viernes, 18 de julio de 2014

Comentario de un sermón

     Descargué un sermón, grabado por su autor, del pasado domingo e hice un trabajo de transcripción para comentarlo. ¡Qué pesado es poner por escrito un discurso! Escribir al dictado es fácil, pero pasar a texto escrito algo que se habla para unos oyentes, sin intención de que llegue a ser escritura, y hacerlo con fidelidad es un tanto largo; es muy fácil confundir palabras.
     Nunca había incurrido en una forma de entretenimiento como esta y me sorprendió el resultado: el sermón, de 13 minutos y 31 segundos, solamente contenía 1612 palabras, lo que se suele imprimir en dos caras de un folio o poco más. Muchos dirían que un sermón, homilía en lenguaje postconciliar, de más de 8 ó 10 minutos es largo; yo opino que es corto si me atengo a la longitud del texto escrito resultante ¿qué menos predicación, enseñanza, comentario de la Palabra que unas dos caras de folio? Querer menos es querer muy poco de las cosas relativas a Dios. También me parece una vergüenza que haya católicos que se quejen de estas duraciones mientras que los paganos soportan, incluso disfrutando con fruición, larguísimas exposiciones acerca de la preparación de un partido de fútbol o sobre el adulterio de algún famoso (y hay tantos de esos adulterios que algunos canales de televisión dedican varias horas diarias al tema sin que les falten espectadores).
     En este sermón el uso de muletillas y repeticiones es el habitual al hablar de una forma medio coloquial. Habría que ponerse un tanto solemne y académico o leer un sermón escrito para hacer menor uso de tales recursos.
     A continuación va el texto del sermón tal como lo pronunció el presbítero, en negrita, con mis comentarios en tipo normal. Ya que cuando voy a misa no puedo replicar ni apostillar al predicador, me doy el gusto de hacerlo ahora.
     Bien. La parábola del sembrador, en la versión que nos brinda el evangelista San Mateo. Es una imagen de índole de agricultura para entender la misión divino-apostólica de la Iglesia, que es sembrar por doquier la Palabra divina. Eso es evangelizar, sembrar la Palabra divina, no una palabra cualquiera, no palabrería humana, sino una Palabra divina que es Cristo mismo y es dar a conocer a Cristo a los que no le conocen; suscitarles la fe en Cristo como Dios y hombre verdadero, Creador y Redentor nuestro que murió por nuestros pecados, (siempre la mención al sacrificio redentor, que Cristo no murió a lo tonto) fue sepultado por nuestros pecados y ha resucitado y vive para nuestra justificación, y aceptar por la fe apostólica, que es la católica, a Cristo, abrazarlo y ser católico. En eso consiste la misión de la Iglesia, resumidamente así en pocas frases; y nada más, nada menos, pero nada más que eso y desde luego no otra cosa.
     En este primer periodo el presbítero enlaza con la idea del Papa Francisco de que la Iglesia no es una ONG piadosa. Ninguna mención buenista para definir la Iglesia y su misión.
     Cuando el Señor dijo a los Apóstoles en la ascensión: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, les dijo, también les dijo: bautizad a los pueblos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. También les dijo: id y enseñad a todos los pueblos lo que yo os he enseñado. Y la Iglesia desde entonces, desde sus orígenes divino-apostólicos, es lo que viene haciendo en estos dos milenios y pico. Pero, en fin, no se sabe exactamente por qué, uno puede especular, pero parez mentira que hay tanta confusión en las verdades más elementales de la fe (más que confusión lo que hay es falta de fe, así directamente; y si acaso los que han perdido la fe se dedican a confundir malignamente a los demás) y en esto específicamente, en la parábola de hoy, se presta a ello, hacer esta reflexión con vosotros, incluso no entender en que consiste la misión apostólica evangelizadora de la Madre Iglesia.
     Yo acabo de decirlo hace poco, pero parez mentira que hoy hay cristianos, católicos, digo, que no tienen eso muy claro: para qué sirve la Iglesia, para qué está, en qué consiste su misión. La oración colecta de hoy dice: ¡Oh Dios!, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, o sea no todos van por buen camino, para que puedan volver al buen camino; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, que tienen por el bautismo, claro, y cumplir cuanto en él se significa. Bueno, pues entre otras cosas, muchas, pero entre otras cosas el cristiano, católico, claro, tiene la misión de ser apóstol, de ser apóstol, no comparándose con los Apóstoles, evidentemente, pero si ser apóstol en sus circunstancias personales, familiares, sociales, laborales, dar testimonio de Cristo, sí; modestamente, humildemente, pobremente, pero sinceramente, valientemente, sin tapujos, sin respetos humanos, sin miedo al que dirán, porque sino somos como esa vela que se esconde y no se pone alto, sino debajo del celemín, es que es para ponerse, hay que ser faros luminosos, luminarios, para atraer a otros a la fe. Que después otros no acepten nuestro testimonio, bueno, claro, cada uno es un mundo, cada uno responde sí o no a Cristo, bueno, esa persona y Cristo.
