viernes, 11 de abril de 2014

El apellido “de Nazaret” me tiene harto

     Cuando hablo o escribo sobre el Señor de la Gloria me salen de manera natural y fluida denominaciones como “Cristo”, “El Señor” o “Jesucristo”. Estas y otras denominaciones por el estilo tienen larga tradición católica.
     De años a esta parte se utiliza machaconamente la denominación “Jesús de Nazaret”, algunos parecen incapaces de usar otras y la usan varias veces hasta en un texto de pocas líneas.
     ¿De dónde salió el apellido “de Nazaret” para una persona que ni nació en ese pueblo ni vive en él desde hace mucho tiempo?
Nuestro Señor Jesucristo con la
Santísima Virgen María y el Glorioso
Patriarca San José en el taller de Nazaret.
     Cuando el Verbo eligió nombre humano escogió el de “Jesús”; al menos eso afirmó el mensajero enviado a la Santísima Virgen, que no mencionó apellido alguno (Lc 1,31). El autor sagrado nos instruye: “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo” Flp 2,10. ¿De verdad necesita apellido nombre tan santo? ¿Qué le falta a ese nombre que tantos santos y católicos de toda condición han repetido con amor y adoración? El primer mártir murió invocando al “Señor Jesús” (Hch 7,59) ¿se conoce algún santo o mártir que haya muerto invocando a Jesús de Nazaret? Puede ser pero no me suena.
     En el Nuevo Testamento solamente llaman Jesús de Nazaret a Nuestro Señor sus enemigos (“Jesús, el Nazareno...” escribió Pilato, Jn 19,19) o se utiliza ese nombre para informar a personas que no tienen la menor idea de su personalidad y significado (“Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno...” Hch 2,22). Los que tienen un trato mínimamente respetuoso con Él le llaman “Maestro”, como mínimo, y de ahí para arriba hasta “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,29) los que penetran más profundamente en su misterio.
     Creo que tanto uso actual de “Jesús de Nazaret” viene del deseo de reducir al Señor a una simple figura histórica -un humano como cualquiera de nosotros- obviando, negando por omisión, a veces hasta explícitamente, que es una persona eterna, consustancial con el Padre, que entró en la historia por encarnación, no por creación como entramos los demás. En los herejes la intención es clara, en muchos católicos es simple papanatismo, oscurecimiento de la fe y pérdida de identidad; en este punto como en tantos otros.
     Ningún mal hay en utilizar la denominación “Jesús de Nazaret” como una más, siempre que se deje muy claro que estamos hablando de una persona divina encarnada. A este respecto el célebre libro de Benedicto XVI en tres entregas es muy claro: en la primera línea del prólogo empieza a utilizar el nombre que el mismo Señor escogió, “Jesús”, y no deja que termine el primer párrafo sin afirmar “llevó al mismo tiempo a los hombres a Dios, con el cual era uno en cuanto Hijo”. Tomemos ejemplo del gran teólogo y santo varón que ahora se dedica a orar por su sucesor; en las tres partes de su obra utiliza “Jesús de Nazaret” una docena de veces, el nombre sagrado más de 2300.

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