martes, 29 de abril de 2014

Consejos de un penitente a los confesores

     Mi experiencia del sacramento de la Confesión, como penitente, claro, aunque menor de lo que debiera se extiende por más de cinco décadas y puedo hablar de lo que me parece que va bien o mal. Todo sacerdote sabe más que yo del tema pero no todos quieren obrar consecuentemente con lo que saben.
     De niño asistía a una iglesia regida por jesuitas, de los de antes, y las cosas transcurrían así: salía un sacerdote de la sacristía, de sotana ¡por supuesto! no pocas veces de aspecto tirando a venerable, se arrodillaba delante del confesonario mirando hacia el sagrario y, tras breve oración, entraba en la sede y se ponía la estola morada; mientras esperaba leía el breviario, piadosa ocupación que dejaba a la llegada del penitente; al final salía del confesonario, se arrodillaba nuevamente para rezar, y volvía a la sacristía.
     Posteriormente he visto otros estilos de confesor: el que confiesa con un pantalón rebajado de color y un jersey deformado por los malos lavados, el que sale rápido del confesonario a la calle para ponerse a fumar, el que practica la política del confesonario vacío y, esto no lo he llegado a ver con mis ojos ni he querido participar jamás en semejantes ceremonias sacrílegas, el de la absolución colectiva sin confesión al que podríamos llamar anticonfesor. Con todo mi respeto al legítimo pluralismo eclesial yo me quedo con aquellos jesuitas de mi infancia.
     Hablo de cosas externas: sotanas, pantalones, arrodillarse, fumar... pero es que soy un firme creyente en las palabras de Cristo “de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Mt 12,34 y Lc 6,45) y creo que esos detalles exteriores son manifestación de la fe y otras virtudes del confesor, de si cree en la importancia del sacramento, en la realidad del pecado y el poder salvífico del perdón sacramental; si cree realmente que administra algo de lo que no es digno y trata de hacerse menos indigno.
     La eficacia de los sacramentos no está condicionada por la disposición del ministro, si su fe en lo que celebra es grande o bastante menor de lo deseable, si está muy devotamente concentrado o tiene cierta distracción con otras cosas en la cabeza; el vestuario todavía influye menos. Pero quedarse sólo con esta idea sería limitar la acción de Dios a momentos como el de la absolución sacramental, que bajo las debidas condiciones es de total eficacia. Dios actúa de continuo, encadena una gracia con otra, cada una nos dispone a recibir más; romper esta cadena o debilitarla solamente puede traer privación de bienes y hasta males. Los confesores, sus personas y gestos, su oración y disposición, forman parte de esta cadena.
     Si un confesor se viste con sotana o alba y estola muestra un respeto por el sacramento y por el mismo penitente, que cree que lo que está haciendo es de cierta religiosa solemnidad e importancia. Ya está dando una buena orientación a los penitentes potenciales. Además está cumpliendo con las normas de la Iglesia al respecto y la obediencia es salvífica, Nuestro Señor nos redimió con su obediencia al Padre.
     Un confesor que empieza orando, supongo que para pedir a Dios que le envíe penitentes bien dispuestos y le conceda acierto en su tratamiento, ya está difundiendo la gracia de la llamada al arrepentimiento y la confesión. Si también termina orando será para dar gracias a Dios por el perdón que ha podido administrar y acompañar a los penitentes en la satisfacción por sus pecados.
     Un confesor que está en el confesonario rezando el breviario es una llamada de Dios a los pecadores (al contrario que los confesonarios vacíos o la supresión de confesonarios y confesión que practican los sacerdotes más radicalmente errados) y cuando un penitente se acerca y deja el breviario, que sabemos tiene obligación de rezar, para atenderle es todo un gesto de acogida de parte de Dios. A este respecto recomiendo a los confesores que lean el breviario en papel y se dejen de dispositivos electrónicos por muy atractivos que sean tales juguetes; con un auténtico breviario los penitentes ya sabemos que el confesor no puede estar haciendo otra cosa que rezarlo pero en un teléfono o tableta ¿qué estará mirando? Además, ¿han pensado que todo ordenador se puede piratear, y los dispositivos a los que me refiero son ordenadores provistos de micrófono y conexión a alguna red y sería posible escuchar lo que ocurre en el confesonario desde el otro extremo del mundo?
     Seguramente existen apostolados más atractivos, necesidad de salir al encuentro de los que no tienen ningún contacto con la Iglesia y nunca podrán ver, y menos apreciar, a un confesor aguardando penitentes, pero los frutos de la reconciliación son tales y la necesidad que tenemos tan grande que los sacerdotes deben poner un gran interés en el sacramento de la Confesión. Por otra parte ¿hay otro sacramento que puedan administrar cómodamente sentados?

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