viernes, 2 de mayo de 2014

La sempiterna reforma de la Curia

     Al Santo Padre le ayudan, en el gobierno de la Iglesia, numerosas personas y organismos. Más de mil millones de fieles y un hombre al frente, está claro que le hace falta ayuda.
     En el ejercicio de su potestad suprema plena e inmediata sobre Iglesia universal, el Romano Pontífice se vale de los dicasterios de la Curia romana, los cuales, por lo tanto, cumplen su función en nombre y por autoridad del mismo Pontífice, para bien de las Iglesias y en servicio de los sagrados Pastores. Concilio Vaticano II. Decreto Christus Dominus 9.
     Un repaso a http://www.vatican.va/roman_curia/index_sp.htm nos permite hacer un inventario de la Curia Romana: Secretaría de Estado, nueve congregaciones, tres tribunales, doce pontificios consejos, el Sínodo de Obispos, siete pontificias comisiones, la Guardia Suiza, nueve instituciones vinculadas, la Oficina Central para Asuntos Laborales, doce academias pontificias y dos comités pontificios.
     El Papa Francisco planea reformar la Curia, como casi todos los papas, pero como es Francisco y está de moda algunos piensan que esta va a ser la reforma de las reformas tras la cual todo será mucho mejor de lo que ha sido en el oscuro pasado. Ilusos así los hay siempre y para todo ¿cómo si no podría haber quien se apunte a revoluciones políticas?
     Mi comedimiento en el entusiasmo reformista viene de un análisis que empieza por el Papa y sus funciones y termina en que nadie es perfecto, ni siquiera los empleados de tan santa burocracia. También estoy convencido de que la única forma verdadera de reformar una burocracia es suprimirla, pero eso supone renunciar a ejercer las funciones en que esa burocracia auxilia; las funciones precisan funcionarios.
     El Papa se ocupa de nombrar a varios miles de obispos, además de relacionarse con ellos, supervisarlos, etc. Por muy directo encargo de Cristo a Pedro se ocupa de las cuestiones de la fe, eso es irrenunciable y valiosísimo para la Iglesia. Regula la liturgia del Rito Romano; se relaciona con muchos más de cien estados y donde no puede tener representante con carácter diplomático procura tenerlo con carácter puramente eclesial; se ocupa de la educación católica, las misiones, auxilia a muchos fieles en cuestiones de conciencia, resuelve conflictos, fomenta diversas actividades culturales congruentes con la fe católica... todo esto y mucho más.
     ¿Debe renunciar el Papa a algunas de estas funciones, transferirlas a obispos, conferencias episcopales, patriarcados menores o alguna otra entidad? Quizás alguna pequeña cosa fuese mejor suprimirla y alguna otra transferirla, no muchas dado que existen tantas tendencias centrífugas que mejor no animarlas. Además transferir competencias no significa suprimir burocracia, significa creación de nuevas burocracias en el órgano que recibe las transferencias. La experiencia de España con su paso de competencias de la Administración Central del Estado a las comunidades autónomas es demoledora; si esta experiencia política fuese criterio válido a efectos eclesiales yo diría ¡Qué mande el Papa, que lo gobierne él todo y que tenga toda la burocracia de apoyo que haga falta!
     Siendo tantas las funciones que realiza el Papa y tan extensa la Iglesia que gobierna el número de miembros de la Curia ha de ser mucho mayor de lo que puede trabajar junto a una persona, es decir, no pueden trabajar todos en contacto directo con el Papa despachando con él los asuntos que les haya encomendado. Tampoco existe la más remota posibilidad de que todos los curiales sean expertos en todo y puedan estar al tanto de todo. La Curia ha de estar organizada jerárquicamente, colaboradores directos del Papa que a su vez tienen otros colaboradores, y con especialización en los diversos tipos de asuntos. Puede discutirse si los niveles jerárquicos han de ser cuatro o cinco, si las funciones se deben distribuir entre diez departamentos subdivididos en ochenta secciones o entre doce departamentos divididos en cincuenta secciones, pero al final siempre acabaremos en algo similar cualesquiera que sean los nombres que se den a cada órgano y función. Y hay que añadir que  cuando se tiene un buen número de burócratas, edificios, documentos confidenciales a preservar y una personalidad de fama y atractivo mundial en el centro de todo surgen necesidades como tener un servicio de seguridad, sea la vistosa Guardia Suiza o un más anodino grupo de vigilantes, o servicios de prensa y otros auxiliares.
