jueves, 24 de julio de 2014

Funeral y entierro en Valderas

Templo de Santa María del Azogue en Valderas.
     Acabo de asistir a un funeral en Valderas, pueblo del sudeste de la provincia de León.
     Al llegar la campana repicaba a muerto, buena manera de ambientarse que en las ciudades ha desaparecido.
     Entré en el templo de Santa María del Azogue, limpio, cuidado y con varios retablos antiguos, el del altar mayor de cierto interés, todo lo cual causa buena impresión. Debe tenerse en cuenta que en esa zona la, por el momento, última persecución religiosa en España no arrasó gran parte del patrimonio artístico, como en Asturias, y es fácil encontrar obras notables en cualquier pueblo. Pero lo mejor del templo era lo fresco que estaba en un día tan caluroso; me recordó todos esos pasajes de la Escritura en que Dios da descanso, frescura y sombra a los suyos.
     A la llegada del cadáver el sacerdote lo recibió ante la iglesia con toda dignidad y las oraciones del caso, y tras introducirlo inició la misa a la que acudieron no menos de ciento veinte personas, lo que me pareció un éxito de popularidad para la difunta pues supone hacia el 6% de los habitantes del pueblo. Cuando me muera irán a mi funeral bastante menos del uno por mil de los gijoneses. Por su manera de participar en la misa los asistentes estaban por encima del promedio de lo que suelo ver en Asturias, aunque no llegué a explicarme porqué a la Consagración nos arrodillamos solamente una media docena. El coro, formado por mujeres no jóvenes, era malísimo; pero si los que en ese pueblo tienen mejor oído y voz no los quieren usar para dar culto a Dios... cada uno le da gloria como puede.
     Creo que el sacerdote estuvo sobrio y católico en su predicación. Habló de la fe en la resurrección de Cristo como fundamento de nuestra esperanza, pero dejó la resurrección de la difunta para el futuro, y afirmó que pedir por los difuntos es una gran obra de caridad: nuestras oraciones y sacrificios pueden servir para que se les perdonen sus pecados.
     Acabada la misa y el responso nos fuimos más de setenta personas caminando, menos de ochocientos metros, al cementerio tras el coche fúnebre. Aunque también iba el sacerdote fue una comitiva bastante informal, no nos precedían cruz y cirios y la gente se dedicaba a charlar y a los inevitables teléfonos.
     El sacerdote rezó las correspondientes oraciones ante la tumba terminando con un Padrenuestro por todos los enterrados en el cementerio, detalle que no recuerdo de ningún entierro en Asturias. Tras esto se procedió a enterrar a la difunta, pero a enterrarla de verdad en una tumba cavada en la tierra y cubierta con la arcilla extraída. Después de palear durante varios minutos los sepultureros bajo la mirada atenta de los presentes, los familiares cubrieron la tumba con las muchas flores dedicadas a la difunta.
     Como observaciones ajenas a todo lo religioso, familiar y social del acto puedo mencionar: el sacerdote salió a recibir el cadáver a la plaza de Onésimo Redondo, camino del cementerio pasamos por la plaza del Generalísimo y en el municipio hay mayoría absoluta de concejales del PSOE.

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