domingo, 28 de junio de 2015

Comentarios al hilo de la encíclica «Laudato Si»

     En lo religioso todo bien: Creador y criaturas; valor del ser humano; destino común de los bienes; sobriedad y frugalidad frente a consumismo; consideración preferente de los pobres, sus necesidades y formas de vida; y otras muchas cosas acertadas… aunque el Papa no siempre separa la doctrina católica de las opiniones políticas que desarrolló en su Argentina natal, país modelo de disparate desde hace décadas. Hacia el final, especialmente a partir del punto 203, se olvida de sus creencias políticas y entra en un terreno plenamente religioso llegando a consideraciones muy elevadas y rematando con oraciones compuestas por él.
     Seguramente esta encíclica constituye un aporte al desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia por profundizar, religiosamente hablando, aspectos poco desarrollados y desde una perspectiva poco explorada. No tengo tanto conocimiento de la Doctrina Social como para asegurarlo, pero en lo que se me alcanza así es.
     Si la encíclica solamente contuviese la parte religiosa y las conclusiones, digamos prácticas, digamos de orientación política, que de ella se derivan estaría muy bien, pero no es así.
     En esta encíclica el Papa acepta de la forma más acrítica todos los tópicos de la corrección política, el ecologismo catastrofista, el izquierdismo universitario y sobre todo el dogma de los dogmas del Mundo actual: el calentamiento global antrópico –afortunadamente no llega a proclamarlo dogma de fe– en su versión más extrema. Todo va a ser apocalíptico: sequías por todas partes, inundaciones por doquier, el mar se tragará mucha tierra, los fenómenos extremos –su invocación sirve para un roto y para un descosido– serán lo de todos los días. La primera parte de la encíclica es incomprensible sin dar por supuesto ese calentamiento antrópico. Pero claro, después de aceptar todos los supuestos del Mundo se encuentra con que hay conclusiones inaceptables, como el aborto, que rechaza vigorosamente. Lo malo es que el aborto tiene mucho de conclusión lógica de los supuestos del Mundo que rechazan a Dios, a la singularidad del hombre como criatura a su imagen y semejanza, y divinizan la naturaleza en la que el ser humano es contemplado más como plaga que como integrante.
     El Papa Francisco fustiga a los católicos escépticos frente al calentamiento global antrópico o simplemente renuentes a secundar las propuestas, carísimas en muchos aspectos, de conferencias internacionales al respecto. Es curioso, en este pontificado manipular un Sínodo para introducir la comunión de los adúlteros y la bondad de las uniones homosexuales no recibe reproche alguno; pero si un católico duda de la realidad del tal calentamiento, o duda de su origen antrópico, o cree que sus efectos no serán demasiado graves, o piensa que los remedios que se proponen son inútiles o más perjudiciales que el mismo calentamiento, se llevará un buen tirón de orejas pontificio.
     Leyendo la encíclica me ha parecido que la formación científica del Papa es insuficiente para participar en un debate abierto sobre temas climáticos y ambientales y depende en demasía de las concepciones vulgares y tópicos que circulan corrientemente. Metiéndose en estos berenjenales científicos, en los que ni él ni la Iglesia tiene autoridad, se arriesga a que si, en el futuro, se produjese un enfriamiento perceptible del clima de la Tierra, lo que es una posibilidad, el Mundo cambie inmediatamente de careta y empiece a acusar a la Iglesia de: «un caso más de oscurantismo e imposición de creencias anticientíficas, como le pasó al pobre Galileo…»
     Por cierto, hace pocos días leí de un climatólogo, Philippe de Larminat, que no sigue la corriente dominante, un escéptico respecto al calentamiento global antrópico, que trató de participar en un congreso celebrado por la Pontificia Academia de las Ciencias al saber que todos los invitados eran partidarios de la responsabilidad humana en tal calentamiento. No le dejaron asistir ni pagándose él los gastos. Con esa objetividad científica de partida, luego salen las encíclicas como salen.
