jueves, 17 de abril de 2014

Quiero la misa de la Iglesia, no la del cura

     La celebración del Santo Sacrificio de la Misa ha sido enjoyada, a lo largo de siglos, con oraciones llenas de piedad, sentido y belleza. Hombres de santidad y sabiduría poco comunes compusieron esas oraciones y fueron disponiendo su inclusión. Incluso la forma más común de celebrar Misa, la Forma Ordinaria del Rito Romano, pese a su juventud -45 años no son nada en la historia de la Liturgia Divina- está llena de estas joyas heredadas de anteriores formas o compuestas para la ocasión.
     Esa Misa, la configurada por la Iglesia a partir del mandato de Cristo, la canónica, la ajustada a los libros litúrgicos es la que quiero, la que me acerca a Dios entrando en comunión con la Iglesia universal. Simplemente, cuando voy a Misa quiero oír Misa y no otra cosa.
     Resulta duro asistir a la Divina y Sagrada Liturgia y encontrarse con que numerosos clérigos y laicos la deforman, sustituyen las palabras de la Iglesia por otras propias, peores y hasta erróneas; suprimen ritos preceptivos y añaden pintorescas invenciones. ¿Será ignorancia? ¿Será vanidad? La poca formación y el afán de destacar son excelentes aliados. También falta sensibilidad, pararse a pensar lo que la Iglesia dice en los textos litúrgicos y tratar de desentrañar, mínimamente, su sentido; falta respeto a los fieles que asistimos a Misa, ese Pueblo de Dios al que tanto se halaga y tan poco se respeta. Falta sentido de lo que es la Misa.
     Mencionaré unas cuantas cosas pequeñas que se dan con gran frecuencia. Las hay mucho mayores y peores, aunque no tan frecuentes, al menos procuro no frecuentar las templos ¿católicos? donde tales cosas ocurren.
     Sale el sacerdote de la sacristía, se dirige al altar y comienza la celebración:
     - En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
     - Amén.
     - El Señor esté con vosotros.
     - Y con tu espíritu.
     - Buenos días hermanos y hermanas...
     ¿A qué viene el buenos días? ¿No nos saludó suficientemente?
     Llega una persona y, dirigiéndose a mí, invoca a la Santísima Trinidad y pide para mí que Jesucristo esté conmigo, por gracia, claro, con todas las consecuencias que eso trae, salvación eterna incluida. Yo me doy por saludado, por muy bien saludado. Después de eso un “buenos días” es una bajada de nivel impresionante ¿para qué quiero tener un buen día si ya me ha deseado una buena eternidad?
     También es posible que muchos sacerdotes pronuncien esas palabras iniciales como quien en un ascensor habla del tiempo. Pero no, las palabras de la Misa no son conversación intrascendente que no significa nada, no son una especie de “flatus vocis”; son muy reales, hacen realidad lo que dicen. Resulta particularmente inquietante la posibilidad de que uno de esos sacerdotes dé el mismo valor a las palabras de la Consagración que a las del saludo inicial.
     No faltan sacerdotes que empeoran mucho el anterior saludo y otros varios a lo largo de la Santa Misa sustituyendo “El Señor esté con vosotros” por “El Señor está con vosotros”. Como soy muy modosito respondo “Y con tu espíritu”, pero con poco convencimiento. Lo que de verdad me apetecería contestarle es algo del tipo “¿Estás seguro?” o “¿Cómo lo sabes?”
     La fórmula litúrgica es un buen deseo, y en el contexto de la gran oración que es toda la Misa, una oración en que el celebrante pide a Dios su gracia para los asistentes, porque de lo que se trata es de que el Señor esté con nosotros en amistad y gracia, que por esencia, presencia y potencia ya sabemos que está en todas partes sin necesidad de que lo pidamos. Cambiando “esté” por “está” se transforma una petición, santa, buena, acertada en toda circunstancia, en una afirmación que puede ser verdadera o falsa. Y puede ser falsa pues ¿qué pasa si los asistentes están en pecado mortal? ¿o vamos a negar la realidad del pecado y aquí todos somos buenos? Puede que este último sea el verdadero trasfondo de tanto “El Señor está con vosotros” como padecemos.