     Hace algunas décadas, todo va por modas, hasta lo que debiera ser permanente por corresponder al designio divino, se hablaba mucho del “apostolado seglar”, expresión que últimamente no oigo. Claro que si muchos religiosos en tierras de misión han perdido de vista el atraer a otros a la fe ¡como para que los del montón nos ocupemos del asunto!
     Ahora, lo que no podemos hacer es perder el horizonte hacia donde queremos ir, y hoy día me da la impresión que estamos acentuando demasiado las formas, a detrimento del fondo; eso es muy de hoy, eso es muy peligroso. Bueno es que hay muchas formas para evangelizar; sí, supongo que sí, pero oiga, el qué es evangelizar habrá que tener eso claro, porque sino la formas sobran. ¿Para qué afanarnos en métodos? ¿para qué afanarnos en no se qué cosas formas distintas? (Supongo que aquí alude a esos planes pastorales tan bonitos y tan sociológicos que no sirven para nada.) Cuando no tenemos claro el qué, estamos con el cómo hacer algo y no sabemos qué es lo que queremos hacer. Oiga, evangelizar es esto, ahora, si este método vale para eso, vale, adelante; ahora si este método no vale para anunciar a Cristo y provocar la fe, la conversión de personas hacia Cristo para que sean católicos, en la forma es lo de menos no sirve para nada porque no sirve para lo que tiene que ser. Estamos empeñados con el cómo, el cómo sembrar la Palabra, supuestamente cómo sembrar la Palabra, nos olvidamos de la Palabra que hay que sembrar, o estamos tan aturdidos con las cosas del Señor, las cosas del Señor... oiga, ¿y el Señor de las cosas? nos olvidamos de él o puede ser, hay un riesgo.
     Por desgracia hay bastantes, también entre el clero y entre monjas destacadas, que no se han olvidado del Señor de las cosas, es que no creen que sea Señor. A lo sumo creen en las cosas, en los seres humanos que encajan con sus esquemas ideológicos; pero en el Señor...
     Un error muy típico, muy típico, en muchos católicos, incluso, todo hay que decir, en católicos muy relevantes en la Iglesia, lo cual es, sinceramente, muy preocupante, el no llamar a la conversión a personas de otras religiones. (Esto ya lo había leído de simples sacerdotes y personas de nivel similar, pero personas muy relevantes ¿quiénes? Aunque tampoco me extrañaría que las hubiese; hay algún cardenal que propone dar por bueno el adulterio y algún otro que ve admisibles las uniones homosexuales luego puede haber cualquier cosa.) Pero eso ¿qué es?, claro que sí, hay que llamar a la conversión. ¿Ustedes se imaginan que los Apóstoles fueran predicando a Cristo por el Mediterráneo, y Santo Tomás por la India, diciendo a los pueblos paganos, a los hindúes en la India, a los árabes en lo que es, vamos, Mediterráneo e Israel, lo que entendemos hoy por Tierra Santa, por Arabia? Ustedes sigan con esos dioses falsos porque podéis encontraros con Dios a través de esos dos caminos. Oiga, los Apóstoles no hicieron eso, no hicieron eso, llamaron a la conversión. Ustedes se imaginan a San Pablo predicando en Atenas, en el capítulo 17 del libro de los Hechos de los Apóstoles, diciendo a los griegos paganos: sigan los falsos dioses que ustedes profesan. San Pablo no predicaba así. (Ni San Pablo ni los Once eran multiculturales, tolerantes y modernos. Con razón acabaron como acabaron y los de ahora acaban de oráculos en los medios de comunicación enemigos de la Iglesia.) ¿Cómo que no hay que llamar a la conversión? ¡Claro que hay que hacerlo! Otra cosa es que respondan o no, ese es el misterio de la voluntad libre de cada persona, movido por la gracia si acepta a Cristo o lo rechaza. Bueno, pero hombre, el apóstol tiene que tener claro a dónde quiere llevar a esa persona, digo yo.