     En diversos apartados el Papa manifiesta su total desconfianza, quizás sería mejor hablar de aversión, a los mercados mientras pone muchas esperanzas en las acciones de los gobiernos: locales, regionales, nacionales e instancias internacionales. No veo motivo para pensar que los gobernantes son mejores que los mercaderes habida cuenta de la corrupción política, que el Papa también considera un problema serio, y el hecho evidente de que muchos desastres los causan los políticos: guerras, políticas económicas demenciales, concesiones para explotar recursos naturales por precios ridículos…
     El Papa denuesta varias veces los mercados sin regulación, ¿dónde están? yo no he visto ninguno, y en particular los financieros. Creo que el Papa no tiene idea de la inmensa cantidad de regulación que afecta a todos los mercados, de que cada año, en cada país, se publican miles y miles de páginas de nuevas normas sin que muchas veces se deroguen la anteriores y que, precisamente, el financiero es el mercado que tiene mayor cantidad de regulación y sufre mayores inspecciones desde hace décadas.
     El problema de la crisis que afecta a muchos países occidentales desde 2007-2008 no está en la falta de regulación del sistema financiero, sino en sus contradicciones y formalismos. Por ejemplo: en Estados Unidos a la vez que las leyes pretendían que las entidades financieras fuesen solventes también las obligaban a conceder préstamos a insolventes; incluso el presidente de un banco pequeño fue amonestado oficialmente porque no tenía créditos fallidos, eso evidenciaba que no había arriesgado lo suficiente dando créditos a personas de poca solvencia. El problema no está en la falta de regulación ni en los mercados. Además son los gobiernos los que han convertido los fallidos privados en deuda pública; eso tampoco lo han hecho los malvados mercados financieros desregulados y sus depravados mercaderes, lo han hecho los benéficos gobiernos en sus ramas ejecutiva y legislativa.
     El Papa Francisco invita a la sobriedad, huir del consumismo, pero ¿qué han hecho los gobiernos en su rama de bancos centrales? Antes de estallar la actual crisis económica, después también, poner en circulación más y más dinero, bajar y bajar los tipos de interés, que haya dinero para prestar a todos para todo. Que todos puedan llegar a la tierra prometida de adquirir bienes duraderos y caros, como la vivienda, sin pasar por el desierto del ahorro, y de paso que puedan seguir comprándose coches y haciendo viajes de placer. En España se hizo tópico el decir que cuando uno iba al banco a pedir crédito para adquirir una vivienda, no solamente le ofrecían todo el dinero necesario para comprarla –riesgo evidente prestar dinero al que no ha ahorrado nada– sino también el dinero necesario para amueblarla y para comprarse un coche. Estas han sido políticas promovidas por gobernantes, no imposiciones de mercados desregulados.
     Hablando de la regulación, leyes, reglamentos, organismos de supervisión y todo ese largo etcétera. La regulación actual de muchos estados, de extensión verdaderamente oceánica, es otro factor de desigualdad en contra de los pobres y no de su protección frente a los ricos y los mercados. Cuando un pobre quiere hacer algo, emprender alguna actividad, se encuentra con un montón de normas y organismos que o le impiden hacer lo poco que un pobre puede hacer o le encarecen y retrasan en gran medida. Cuando es un rico el que quiere montar un negocio contrata abogados que son capaces de dominar toda esa maraña reguladora, si es que el rico no se limita a incumplirla valiéndose de influencias políticas y sobornos.
     En la encíclica el Papa reconoce que en algún sitio, alguna vez, se hace alguna cosa bien, pero insuficiente. Frente a tanta reticencia en reconocer lo bueno no tiene el menor reparo en cargar las tintas en lo malo: desastres ecológicos y destrucción irreversible de ecosistemas, explotación e injusticias por todas partes y en abundancia, desastres climáticos, erosión de tierras, envenenamiento de acuíferos, voracidad de las grandes empresas que echan del mercado a los pequeños productores, hacinamiento en ciudades, y así un montón de cosas.
     Si miramos con alguna perspectiva, digamos cincuenta años pero también algunos plazos más cortos, vemos que la población humana ha aumentado, el número de muertes por hambre ha disminuido, la duración media de la vida ha aumentado y la mortalidad infantil disminuido. Si casi todo va tan mal, tan en contra de la supervivencia humana, tanto en materia de salud como económica ¿cómo puede aumentar la población, mejorar su situación alimentaria y de salud, todo a la vez? Francisco no lo explica y yo sospecho que no son tantas como él dice las cosas que van mal ni son tan pocas las que van bien.
     El Papa Francisco en su encíclica omite los hechos que no encajan en las tesis catastrofistas, como lo que acabo de mencionar; o puede que abducido por el pensamiento dominante en el Mundo, sobre estos temas, no en los estrictamente religiosos, no logre ni ver que existen hechos que  no encajan en su esquema. Parece como si en vez de pensar se limitase a, simplemente, asumir.