     El colmo de estas deformaciones las alcanza un sacerdote, especialmente petulante, al que he tenido que soportar varias veces. Afirma: “Dios, que es bueno, tiene misericordia de vosotros, perdona vuestros pecados y os lleva a la vida eterna.” ¡Qué seguridad! Ese sacerdote deber recibir alguna revelación directa de Dios acerca de la excelente disposición de todos los asistentes a su misa (suya porque el se la guisa y se la come). De paso también sustituye “todopoderoso” por “bueno”, aunque podría decir “abuelete bonachón” vistas las ideas que tiene.
     No todas las cosas mal hechas son obra de sacerdotes, los laicos también tenemos nuestras meteduras de pata, como ocurre cuando algún lector poco avisado termina con un “Es palabra de Dios” o lo empeora un poco más con “Esto es palabra de Dios”. El cuerpo me pide responder “Ya lo sabía” pero la buena crianza me obliga a responder el litúrgico “Te alabamos, Señor”.
     Sustituir la proclamación, gozosa y admirada, de que Dios nos ha hablado que supone el “Palabra de Dios” por una afirmación de tono más intelectual es un error si se pretende suscitar la respuesta de alabanza a Dios por parte de los asistentes.
     Cosas peores, bastante peores, tenemos que aguantar los fieles en torno a la Consagración, momento cumbre de la celebración de la Santa Misa y momento cumbre del afán de distinguirse de algunos sacerdotes.
     Todos sabemos que Jesucristo instituyó la celebración sacramental de su sacrificio en el marco de una cena pascual con los apóstoles, y así lo recuerdan algunas fórmulas litúrgicas que incluyen “Y, mientras cenaba con sus discípulos, tomó pan...” y “Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz...” pero en cierta ocasión un sacerdote tuvo a bien informarnos de que Jesucristo había comido con “las mujeres, hombres y niños que le seguían”. ¿De dónde salió tanta gente? ¿Por qué no había niñas? A mí, leyendo los evangelios me parece que a la Última Cena solo asistieron Cristo y los Doce; pero puede ser por mi carencia de estudios de Sagrada Escritura. Mi hipótesis favorita es que el sacerdote sacó lo de mujeres y hombres de la ideología de género y la ausencia de niñas se debe a que ese presbítero todavía no la integró suficientemente, todavía no ha logrado automatizar la aplicación de esta nueva dogmática a su habla.
     La ideología de género hace más estragos en la Consagración u otras partes de Santa Misa. Cuando un sacerdote sustituye, al consagrar el vino, “...derramada por vosotros y por todos los hombre para...” por “...derramada por vosotros y por la humanidad para...” ¿qué tiene en la cabeza? Ideología de género, complejos de católico que pide perdón por serlo y poco respeto por lo sagrado.
     Si todo celebrante de la Santa Misa tuviese conciencia clara de que el Sacrificio lo ofrece al Padre, y en presencia de toda la Corte Celestial, y todo laico que colabora en algo pensase que está ante semejante público ¡qué diferencia! No creo que nadie se considerase digno de cambiar una palabra, quitar o añadir un gesto. Pero claro, si pensamos que es una reunión de amiguetes para recordar a un hombre solidario que... El resultado salta a la vista.
     Cuando era niño, en la misa en latín, la que ahora llamamos Forma Extraordinaria del Rito Romano, los sacerdotes eran predecibles; todos hacían lo mismo, lo que decía el misal, y no distraían con sus ocurrencias la atención de los asistentes, centrada en el sacrificio de Cristo. Como monaguillo nunca me encontré con que un sacerdote omitiese o cambiase algo.
     A este respecto la forma de celebración de la misa habitual hoy en día es más clerical que la de mi infancia. Para empezar es falso que en la Forma Ordinaria del Rito Romano los fieles participen más ¿en qué? Si contabilizamos las respuestas y oraciones de los fieles en la Forma Extraordinaria posiblemente sean más y más extensas que en la Ordinaria. Y en la triste realidad de muchas celebraciones de la Forma Ordinaria se permite que el sacerdote haga casi cualquier cosa que le da la gana, sin contar con la opinión de los fieles. Todo se centra en el sacerdote y su poder omnímodo, mientras que los fieles no somos más que sujetos pacientes obligados a hacerle coro en las respuestas; pocas veces en la Historia de la Iglesia habrá habido tanto desprecio de los celebrantes a los fieles (y así nos va). Los que celebran la Santa Misa de la Forma Extraordinaria son mucho más respetuosos con los fieles, no nos imponen sus ocurrencias.

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