate y campos de prisioneros... Buenos o malos católicos ninguno era un pagano postcristiano. Algo habrá influido eso.
     Podríamos pensar que la debilidad o abandono total de la fe, la pérdida de sentido de la vida y la muerte, afecta al alma o crea algún problema intelectual (¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?). No es así. Las consecuencias no son puramente espirituales, son también psicosomáticas; se debilita hasta lo más puramente biológico.
     Si razonamos biológicamente, con un toque evolucionista, los seres humanos tenemos que estar preparados para soportar la muerte de nuestros más próximos y queridos. Si nuestros antepasados han sobrevivido por miles de años es porque fueron capaces de seguir su vida, sobreponerse y continuar alimentándose y cuidando de sus hijos (así estamos nosotros aquí) en medio de las frecuentes muertes de sus próximos; muertes que incluían las especialmente dolorosas de muchos hijos pequeños, guerras y otras violencias, epidemias terroríficas, etc. Pero ahora se supone, al menos eso trata de hacernos creer la corriente dominante en nuestra sociedad, que personas normales sufrirán graves problemas sin psicólogos que les orienten en eso que llaman “elaborar el duelo”. Puede ser verdad, puede que la falta de cualquier visión trascendente suponga una auténtica dificultad para afrontar los momentos duros de la vida.
     Como ejemplo del notable grado de ridículo al que hemos llegado valga el siguiente: Entre los muertos del avión mencionado había un grupo de muchachos alemanes que pasaron un par de semanas de intercambio en un instituto español; una psicóloga salió en televisión diciendo, muy seria, que los alumnos del instituto español, que apenas conocen a los chicos alemanes muertos, han de elaborar un duelo que incluye, entre otras tonterías, escribir cartas a los difuntos. ¿Para qué? Yo les recomendaría que rezasen por ellos, pero ¿rezar? ¡horror! ¡Pecado de leso laicismo!
     Hoy es Viernes Santo. Cristo murió pero no fue el fin de la historia.

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