viernes, 18 de agosto de 2017

Turismo de sol, playa y borrachera

     Hay millonarios, viejos y desagradables, que al verse perseguidos por ciertas mujeres caen en la vanidad de pensar que es por su hermosura y simpatía, pero es el dinero. Hay personas que viendo la gran afluencia de turistas a Baleares caen en creer que es la belleza y patrimonio de tales islas lo que les atrae, pero es el dinero.
     Baleares, y buena parte de la costa mediterránea española, tienen un infraestructura turística enorme debido a una conjunción de factores históricos. En la primera mitad del siglo XX empezó a cambiar la moda multisecular: estar blanco y hasta pálido, sobre toda las mujeres, por la de ir a las playas a tomar el sol y ponerse moreno. Tras la II Guerra Mundial muchos millones de habitantes de Europa occidental alcanzaron un nivel de ingreso suficiente para viajar en verano, siquiera modestamente, y apuntarse a la moda de la playa y el sol. En esa misma época España era un país relativamente pobre y barato para esos europeos y el régimen político, mucho menos intervencionista que el actual, permitía que cada uno se montase su negocio turístico: un modesto bar o un restaurante de lujo, una simple pensión, un pequeño hotel, un gran hotel o alquilar habitaciones de la propia casa; cada uno lo que pudiese. Así se fue creando un inmenso capital de instalaciones turísticas y de personas que entienden el negocio; algo que sería imposible en la actualidad con toda clase de exigencias exorbitantes y prohibiciones por parte de las autoridades, como la reciente de las viviendas turísticas.
     La mayor parte, la que más hoteles llena y más dinero deja, del turismo que recibe España está formada por personas de clase media, incluso media baja, que vienen atraídos por la casi total seguridad de tener sol en las playas del Mediterráneo y disfrutar por las noches de alguna diversión. Una parte de esos turistas añaden a este menú las bebidas alcohólicas que, en España, por los bajos impuestos, suelen ser bastante más baratas que en sus países de origen. Son esos los que dan lugar al penoso espectáculos del turismo de sol, playa y borrachera.
     Hace décadas que los políticos hablan de fomentar el turismo de calidad, hipócrita eufemismo para decir que se desea atraer turistas ricos en vez de pobres. No pocas veces la propuesta viene de personas que afirman ser muy progresistas, comprometidas con la justicia social y favorecedoras de que los pobres tengan las mismas oportunidades que los ricos.
     La idea de recibir turistas ricos en vez de pobres parece genial: un rico gasta mucho más dinero en hoteles caros, restaurantes de lujo y un largo etcétera que un turista pobre. Si se piensa algo más se ven dos inconvenientes: un rico exige mucho más que un pobre (espacio, limpieza, calidad, comodidad…) y a los ricos los quieren en todas partes, en casi todos los países (quizás con excepciones como Corea del Norte) están dispuestos a darles comodidad, lujo, seguridad y lo que pidan.
     Hay un problema de competencia: para recibir muchos millones de turistas europeos de medio pelo España tiene pocos rivales por capacidad de su industria hotelera, competitividad en precios y cercanía geográfica; para recibir unos cientos de miles de ricos la competencia es mucho mayor. Para un europeo rico viajar a Baleares, Túnez, el Egeo o más lejos es casi indiferente en términos económicos. Para un europeo de clase media baja la diferencia de precio entre el vuelo a Baleares o a otro lugar más lejano puede ser decisiva, puede ser lo que permita cobrar un poco más a un hotel de Baleares que al de otro país con mano de obra más barata, o un día más de vacaciones o anime a volver. Este factor geográfico, que da una ventaja competitiva a Baleares en el turismo modesto y no se lo da en el de lujo, es el que convierte en una peligrosa ensoñación de políticos intervencionistas los intentos por reconvertir ese archipiélago, y las demás zonas españolas de sol y playa, en zonas de «turismo de calidad».
     A España vienen turistas ricos, hay europeos de buena posición económica que incluso se vienen a residir permanentemente a España, seguirán viniendo turistas ricos y bienvenidos sean. Pero no soñemos con que se puedan sostener los millones de empleos del sector turístico a base de sustituir a ingleses de cerveza que vomitan en la calle por elegantísimos ingleses de whisky que se pasan sus borracheras en suites de lujo y chales de su propiedad. Eso no va a pasar.
     Los que, tras las anteriores consideraciones, crean que la belleza o la cultura (¡La cultura! ¡Ah, la cultura! ¡Qué cultos somos los europeos! No como esos despreciables estadounidenses infantiles y sin historia.) de las islas Baleares, o las Canarias, o la Costa del Sol o cualquier otro sitio, es determinante en el turismo que recibe España deberían echarle un vistazo a las estadísticas de Eurostat.
     Se puede hacer una comparación, con datos del año 2015, sobre el número de pernoctaciones de turistas por kilómetro cuadrado de la región respectiva. Baleares 13069, Canarias 12628, Asturias 466, Castilla-La Mancha 55. ¿De verdad piensa alguien que las Baleares son doscientas y pico veces más hermosas y dotadas de patrimonio cultural que Castilla-La Mancha? Creo que tiene algo que ver con la carencia de playas en Castilla-La Mancha. ¿Baleares veintiocho veces mejor que Asturias? ¿No será que en las playas de Baleares el sol es seguro y en las de Asturias puro azar? Sospecho que el norte de Finlandia debe ser una absoluta preciosidad de lagos y bosques, pero su índice es 31, Baleares lo supera en más de 400 veces ¿no será por lo del sol y playa? Y así se pueden recorrer muchas regiones de España y de toda la Unión Europea viendo la enorme ventaja turística que tienen las que ofrecen lo que quiere la gran mayoría de los europeos: ni belleza ni cultura, sol y playa, y si hay alcohol barato mejor todavía.
     Por último, unas consideraciones morales. Evitar malas influencias morales es bueno, pero dado que los turistas ricos no son más santos que los pobres, su moralidad no es mayor, solamente son más refinados sus modales, no veo ventaja moral alguna en sustituir a los pobres por los ricos. El intervencionismo estatal también tiene serios peligros morales; el mero hecho de que los políticos se consideren omniscientes y todopoderosos para cambiar las cosas mediante sus intervenciones ya es lago moralmente malo y el que reduzcan la libertad de las personas para buscar la forma de ganarse la vida que mejor puedan y les convenga también es malo.

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