martes, 7 de julio de 2015

Sobre el «Instrumentum Laboris» del próximo Sínodo

Una familia normal pese a su pobreza
     El documento de trabajo para el próximo Sínodo de octubre de 2015 se basa en el documento final del Sínodo del pasado octubre, que no me hizo precisamente feliz, pero añadiéndole bastante texto nuevo procedente de consultas efectuadas y sugerencias espontáneas recibidas en estos meses. Lo nuevo es mejor, tampoco era difícil.
     El documento se resiente de la yuxtaposición de apartados del documento antiguo con otros de nueva introducción, sin dar una redacción al conjunto para armonizarlo doctrinalmente y eliminar repeticiones. Un ejemplo visible es el de los apartados 98 y 99; el 98 es el antiguo punto 41 del documento salido del Sínodo de octubre de 2014, el 99 ha sido añadido nuevo como una versión del mismo apartado pero con menos entusiasmo por el concubinato. Casos detonantes se hallan en: apartado 114, antiguo 48, y 115 sobre procesos de nulidad; y apartado 122, antiguo 52, y 123 sobre la comunión de los adúlteros. En estas condiciones el próximo Sínodo debería empezar borrando partes del documento para, después, mejorar las que dejase. Sospecho que sería mejor borrar las procedentes del Sínodo lamentable.
     Por extenderme en un solo aspecto del «Instrumentum Laboris» comentaré que empieza con un buen análisis de los problemas que afectan al matrimonio, la familia, la maternidad y la paternidad: económicos, sociales, institucionales, ideológicos… religiosos. ¡Menos mal que se acuerdan! En lo religioso se dicen cosas como: «Sólo una minoría vive, sostiene y propone las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia, reconociendo en estas la bondad del proyecto creador de Dios.» y «A esto se añade la crisis de la fe que afecta a tantos católicos y que a menudo está en el origen de las crisis del matrimonio y de la familia.»
     Creo que en la Iglesia nos hemos vuelto demasiado sociológicos; los documentos eclesiales están llenos de consideraciones, a veces muy atinadas, sobre entorno económico, influjo de los medios de comunicación, precariedad laboral, problemas de vivienda y otras muchas cosas por el estilo. Pero lo que de verdad debería preocuparnos a los católicos es el mal, el mal de los males, el pecado, y eso tiene mucho más que ver con el no reconocimiento de la bondad del proyecto creador de Dios y la crisis de fe de los católicos que con las desigualdades económicas, los impuestos o la escasez de oportunidades educativas, como puede verse en los ejemplos que siguen.
     Lo que hace que en España y muchos otros países de antigua tradición católica la situación del matrimonio, la familia, los hijos, la demografía en general, vayan fatal no tiene nada que ver con la economía y sus derivaciones pues el que quiere casarse y tener hijos jamás ha contado con un nivel de vida tan alto, ni con más ayudas estatales para sanidad y educación, ni ha habido más mejores viviendas que ahora, nunca ha sido tan barata la ropa, etc. El que no lo crea que mire cincuenta o cien años atrás.
     Nuestros abuelos tenían un poder adquisitivo menor que el actual; el Estado no les facilitaba atención médica alguna, si un hijo se les enfermaba ya podía morirse o buscar y pagar el padre un médico; no tenían impuestos, como el de la renta, que hiciesen descuentos por hijos; el sistema educativo era francamente precario… sin embargo se casaron y tuvieron muchos más hijos de los que ahora son corrientes. Nuestros abuelos eran, muy mayoritariamente, católicos, tenían una visión católica o bastante próxima a lo católico sobre la vida en general, el matrimonio y los hijos. Todo lo contrario de la visión más extendida hoy en día.
     Otra muestra clara, con apoyo estadístico, de que no son las dificultades económicas lo que condiciona el comportamiento de las personas en esta España de nuestros pecados es la siguiente: actualmente las personas de mayor nivel económico tienen menos hijos que las de menor nivel, hace unos sesenta años las personas de mayor nivel económico eran las que tenían más hijos.
     Por estas consideraciones creo que la Iglesia, en sus documentos, debe dedicar más espacio al análisis de los aspectos más ideológicos, más relativos a lo que la gente cree, al estado de la fe, y menos al marco socioeconómico, que solamente es un marco, no la pintura en sí.
     Posiblemente la profusión de análisis socioeconómicos en los documentos eclesiales sea una consecuencia más de la penetración de criterios marxistas en gran parte del clero –en algunas de las últimas décadas esto ha sido muy notorio– con esa idea de que lo importante es lo económico y lo demás, religión incluida, es consecuencia de las relaciones económicas; poco más o menos un adorno inútil.

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