domingo, 27 de abril de 2014

Adaptación doctrinal a los tiempos

     Es muy frecuente encontrar personas, algunas incluso dicen ser católicas, afirmando que la Iglesia ha de cambiar su doctrina porque no se adapta a los tiempos actuales. Según ellos los cambios sociales, ideológicos, tecnológicos... “el progreso”, ese ídolo ante el que renuncian a cualquier fe, capacidad crítica, conciencia individual, opinión propia o cualquier otra cosa que se pueda arrumbar, aunque no se debiera.
     El supuesto básico de los partidarios del cambio doctrinal puede expresarse así: “La Iglesia creó sus doctrinas, sus normas morales, en un mundo muy distinto del actual en costumbres e ideas, cuando la independencia económica y libertad personal eran mucho menores, no había a disposición de las personas los recursos científicos y tecnológicos actuales... y la gente hoy en día no pude creer ni cumplir las normas morales del pasado, es imposible y por eso hay que cambiarlas.” Y como además esto es lo que se dice en los programas de televisión pues ¡verdad indudable!
     Dios no cambia y ya conocía las circunstancias actuales cuando promulgó sus leyes, los nuevos tiempos no le cogen de sorpresa y no tiene porqué modificar sus planes sobre el hombre; su gracia acompaña a los hombres de hoy en día como a los del pasado y, por tanto, ahora es tan fácil o difícil hacer su voluntad como lo ha sido siempre.
     Para sostener que las doctrinas y normas morales de la Iglesia están adaptadas a los tiempos presentes no solamente podemos acudir a elevadas consideraciones sobre la voluntad del Padre, la acción redentora del Hijo y la gracia que el Espíritu derrama sobre nosotros, también tenemos la realidad histórica en que esas doctrinas se gestaron. Si los partidarios del “como los tiempos han cambiado hay que cambiar la moral” se parasen a pensar un poco en la situación de hace dos milenios, cuando se nos otorgó la plenitud de la Revelación que la Iglesia custodia, se darían cuenta de que en el ambiente en que se formularon las normas morales se cometían, incluso estaban de moda, prácticamente los mismos pecados de hoy en día.
     No debemos olvidar que la Iglesia inició su peregrinación en el marco del Imperio romano; en ese medio recogió la Revelación de labios del Maestro y empezó a difundirla, sistematizarla, poner grandes partes por escrito, traducirla en reglas morales... y en el Imperio había de todo, según las distintas culturas, ambientes y clases sociales. De fornicación y adulterio no es necesario hablar, han sido ampliamente practicados por los humanos en todo tiempo y lugar. Había divorcio, anticoncepción (con los medios de la época, claro está) con el aborto como refuerzo y el infanticidio como última línea defensiva (por llamarlo de alguna manera) ¿suena actual, porque hoy se mata a los que nacen vivos cuando la manipulación abortiva no ha logrado matarlos? Homosexuales y bisexuales eran corrientes, algunos eran emperadores, y en algunos ambientes hasta se consideraban tales comportamientos entre lo perfectamente aceptable o incluso elegante ¿suena actual? La pederastia era bien conocida, y también hubo emperadores que podrían hablar al respecto. El incesto no era raro (tampoco lo es actualmente aunque se hable poco de él). Y de la prostitución, con su explotación sexual de las mujeres, el número de establecimientos del ramo encontrados en las excavaciones de Pompeya ahorra más explicaciones y, de paso, nos las ahorran sobre la pornografía. Por lo demás los ricos y poderosos contaban con independencia económica y libertad personal para saltarse las reglas morales y sociales con la misma soltura que hoy y que siempre.
     La Iglesia no solamente formuló sus doctrinas en un ambiente moral muy similar al actual, habiendo frente a los mismos pecados, pésimas costumbres, ambientes emponzoñados y justificaciones del vicio, sino que tenía total y perfecta conciencia de todo ello. En el siglo I, la primera ocasión que la Iglesia tuvo de formular su doctrina por escrito y tomar postura frente a la situación, los hagiógrafos escribían cosas que se pueden aplicar hoy mismo punto por punto, tanto en lo que hacen referencia a la descripción de las costumbres, como a las causas profundas o los medios para combatir el mal. Los hagiógrafos actuaban bajo inspiración, pero no estaban en el limbo; veían lo que había a su alrededor y veían esto:
     Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Mt 5,27-28
     Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro. Mc 7,21-23
     Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio. Mc 10,11
     Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una repudiada por su marido comete adulterio. Lc 16,18
     Le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio...”  Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.” Jn 8,4-11
     Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto. Hc 15,28-29
     Se oye decir en todas partes que hay entre vosotros un caso de inmoralidad; y una inmoralidad tal que no se da ni entre los gentiles: uno convive con la mujer de su padre. 1 Co 5,1.
     No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. 1 Co 6,9-10
     Huid de la inmoralidad. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. 1 Co 6,18
     Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios. Ga 5,19-21
     Que todos respeten el matrimonio; el lecho nupcial, que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará. Hb 13,4
     El problema, cuando la Iglesia enunció por primera vez su doctrina moral y ahora, es siempre el mismo: que mucha gente no quiere seguir en absoluto esa doctrina, otros la toman a beneficio de inventario (esto me gusta, esto no me gusta) y otros se adhieren a ella con sinceridad y con mayores o menores fallos. Pero novedades, lo que se dice cosas verdaderamente nuevas, no las hay.
     La Iglesia está adaptada a los tiempos, su doctrina moral está adaptada a los tiempos y a la humanidad ¿lo están los que piden adaptaciones? Lo dudo a juzgar por lo rápidamente que pasan las modas ideológicas; los que hoy se tienen por ultramodernos pronto estarán anticuados, morirán y serán polvo de historia mientras que la Iglesia seguirá transmitiendo el mismo mensaje.

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