     En materia económica el pensamiento del Papa se podría resumir en la expresión «juego de suma cero». Si bien reconoce progresos y mejoras da la impresión de que solo se trata de concesiones a realidades tan inocultables como el Sol, pero que continuamente vuelve a sus ideas sobre que lo que unos ganan lo pierden otros. La idea de que se pueden crear riqueza nuevas, que antes no existían, y  eso hace posible que todos tengan más sin que nadie tenga menos, no le es enteramente desconocida pero no le penetra, no es una de las bases de su pensamiento económico.
     Hace dos siglos los luditas destruían maquinaria industrial afirmando que les quitaban los puestos de trabajo. El pensamiento económico del Papa Francisco no ha progresado ni se ha beneficiado de la experiencia de los dos siglos transcurridos, aunque como es católico no propone la destrucción. ¿De qué otro modo puede interpretarse este pasaje del epígrafe 128 de la encíclica?
     «Pero la orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo.»
     Un pensamiento más elaborado, desde un punto de vista económico-histórico, discurriría por el siguiente camino: ¿Cuándo hubo más máquinas que ahora? Nunca. ¿Cuándo hubo más empleos remunerados que ahora? Nunca. El nivel de vida de los empleados actuales ¿es superior o inferior al de la época de los luditas? Superior. Creo que si el Papa Francisco hubiese pensado en estas cosas no habría escrito que la introducción de máquinas es una acción humana que puede volverse contra el hombre y habría escrito algo más del estilo de «la introducción de máquinas cambia unos empleos por otros, lo que debe llevarnos a ayudar a los trabajadores a cualificarse para los nuevos puestos…».
     Mencionar, como se hace en la encíclica, la desaparición de puestos de trabajo como si fuese el único efecto de la introducción de máquinas es una omisión poco honrada intelectualmente. ¿Quién diseña las máquinas, las construye, instala, maneja, repara…? ¿Eso no son puestos de trabajo, y muchas veces mejores que los sustituidos?
     El Papa tampoco considera que las máquinas suelen sustituir el trabajo humano en las tareas más pesadas y monótonas, dejando para los seres humanos los trabajos más creativos, de mayor trato con otras personas, etc.
     Cuando era niño las calles de mi barrio eran de tierra, de barro cuando llovía, hasta que el ayuntamiento decidió pavimentarlas. Hubo que hacer zanjas para introducir las diversas conducciones y se encargó la tarea a hombres con pico y pala, a razón de diez o catorce pesetas el metro, no recuerdo bien. Años después se introdujeron máquinas excavadoras concebidas especialmente para hacer zanjas. Si el Papa Francisco echa de menos aquellos empleos de pico y pala yo me alegro de no haber tenido que trabajar en uno de ellos.
     La mecanización y automatización de la producción tiene otros efectos beneficiosos, pero voy a mencionar solo uno más: las máquinas hacen tareas que sin ellas no se harían, que serían imposibles sin ellas; nos proporcionan bienes y servicios que de otro modo no tendríamos y que no pueden desecharse como simple consumismo y lujo frívolo.
     Un solo ordenador, trabajando a pleno rendimiento, puede hacer tantas operaciones, manipular la información tan rápido como varios millones de personas juntas. ¿Significa esto que cada ordenador destruye millones de puestos de trabajo? No. Significa que esas tareas no se harían jamás, que hay muchos cálculos científicos que jamás se podrían hacer, muchos diseños que jamás se podrían mejorar, muchas estadísticas que jamás se podrían obtener, pues resulta evidente que es imposible organizar y pagar, siquiera lo suficiente para la comida, a millones de personas para hacer una de estas tareas.
     En los primeros tiempos de la Informática existía el aforismo «basura entra, basura sale». Se refería a que si los datos que se suministran a un ordenador son malos, erróneos, incompletos, el resultado que el ordenador proporcione será malo por muy bien que funcione la máquina y perfecto que sea el programa usado.
     El Papa Francisco, para escribir esta encíclica, ha usado datos de mala calidad, llenos de sesgos y omisiones ideológicas, faltos de ecuanimidad científica. Afortunadamente el programa usado para procesarlos, la fe católica, hasta tiene capacidad para corregir algunos errores de los datos como el ya mentado del aborto, pero no puede sacar lo que no se introduce.

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