jueves, 4 de agosto de 2016

Los daños de este pontificado son evidentes, los bienes…

     Todos sabemos que el Papa es muy importante en la Iglesia a efectos prácticos, no sólo en la teoría teológica sino en la vida diaria de los fieles; en lo que creemos, rezamos y hacemos a diario hay una gran influencia de lo que dice y hace el Papa. No todos los pontificados son iguales, unos han sido mejores ¡mucho mejores! que otros a la hora de ayudar a los fieles a vivir según Cristo.
     Dice el Concilio Vaticano II, que no es el más importante de la historia, pero concilio ecuménico es, en el número 25 de «Lumen gentium» cosas como:
     «… Porque los Obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida … los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo … Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo …»
     ¿Y qué pasa cuando parte de los obispos se dedican a propagar sus propias doctrinas, dejan de ser pregoneros de Cristo para serlo de Satanás, y el Papa ni los corrige, ni contribuye a aclarar las cosas ni emite nada verdaderamente magisterial? Pues que toda esta teoría carece de aplicación práctica y los fieles sufrimos. Si hay obispos que dan indicaciones diametralmente opuestas sobre la comunión de los adúlteros ¿qué sentido tiene que los fieles acepten el juicio de su obispo sobre fe y costumbres? Si la Iglesia es Una solamente puede existir una fe y unas costumbres, y no unas diferentes en cada diócesis. Si el Papa habla y escribe de manera ambigua ¿cuál es el magisterio supremo a reconocer con reverencia? El de los papas anteriores que se pronunciaron de manera clara, concorde entre ellos y con la Revelación.
     Hace semanas los arzobispos de La Plata (Argentina) y Filadelfia (Estados Unidos) dijeron a sus sacerdotes que no diesen la comunión a los divorciados vueltos a casar (en una palabra, adúlteros) mientras que otros llevan tiempo permitiendo en la práctica, y teorizando públicamente, tales comuniones. ¿Cuáles son los obispos pregoneros de la fe, maestros auténticos y todas esas cosas? ¿Y que hace el Papa Francisco? Me refiero a cuando no está nombrando a un protestante para dirigir  la edición argentina de L’Osservatore Romano.
     Sobre lo que hace el Papa, el actual, no los anteriores, tenemos interesantes opiniones de variada procedencia, veamos tres:
     Hace varias semanas el cardenal Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia, concedió una entrevista objetando a la confusión y ambigüedad del Papa:
     En Amoris Laetitia [308] el Santo Padre Francisco escribe: «Entiendo a aquellos que prefieren una pastoral más rigurosa, que no deja lugar a confusión.»
     Infiero de estas palabras que Su Santidad se da cuenta de que las enseñanzas de la exhortación podrían dar lugar a confusión en la Iglesia.
     En lo personal, deseo –y así es como muchos de mis hermanos en Cristo (cardenales, obispos y fieles laicos por igual) también piensan– que la confusión se debe quitar, pero no porque yo prefiera una pastoral más rigurosa, sino, más bien, porque simplemente prefiero una pastoral más clara y menos ambigua.
     Dicho esto –con el debido respeto, el afecto y la devoción que siento la necesidad de nutrir hacia el Santo Padre– yo le diría:
     «Su Santidad, por favor aclare estos puntos:
     a) ¿Cuánto de lo que Su Santidad ha dicho en la nota 351 del párrafo 305 es también aplicable a las parejas divorciadas y vueltas a casar que aún desean de todos modos seguir viviendo como marido y mujer; y por lo tanto cuánto de lo que fue enseñado por Familiaris Consortio nº 84, por Reconciliatio et Poenitentia nº 34, por Sacramenttum Unitatis nº 29, por el Catecismo de la Iglesia Católica nº 1650, y por la doctrina teológica común, debe considerarse ahora como abrogado?
     b) La enseñanza constante de la Iglesia –que también ha sido recientemente reiterada en Veritatis splendor, nº 79– es que hay normas morales negativas que no permiten ninguna excepción, ya que prohíben los actos que son intrínsecamente deshonrosos y deshonestos –como por ejemplo, el adulterio. ¿Se cree todavía que esta enseñanza tradicional es verdadera, incluso después de Amoris Laetitia?»
