domingo, 15 de mayo de 2016

Ordenaciones en la Catedral de Oviedo

El muy lleno de
buen sentido
católico y nuevo
presbítero D.
Rafael Giménez
Rodríguez
     Hoy tuve la fortuna de asistir a las ordenaciones que, como en cada solemnidad de Pentecostés, se celebraron en la Catedral de Oviedo. Tres presbíteros y dos diáconos; dos de los primeros y un diácono de nuestra diócesis, otro de cada de Lumen Dei. El Arzobispo dijo algo sobre que el Papa Francisco había dispuesto radicar el movimiento Lumen Dei en la diócesis de Oviedo; no entendí bien si es que dicho movimiento va a tener cierta dependencia canónica de esta diócesis o, simplemente, los ha autorizado a asentarse en su territorio.
     La ceremonia, de dos horas y media, fue hermosa, al menos para los que sabemos apreciar esas cosas. Además de la ordenación en sí, en estas ceremonias me encantan la letanía de los santos o el momento en que los nuevos presbíteros adoptan los ornamentos correspondientes. Cada uno tendrá sus preferencias.
     Previamente había leído las declaraciones de uno de los ordenando sobre su periodo como diácono, Rafael Giménez Rodríguez, que con sus 64 años pasa a formar parte del sector más joven del clero diocesano: «Desde el mismo momento en que me vestí, al día siguiente de la ordenación, con el clergyman para salir a la calle. Algo, por cierto, que estoy viviendo como una experiencia preciosa. Creo que la gente lo valora, porque es como dar testimonio de que somos testigos del Evangelio 24 horas, y de por vida. Me ha sucedido que se me ha acercado gente diciendo que quiere confesar, y yo con toda la pena les he tenido que decir que no puedo, porque soy diácono. Pero también me ha sucedido que gente por la calle me ha preguntado: “¿De verdad cree usted que hay algo después de la vida?”, como esperando una respuesta de aliento. Y yo he sentido que, de alguna manera, aunque muy humildemente, estaba dando testimonio de mi fe en la resurrección».
     Es curioso, no pocos pretextaron para quitarse sotana o cualquier otro signo de sacerdocio o consagración religiosa que esas vestimentas alejaban a la gente, y resulta que la gente de los que se alejaba era de ellos, de su falta de sentido sacerdotal, de lo sagrado y fervor religioso, de sus errores doctrinales y malos ejemplos. En cuanto aparece alguien con un poco de todo eso de lo que carecen los que quieren confundirse con el mundo, aunque solamente sea diácono, la gente se le aproxima en vez de huir.
     Siempre sospeché que el que algún capellán de hospital no tenga apenas trabajo se debe a que mantiene un aspecto secular que a nadie hace sospechar de su carácter sacerdotal. Si se diese un paseo por los pasillos del hospital con un simple clergyman tendría dificultad para que la clientela lo dejase marchar.

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