miércoles, 18 de enero de 2017

Pues yo no veo tanto revuelo

Crucifijo y sagrario en el templo
parroquial de La Merced de Burgos
     La actual Basílica del Sagrado Corazón de Gijón conoció tiempos mejores, mucho mejores, en cuanto a esplendor y contenido artístico antes de ser incendiada y dedicada a usos nada santos como el de cárcel para víctimas del Frente Popular, después recuperó algo de lo que fue, incluidos un sagrario y un crucifijo de valor. Cuando los jesuitas, en 1998, vendieron el templo a la Diócesis de Oviedo, pero no su ajuar, llevaron ese sagrario y ese crucifijo a su templo de Burgos, donde se hallan con toda dignidad y utilidad cultual.
     Aclararé que llevo asistiendo a misa en la actual Basílica desde niño y el antiguo sagrario me gustaba mucho, aunque el actual me parece de sobra digno, y que el Cristo que presidía el altar del lado del Evangelio me pasaba tan desapercibido que ni me enteré cuando lo cambiaron por otro; jamás me apercibí de su valor artístico, yo iba a misa no a visitar un museo, y no sabría decir que diferencias hay entre el que llevaron a Burgos y el que pusieron en sustitución. Desconfío bastante de la eficacia evangelizadora de las obras de arte y no estoy en contra de que mis hermanos en la fe que peregrinan en Burgos disfruten de esas valiosas piezas. O sea, que si vuelven a nuestro templo gijonés por las buenas ¡Bendito sea Dios! y si no ¡Hágase su voluntad! que a mí estas cosas no me dan ni frío ni calor.
     De vez en cuando vuelven a la carga los partidarios de que sagrario y crucifijo vuelvan al templo gijonés dando alimento a la prensa. Que si el sagrario se hizo con los donativos de gijoneses que hasta aportaron joyas, que si el Cristo de la Paz fue regalo de otro gijonés que pagó las veinte mil pesetas que cobró el escultor Miguel Blay… Digo yo que con más de sesenta años que esos objetos estuvieron en Gijón ya se amortizaron los donativos ¿o pretendían disfrute eterno? Y además, ¿se trataba de donativos o de préstamos? porque yo tengo entendido que fueron donativos y a mí, cuando me dan algo, eso es para mí.
     Hoy ha salido en el diario El Comercio que «1.460 gijoneses reclaman a los jesuitas el retorno de los 'tesoros' de la Iglesiona». Una primera observación: en toda una semana, misas del domingo incluidas, no acuden tantas personas distintas a la Basílica; las personas que la frecuentan, algunas a diario, pueden estimarse entre 500 y 700. La clientela de la Basílica es esa, y hasta 1460 se meten personas que ni les afecta el asunto ni, posiblemente, practiquen la Religión católica.
     Los promotores de la recogida de firmas hablan de que en 1998 los jesuitas renunciaron a la tutela de la Iglesiona (nunca la tutelaron ni la dejaron de tutelar, eran los propietarios y la vendieron ¡a ver si va a resultar que yo soy el tutor de mis muebles y no su propietario!) y de que la ausencia de esas dos piezas valiosas «está generando malestar e irritación popular». Al respecto diré que en más de dieciocho años que llevan fuera de Gijón sagrario y crucifijo, ni una sola de las conversaciones en la barbería, cola de la carnicería o del autobús me ha permitido entrever ese malestar popular. En este tiempo he tenido que presenciar muchas manifestaciones que pasaban ante la Iglesiona, algunas pidiendo quemar la Conferencia Episcopal o cosas de similar afecto a la Iglesia católica, pero ni una pidiendo la devolución de los tesoros artísticos. Debe ser que tengo poca sensibilidad para captar la irritación popular.
     Por si fuera poco lo del malestar y la irritación la cosa sigue pidiendo el retorno de las dos emblemáticas piezas, consideradas patrimonio de la ciudad, «con vistas a restablecer la paz entre todos, que es lo que pregona insistentemente nuestra religión». Sigo sin ver que en Gijón haya una guerra a propósito de ese sagrario y crucifijo, más bien sospecho que la gran mayoría de los gijoneses ni saben de ellos ni les importan. Tampoco me extrañaría que fuesen más los gijoneses a los que alegraría su destrucción, dado el odio que se ha extendido a todo lo de la Iglesia, que los preocupados por su retorno. Aunque puede ser que la idea más peligrosa sea la mezcla de política y religión con eso de que las dos piezas son consideradas patrimonio de la ciudad. Son patrimonio de la Iglesia, en su rama llamada Compañía de Jesús, no de una ciudad ¿o acaso los firmantes quieren que el sagrario sea utilizado por el ayuntamiento? No confundamos nunca Pueblo de Dios con pueblo en sentido demográfico o político.
     El final del artículo publicado en El Comercio es de chiste, o de broma pesada, pues según los de las firmas: «Los jesuitas, insisten, pueden seguir siendo los titulares de las piezas, pero depositadas en el lugar que les corresponde.» ¡Muy divertido! ¿Y en qué se notaría que los jesuitas son los propietarios si no pueden disponer de ellas, ni tenerlas en la iglesia que quieran, ni usarlas, ni nada? Si alguno de los firmantes tiene un buen coche me gustaría que siguiese siendo el titular pero que lo depositase en mis manos, para que yo lo use cuando quiera. ¿Vale la fórmula?

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