viernes, 24 de agosto de 2018

Francisco es parte del problema

     En medio de esta tremenda crisis de la Iglesia en algunos países por la lenidad, durante décadas, con la pedofilia y otras aberraciones, el pasado día 20 el Santo Padre ha publicado una carta dirigida al Pueblo de Dios que, como persona que ha recibido la gracia de pertenecer a ese Pueblo, me resulta prescindible y hasta me causa rechazo. La carta no peca por contener errores de fe, sino que peca gravemente de omisión e intento de distraer: omite la mayor parte del problema de inmoralidad, reduce su gravedad y lo diluye. Es un ejercicio de retórica literaria y retórica eclesial con su característico hilvanado de de citas piadosas.
     Lo primero que destaca de esta carta es su ocultación de la mayor causa de los abusos sexuales, lo que alguno ha llamado el elefante en la habitación del que nadie quiere hablar, la homosexualidad. Un 80% de los abusos sexuales por los que la Iglesia está tan herida son de naturaleza homosexual: sacerdotes, obispos y hasta cardenales que abusan de niños varones, adolescentes varones, seminaristas (varones, por supuesto) y sacerdotes jóvenes (varones, por supuesto).
     El problema de abusos heterosexuales es, relativamente, pequeño; lo corriente, lo que siempre cabe esperar se tomen las precauciones que se tomen. Siempre habrá una pequeña proporción de varones que falten a la castidad y mantengan relaciones, de esas que ahora se llaman eufemísticamente inapropiadas, con mujeres, y no siempre con las que ya han cumplido la mayoría de edad. Cierta vigilancia y diligencia en reprimir estos casos pueden reducirlos, entre el clero, muy por debajo de la frecuencia con que ocurren en la sociedad en general.
     Lo que no es normal, estadísticamente, es lo de los abusos homosexuales del clero. Es evidente que se ha permitido que entre el clero de algunos países haya una mayor proporción de homosexuales que entre la población general, cuando debiera haber menos, y que se les ha permitido, tolerado u ocultado una frecuencia de abusos mayor que entre la población general. Solamente así de un sector muy minoritario de la población, el de tendencias homosexuales, pueden acabar saliendo una parte muy mayoritaria de los abusos sexuales del clero.
     En la carta el Papa diluye la responsabilidad entre todos, en vez de señalar a los culpables, cosas como «Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas.» sugieren que todos tenemos un poco de culpa en el asunto. No. Los autores, colaboradores, encubridores, obstructores de investigaciones, etc. tienen culpa. El actual Papa tiene culpa en mantener, incluso incrementar recientemente, la nómina de homosexualistas y homosexuales activos en elevados puestos vaticanos; tiene culpa en permitir el aquelarre homosexualista de Dublin llamado «Encuentro Mundial de las Familias» y no haberlo parado; tiene culpa de haber instalado y mantener a cardenales francamente sospechosos en puestos importantes; tiene culpa de tener como amigos y favoritos a algunos de esos; tiene la culpa de haber llamado calumniadores –con notable imprudencia- a acusadores con grandes visos de decir la verdad; tiene culpa por crear confusión en otros temas dogmáticos, morales y disciplinares con la erosión que ello supone para el conjunto de la fe, moral y disciplina. Por lo menos es culpable de todo esto; otros tienen culpas más directas, los que cometen los abusos, pero no de mayor repercusión para el conjunto de la Iglesia.
     En la carta reproduce un fragmento del Via Crucis compuesto el 2005 por el entonces cardenal Ratzinger con claras referencias a estos problemas, que conocía bien por estar al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y en el que se incluye el pasaje «La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón.» Esto es una gran verdad y estoy seguro de que Ratzinger lo creía de verdad y lo sigue creyendo en su retiro, lo que tiene gracia es que lo diga Francisco, el que está empeñado en que comulguen los adúlteros que quieren seguir viviendo en adulterio.
     En fin, no soy el primer católico que considera muy deseable la renuncia del actual Papa. Mientras siga siéndolo por tal lo tendré y seguiré obedeciéndolo en lo que no sea contrario a la fe, pero de disculparlo y, menos, aplaudirlo nada de nada. Eso de «el Papa es bueno, los malos son los que le rodean y le impiden cambiar las cosas» no me lo trago; y lo de «el Papa tiene buena intención pero no acierta» me lo trago muy a medias y solamente por lo de ¿quién soy yo para juzgar? las intenciones, se entiende, porque los hechos los juzgo nefastos.

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