viernes, 3 de agosto de 2018

Doctrina perenne o seguimiento del Mundo

     Durante largo tiempo ha sido habitual frotar dos palos para hacer fuego. El progreso en la comprensión de las leyes naturales y la tecnología han conseguido que dispongamos de otros medios para encender fuego y que sea muy raro el tener que frotar dos palos para conseguirlo, pero esto no significa que el antiguo método sea falso, que haya dejado de funcionar. Las leyes de la naturaleza que permiten obtener fuego frotando dos palos siguen vigentes y, si se diesen circunstancias que lo aconsejasen, podríamos volver a hacerlo.
     Dios no cambia, su voluntad es la misma ayer, hoy y mañana. Si de acuerdo con la voluntad de Dios la pena de muerte es lícita en ciertos casos, seguirá siendo lícita en esos casos digan lo que digan los que se dedican a modelar el muy débil pensamiento que impregna nuestra sociedad. Si en determinadas circunstancias es lícita, cuando vuelvan a darse esas circunstancias volverá a serlo, con independencia de que ahora no se den. Si ahora no es lícita en ningún caso ni circunstancia, nunca fue lícita y los papas se equivocaron al sostener que lo era. Si los anteriores papas se equivocaron en ese punto moral, también el actual puede equivocarse en su decisión sobre el mismo asunto, decisión que no tiene mayor rango doctrinal que las de los anteriores papas. Si el papa Francisco está tan convencido de que sus ideas son las buenas convendría, para quitarnos dudas a los fieles, que condenase explícitamente los errores de sus antecesores, que nos diga con toda claridad de qué papas no debemos fiarnos porque aprobaron la pena de muerte en algún caso.
     Después de esta pequeña inyección de lógica, veamos la modificación del punto 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica y los argumentos con que se acompaña, en especial el escrito con el que el cardenal Ladaria explica y justifica la decisión del papa Francisco de modificar la redacción.
     El pasaje de la anterior redacción «Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido...» ya era bastante voluntarista y, en todo caso, la apreciación de si tenemos estados que funcionan muy bien o estados fallidos no es algo que se pueda definir doctrinalmente, es una cuestión de hecho que unos verán de una manera y otros de otra. Redactar algo que es para todo el mundo como si todos los estados tuviesen las misma posibilidades de funcionamiento excelente ya fue una falta de rigor intelectual.
     En la nueva redacción se ha empeorado esa falta de rigor intelectual «En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo...» Da por hecho que países pobres y ricos, estados bien organizados y estados fallidos, dictaduras y países libres, ya han implantado… La anterior redacción se limitaba a hablar de posibilidades, la nueva ya lo da como realidades presentes. Y otra vez nos encontramos ante una cuestión que no es doctrinal y no puede resolver ni el Papa ni el Catecismo ¿de verdad se han implantado esos sistemas más eficaces? Unos pueden pensar que si y otros que no, pero ningún punto de la Revelación nos va a decir si eso es así, igual que ningún punto de la Revelación nos dice si el Sol gira alrededor de la Tierra o la Tierra alrededor del Sol.
     En el mismo párrafo se dice «Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves.» ¿En qué lo ha notado Su Santidad? ¿De verdad cree que un mundo donde se extiende el aborto, también en el país de Su Santidad y con su clamoroso silencio, y se extiende la eutanasia poco a poco «está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona»? Me apetece decir ¡mentira!, pero por no entrar en las conciencias me limitaré a decir ¡falso!
     El último párrafo de la anterior redacción del Catecismo era una cosa matizada «suceden muy […] rara vez […], si es que ya en realidad se dan algunos». Los anteriores papas no tenían la pretensión de ser jueces infalibles en cuestiones de hecho y dejaban abierta la posibilidad de que un cambio de circunstancias aconsejase un cambio de proceder. Francisco, quizás en una manifestación más de su carácter autoritario, en el número 2267 incluye un último párrafo que dice «Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que “la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.» Está claro que los anteriores papas no disfrutaban de la luz del Evangelio ¡pobre San Juan Pablo II! llegar al Cielo y a los altares sin haber conocido la luz del Evangelio.