     No, no interesa convertir a los protestantes, (es que con la creciente protestantización de la Iglesia a muchos ya les cuesta trabajo saber si están aquí o allí) ¡ah, no! ¿de verdad? pueden encontrarse con Jesús en su comunidad. ¿Y privarles de la verdad plena, privarles de la Eucaristía, privarles de los demás sacramentos, de la Penitencia? ¿o es que estas cosas no sirven para nada? ¿Eso es sembrar la Palabra divina? Yo para eso no me ordené, yo no me ordené para eso, y aunque no hubiese sido sacerdote y fuese un seglar, católico, yo pa eso no me junto. Yo si soy seglar, que ya lo fui, ya no lo soy, si soy sacerdote yo tengo que evangelizar. El cómo ya veremos como hacerlo, pero el qué no me lo toquéis. O como dicen algunos, los judíos no tienen que convertirse a Cristo ¡ah, no! los musulmanes no tienen que convertirse a Cristo !ah, no! ¿Predicaban los Apóstoles así? No. ¿Nosotros vamos a ser más listos que los Apóstoles? No creo. Pero esto se da. Francamente hay noticias que te dejan... (¿Qué noticias serán esas? Dejó a los oyentes en una incógnita.)
     ¡Qué tiempos más raros vivimos en la Iglesia, Dios mío, cuando perdemos el norte, completamente! (Santa Teresa de Jesús decía “vivimos tiempos recios”, pero esto se queda muy corto para definir los actuales) e insisto, personas relevantes en la Iglesia, y no dijo quienes, están en las noticias. (Sigue dejando la intriga de qué personas y qué noticias ¿será un recurso oratorio para mantener la atención de los oyentes?) Y uno se queda... !Dios mío¡ ¿Cómo es posible? Come è possibile? How is it possible? ¡Cómo puede ser eso! Pues una pérdida del norte, una perdida de...
     Oiga ¿quién es Cristo? Cristo es el tesoro de la Iglesia. La Iglesia no es nadie sin Cristo, es su cuerpo, la Iglesia por si misma no es nada, es todo porque es su cuerpo en la Tierra; lo dice San Pablo, no lo digo yo. Entonces una obra de caridad sublime es atraer a muchas personas, los que no estén bautizados para que reciban el don del bautismo. Claro que sí, el bautismo es necesario para la salvación. Los judíos no están bautizados ¿vamos a privarles del bautismo? Los musulmanes no están bautizados ¿vamos a dejarles así, que sigan sus falsos dioses? (¡Hombre!, en el caso de los mahometanos no se trata de varios falsos dioses, se trata de uno solo; a no ser que pensemos que por ser de producción humana cada musulmán tenga el propio en su cabeza.) Los protestantes, aunque estén bautizados les falta la plenitud de la verdad ¿vamos a dejarles sin Eucaristía? Francamente es alucinante.
     Y eso de evangelizar ¿en qué consiste? El ecumenismo. Oiga ¿pero qué es el ecumenismo? Os lo voy a explicar, el ecumenismo no es otra cosa, mirad, hacedme caso, está en el catecismo, leedlo (el Catecismo de la Iglesia Católica es asequible para cualquier adulto, debería fomentarse más su lectura y consulta y mejorarían muchas predicaciones si los sacerdotes le diesen más uso); ecuménico significa, de la raíz griega, extender, en plan católico, extender la fe católica que significa universal; katholikós en griego significa universal, pues el ecumenismo no es otra cosa que extender la fe católica universalmente, de hecho. Es decir, los Apóstoles fueron apóstoles y fueron ecuménicos ¿por qué? porque extendieron por donde fueron la fe católica. Claro. Eso es ser ecuménico, no hay otra cosa. Luego muchos confunden ecumenismo con llevarnos bien con los protestantes. (Si la confusión consistiese solamente en lo de llevarnos bien, pero a este respecto hay confusiones mucho peores, intentos de hacer una mezcla.) No, eso no es el fin; eso puede ser un medio, pero no el fin. ¡Hombre! mejor llevarnos bien que mal. Sí, claro, sí, sí, por supuesto; mejor llevarnos bien. Pero eso es un medio para llegar al fin. ¿El fin cuál es? que los protestantes dejen de serlo ¡claro! y que vuelvan a casa. Es que en la casa hay muchos pecados, y yo el primer pecador. Pero la casa no es mía, la casa es del Señor. ¿Cómo vamos a dejar a unos protestantes tranquilamente siendo protestantes? Eso no es caridad hacia ellos. (Ya escribió Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate: “defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad.”) ¿Cómo vamos a dejar a los judíos seguir la revelación en un estado inferior y no aceptar a Cristo, que es el único salvador del hombre, de todo hombre? ¿Cómo vamos a dejar a los musulmanes, también así, al pairo? ¿Eso es caridad apostólica? ¿Los Apóstoles hicieron eso? No. Pero esto lo que se... Da igual. Hoy día da igual todo. No, no da igual.
     Termino con la oración colecta: ¡Oh Dios!, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen camino; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa.
     Está bien terminar con una oración, y si es litúrgica mejor. Además sólo Dios puede hacer que los oyentes vean la verdad contenida en el sermón y la sigan; pedirle esa gracia puede aumentar la eficacia de la predicación.

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