     Así habla este cardenal para después recomendar, fina y cardenaliciamente, eso sí, que los fieles hagamos caso al Catecismo en vez de al Papa:
     Lee y medita en el Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1601-1666. Y cuando oigas a algunos hablar del matrimonio –aunque lo hagan sacerdotes, obispos, cardenales– y luego compruebes que no está en conformidad con el Catecismo, no los escuches. Son ciegos guías de ciegos.
     El Cardenal remata con una noción lógica que creo del mayor valor en las presentes circunstancias; no estamos obligados a hacer caso al Papa cuando es confuso, ambiguo o contradictorio. Lo dice de manera más suave, pero lo dice:
     La lógica nos enseña que una proposición es ambigua cuando se puede interpretar según dos significados diferentes y/o contrarios. Es obvio que tal proposición no puede tener ni nuestro asentimiento teórico ni nuestro consentimiento práctico, ya que no tiene un significado seguro y claro.
     La denuncia de la ambigüedad, llegada de un emérito que yo no tiene que hacer méritos para ascender, sorprende más cuando el que la hace está en activo y es un colaborador directo del Papa, monseñor Gänswein, Prefecto de la Casa Pontificia, que en otra entrevista empieza haciendo equilibrios para justificar que no hay diferencias teológicas entre los papas Benedicto XVI y Francisco para acabar en que este papa no es claro y por ello no hay que hacerle caso:
     En lo que respecta a las líneas maestras de su convicción teológica hay continuidad en todo caso. Por supuesto que también soy consciente de que, por los diferentes tipos de expresiones y formulaciones podrían a veces surgir dudas sobre esto. Ahora bien, si un Papa quiere cambiar algo de la doctrina, entonces debe decirlo con claridad, para que esto sea también vinculante. Importantes concepciones doctrinales no pueden cambiarse por medio de frases a medias o notas a pie de página formuladas con cierta amplitud. El método del magisterio teológico posee sobre esto criterios inequívocos. Una ley que no es en sí clara, no puede obligar. Y lo mismo vale para la teología. Las expresiones magisteriales deben ser claras, para que sean vinculantes. Los enunciados que permiten distintas interpretaciones son una cosa arriesgada.
     Pero monseñor Gänswein se ve en la necesidad de reconocer más cosas: las fisuras en la unidad de la Iglesia que está creando el actual Papa. Es curioso ¡finura vaticana!, a la vez que niega el daño para la unidad de la Iglesia va exponiendo hechos que lo confirman:
     Previamente al sínodo de los obispos del pasado octubre se hablaba de una especie de ambiente a favor y en contra del papa Francisco. Yo no sé quién ha puesto en circulación ese escenario. Yo me guardaría de hablar de una distribución geográfica de favorables y desfavorables. Es cierto que, en determinadas cuestiones, por ejemplo el episcopado africano ha hablado con mucha claridad. El episcopado, es decir, conferencias episcopales completas, y no únicamente obispos concretos. Este no ha sido el caso en Europa y Asia. Sin embargo, no me parece muy adecuada esa teoría de la brecha. Pero en honor a la verdad hay que añadir que algunos obispos están verdaderamente preocupados de que el edificio doctrinal pueda sufrir daños por falta de un lenguaje cristalinamente claro.
     Y para remate el Prefecto tiene que reconocer que el Papa actual no sirve como referencia segura para los católicos:
     La certeza de que el Papa, como roca frente al oleaje, era la última ancla, está, en efecto, diluyéndose. Si esa percepción se corresponde con la realidad y refleja correctamente la imagen del papa Francisco, o más bien se trata de una pintura mediática, es algo que no puedo juzgar. Pero las inseguridades, y a veces también las confusiones y el desorden han aumentado.
     ¡Menos mal que Gänswein es colaborador estrecho de Francisco! ¡Si llega a ser de los adversarios!
