lunes, 11 de agosto de 2014

Nueva defensa cardenalicia del matrimonio

     Desde que el pasado mes de febrero el Cardenal Kasper diese a conocer su desafortunado documento proponiendo extrañas componendas para que los adúlteros (casados, divorciados y vueltos a casar inválidamente) puedan recibir la comunión sacramental han sido muchos los que han salido en defensa de la buena doctrina. La historia se repite; los errores de los herejes, y de otros que quizás no tengan tan mala intención, suscitan una reacción de los fieles a la Verdad que no sólo la reafirma sino que nos lleva a su mejor comprensión y exposición (Dios tenga consideración de los herejes por ese bien a que dan ocasión, aunque sea sin quererlo).
     Entre los muchos eclesiásticos notables que han reafirmado la indisolubilidad del matrimonio está el Cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La ocasión más reciente ha sido la de un libro-entrevista, de próxima publicación, en el que eleva el tono llegando a decir cosas como que “la total indisolubilidad de un matrimonio válido no es mera doctrina, sino que es un dogma divino y definitivo de la Iglesia” ¡No se puede decir más! Pero si alguien ha quedado con dudas añade cosas como “...la indisolubilidad del matrimonio no depende de los sentimientos humanos, ya sean permanentes o transitorios. Esta propiedad del matrimonio la quiere Dios mismo. El Señor está involucrado en el matrimonio entre hombre y mujer, y por eso el lazo existe y tiene su origen en Dios.”
     El prólogo de este libro no debe tener desperdicio pues lo escribió el Cardenal Fernando Sebastián, que tampoco es tímido hablando de estos temas y en él dice cosas como “...el principal problema presente en la Iglesia respecto a la familia no es el pequeño número de divorciados y vueltos a casar que quieren recibir la comunión eucarística...” o “Nuestro más serio problema es el gran número de bautizados que se casen civil y sacramentalmente que no viven el matrimonio o la vida marital en armonía con la vida cristiana y las enseñanzas de la Iglesia, que los convertiría es iconos vivientes del amor de Cristo por su Iglesia presente y sirviendo en el mundo.”
     Y es que la Fe católica no está reñida con el conocimiento de la realidad sociológica y han sido bastantes los que, a su defensa de la Fe frente a los errores del Cardenal Kasper, han añadido el certero análisis de lo pequeño que es ese problema de los adúlteros que quieren comulgar -una ínfima minoría de notable extravagancia moral- frente al enorme problema de la multitud de adúlteros a los que les trae al fresco la comunión y todo lo demás, los que simplemente viven su matrimonio ajenos a la voluntad de Dios sobre el mismo y, el que lleva camino de ser el mayor de todos, el enorme número de los que ni se casan ni piensan hacerlo jamás y viven en concubinato o en una cadena interminable de concubinatos.
     Desde el pasado febrero, pensando en el próximo Sínodo sobre la familia, muchos otros se han pronunciado en defensa de la Fe y de la mera sensatez sociológica pero no han faltado los adoradores del Mundo y sus errores dispuestos a justificar cualquier cosa y complacer todos los vicios y caprichos humanos. Lo más ridículo que he leído estos meses sobre el tema es la propuesta de una profesora de derecho, cuyo nombre he tenido la involuntaria caridad de olvidar, según la cual la Iglesia no debía negar la indisolubilidad del matrimonio sino dejar sin efectos jurídicos el primer matrimonio de los adúlteros ¡y todos felices! Cásate, divórciate, vive feliz tu adulterio... haz lo que te dé la gana porque aunque el primer matrimonio siga siendo perfectamente válido, y hasta continúe existiendo porque es indisoluble, pues como si no existiese, no tiene efectos. ¿Se atrevería esa señora a proponer que dejemos sin efectos jurídicos la Ley de la Gravedad? ¿Tienen mayor valor las leyes que Dios a dado a la materia que las que nos ha dado a los hombres para nuestro bien presente y futuro?
     Para iluminación de los que piensan que la Iglesia puede decidir arbitrariamente, o al gusto cambiante de los pecadores de cada época, que es lo mismo, lo que vale y lo que no vale, lo que tiene efectos y lo que no, debo advertir que en el Juicio final sera el Señor Jesucristo el que decida lo que tiene efectos jurídicos, y lo hará de acuerdo con los designios eternos del Padre y con el poder del Espíritu que es Señor y da la vida. Nada sobre lo que pueda influir una profesora de derecho infectada del peor iuspositivismo u otra porquería semejante.

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