     Merece notarse como, Francisco, da rienda suelta a su pulsión de activista político-social comprometiendo a la Iglesia a la abolición de la pena de muerte. Y digo yo ¿no estaría bien comprometerla en la abolición del aborto y la eutanasia? En los epígrafes 2270 a 2279 el Catecismo trata estos dos asuntos, el Santo Padre podría modificar dos de ellos para comprometer a la Iglesia en la abolición de semejantes crímenes ¿lo hará? Voy a ser caritativo y no escribir lo que pienso al respecto. Por lo demás creo que un catecismo es para dar a conocer la doctrina y disciplina de la Iglesia de manera sistemática y accesible, no para incluir en él planes de acción contingentes.
     Esta modificación del Catecismo va acompañada de una «Carta a los Obispos acerca de la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre a pena de muerte» firmada por el cardenal Ladaria, que merece comentarios.
     El segundo punto de la carta incide en aspectos circunstanciales, de las circunstancias de hoy en día, lo que vuelve a dejarnos en el aire que pasará si las circunstancias cambian. ¿Es esta una doctrina para desde ahora hasta el Juicio Final o es sólo para mientras duren esas nuevas comprensiones, eficaces sistemas de detención y nuevas conciencias? Pensemos que lo nuevo se convierte en viejo si aparece algo todavía más novedoso. Y el punto tercero de la carta no mejora las cosas pues vuelve a lo circunstancial, a las circunstancias que se dan hoy en día o que alguien, en las altas esferas eclesiásticas, desde el más rígido eurocentrismo, se imagina que se dan. El punto cuarto sigue dándole vueltas a las circunstancias que se dan en la «sociedad moderna», por lo que no añade un ápice de perennidad a la doctrina que se pretende justificar. El punto sexto cita al papa Francisco «hoy en día la pena de muerte...», lo que vuelve a ser algo carente de perennidad y nos deja en la duda de si el resto del párrafo se refiere a «hoy en día» o a «para siempre jamás».
     Los puntos 7 y 8 de la carta son dignos de mayor consideración, pues al tiempo que vuelven a buscar apoyo en las circunstancias presentes, entre ellos los célebres «sistemas de detención más eficaces», afirman que la nueva redacción del epígrafe 2267 está en continuidad con el Magisterio precedente: «un auténtico desarrollo de la doctrina que no está en contradicción con las enseñanzas anteriores del Magisterio». Seamos serios y sigamos la lógica. Si antes el Magisterio afirmaba la licitud de la pena de muerte en algunos casos, aunque fuesen poquísimos, restringidísimos e indeseabilísimos, y ahora afirma que nunca es lícita hay una contradicción flagrante: alguno y ninguno son términos que se contradicen. Y si alguien no me cree, pregúntele a un matemático si considera compatible la afirmación «existe algún número que tiene la propiedad A» con la de que «ningún número tiene la propiedad A».
     La doctrina sobre la pena de muerte no tiene repercusiones prácticas para mí pues, en las circunstancias en que vivo, es probable que pueda morirme de viejo sin tener que votar ni tomar nunca ningún otro tipo de decisión sobre pena de muerte sí o pena de muerte no. Ni siquiera tendré ocasión de hablar en favor de que se restrinja o sea abolida, pues no suele ser objeto de discusión en los ambientes que frecuento; el pensamiento dominante al respecto es: «pena de muerte ¡que horror!, aborto y eutanasia ¡fascista el que se oponga!».
     Me preocupa, y mucho, esta deriva de la Iglesia que se deja llevar por los vientos del Mundo: no digamos nada cuando en Irlanda se celebra un referéndum para aprobar el aborto, hablemos muy bajito cuando en España se presentan proyectos de ley para implantar la eutanasia, pero seamos inflexibles contra la pena de muerte, que por eso nadie nos va a criticar, desde luego no la Masonería que hace tiempo que la tiene entre sus objetivos, ni los mundialistas –valga la redundancia-, ni los de la ideología de género, ni ninguno de los restantes siervos de Satanás.
     Es suicida, un disparate carente de cualquier lógica, que la Iglesia modifique ni el menor punto doctrinal del Catecismo atendiendo a las circunstancias actuales, el actual estado de conciencia de nuestra sociedad, los actuales sistemas de esto o lo otro, que tome como referencia moral una sociedad absolutamente inmoral en que el aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales o la negación de Dios y toda trascendencia tienen enorme aceptación. ¿Cómo pueden confiar el papa Francisco y el cardenal Ladaria que una sociedad tan sumamente equivocada en cosas tan importantes, que una sociedad dominada por la cultura de la muerte, acierta en un asunto relativo a la vida humana? En el mundo hay unos miles de penas de muerte y bastantes millones de abortos al año, ¿seguro que esta humanidad se equivoca en lo más y acierta en lo menos? Me permito dudarlo.

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