     Una de las exigencias del ecumenismo es que los católicos tengamos clara nuestra fe, lo que proponemos a los demás como la verdad de Jesucristo; son frecuentes las historias de conversos que fueron atraídos a la Iglesia por su firmeza doctrinal a través de los siglos. La ambigüedad, las ocultaciones de la verdad y los cambios, reales o aparentes, no atraen a la gente seria, a la que tiene mayor capacidad de comprometerse con la verdad, a los que más nos puede interesar tener en la Iglesia. Así llegamos a que los lefebrianos, aquellos que más fácilmente podrían regresar a la perfecta comunión y disciplina de la Iglesia, denuncien la confusión que se enseñorea de la Esposa de Cristo y desprecien la posibilidad de integrarse canónicamente en ella ¿uno de los frutos del estilo renovador de Francisco?
     En la gran y dolorosa confusión que reina actualmente en la Iglesia, la proclamación de la doctrina católica exige denunciar los errores que han penetrado en su seno, promovidos, lamentablemente, por un gran número de pastores, incluso por el mismo Papa.
     La Fraternidad San Pío X, en el actual estado de grave necesidad que le concede el derecho y el deber de proporcionar los auxilios espirituales a las almas que recurren a ella, no busca ante todo un reconocimiento canónico, al que tiene derecho por ser una obra católica.
     Y el comunicado lefebriano continúa con cosas más y más duras contra el proceder del Papa –lo que he reproducido es lo suave–.
     Vistos los evidentes males del actual pontificado, tanta confusión, ambigüedad, desorientarnos a los fieles, el que eclesiásticos importantes tengan que decirnos que hagamos caso al Catecismo y no al Papa ¿dónde están los beneficios del estilo Francisco? Esos aires nuevos, su lenguaje y gestos, su continuo inventar palabras y expresiones para decir –presuntamente– lo que siempre se había podido decir con el vocabulario disponible, su recibir cariñosamente a transexuales, conceder entrevistas exclusivas a periodistas ateos, nombrar protestantes para difundir –presuntamente– su mensaje, motejar de conejos a los católicos que tienen muchos hijos, calificar de teología arrodillada los disparates de Kasper, etc. ¿qué producen? ¿qué bienes se derivan de todo eso? Yo no logro verlos y, peor, tampoco los ve monseñor Gänswein, pese a que él está metido en el centro de todo. En la entrevista ya aludida dice:
     Ciertamente, el papa Francisco consigue atraer la atención pública hacia él, y mantenerla. Y eso mucho más allá de la Iglesia. Quizás incluso más fuera que dentro de la Iglesia Católica. La atención que el mundo no católico le presta al Papa, también en Alemania, es mucho mayor que a sus predecesores. Naturalmente, esto tiene que ver también con su estilo más bien poco convencional, y y con el hecho de que se gana soberanamente a los medios a través de gestos simpáticos inesperados. Para la percepción de la gente, una cobertura informativa positiva juega un papel fundamental.
     Esta parrafadita de Gänswein puede resumirse en: el Papa Francisco da espectáculo a los medios de comunicación y por eso le jalean. Pero, cuando Monseñor habla del resultado del espectáculo mediático en Alemania, las cosas empeoran:
     Visto desde fuera no se percibe ningún comienzo. Mi impresión es que el papa Francisco como persona goza de altos valores de simpatía, más altos que cualquier otro líder mundial. Pero esto no parece tener apenas ninguna influencia para la vida de la Fe, y la propia identidad de la Fe. Los datos estadísticos, contando con que no engañen, respaldan desgraciadamente mi impresión.
     O sea, que lo del actual Papa es puro espectáculo sin contenido ni efecto positivo alguno. Yo lo atribuyo a que dedica su tiempo a epatar y difundir sus concepciones ideológicas en vez de a defender la sana doctrina, pero puede ser otra cosa: puede que sus intenciones sean buenas pero se le tuerza la realización práctica; a todos nos ocurre con cierta frecuencia. Mientras tanto debemos aplicarle al Papa, hasta el límite de lo posible, el consejo de San Ignacio de Loyola:
     … se ha de presuponer, que todo buen christiano ha de se más prompto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve.

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