     Las formas de funcionamiento de gobiernos y empresas son variadas. Algunas formas de gobierno tienen en el centro de la administración pública un consejo de ministros que adopta colegiadamente las decisiones políticas más importantes y cuyos miembros se reparten la jefatura de las distintas ramas de la administración; otras formas carecen de un órgano central, tienen un jefe supremo que fija la política de cada departamento y ante el que responde el jefe de cada uno de ellos. En la Iglesia es difícil imaginarse un consejo de cardenales adoptando las decisiones fundamentales, tiene que ser el Papa. Hay administraciones públicas en que predomina la homogeneidad organizativa, los diversos departamentos tienen un estatuto jurídico y una estructura interna similar, y otras en que predomina la agregación de órganos creados en diversos tiempos y bajo diferentes reglas de funcionamiento, lo que se parece más a la situación actual y tradición de la Curia romana y creo que a la realidad de las funciones tan diferentes que desarrolla el Papa. Por este lado no me parece que la reforma de la Curia pueda ser muy radical.
     Tanto cambio como sufren continuamente las organizaciones: gobiernos, empresas y la Curia romana, indica que nadie acierta a dar con la organización perfecta o, lo que acaba por tener los mismos efectos prácticas, que la perfección es cambiante; el continuo cambio de las circunstancias en que se desenvuelve la vida humana y la de cualquier organización hace que lo óptimo en un momento sea inadecuado en otro. En el caso de la Curia no solamente influyen los cambios en el mundo y en la Iglesia, el mero cambio de Papa, su carácter y preferencias personales, puede hacer que una organización y forma de funcionamiento deje de ser la adecuada.
     Por último, pero muy importante, la Curia está formada por personas. El Papa puede promulgar una constitución apostólica con el organigrama más perfecto y las normas de funcionamiento más sabias pero todo eso lo materializarán unos clérigos y laicos que lo harán mejor o peor. Es importante la selección de personal y nunca hay garantía de acertar en ese asunto. Las empresas privadas, buena parte de cuyo éxito depende del acierto al elegir sus empleados, usan toda clase de métodos para la selección y siguen modas cambiantes al respecto, algunas rozan lo disparatado y ni siquiera parece digno que en la Iglesia se utilicen.
     Se haga lo que se haga en toda organización habrá una cierta proporción de ineptos y de personajes malignos, y en una organización tan basada en la buena voluntad, el pensar bien de los demás, el valor supremo de la persona, etc. no son fáciles de descubrir y expulsar. Hay empresas en que el no alcanzar los objetivos de producción es causa de despido fulminante, pero en la Iglesia hay mucho más comedimiento a la hora de despedir y, por otra parte, ¿cuáles son los objetivos de producción en materia de doctrina de la fe o de culto divino? Si a eso añadimos que el mérito no es ni del que siembra ni del que riega, sino del que hace crecer (1 Co 3,7), hay verdaderas dificultades para medir la eficacia y productividad de los miembros de la Curia. Y el pecado, siempre hay que contar con el pecado, indeseable intruso en toda actividad humana. En la Curia siempre habrá sujetos cuyo objetivo sea el medro personal más que el servicio, otros dominados por el afán de favorecer alguna parcialidad antes que el interés de la Iglesia y alguno con auténtico deseo de hacer el mal. Incompetencia y pecado lastran el funcionamiento de toda organización, también una curia por muy reformada que esté.
     ¿Reformas de la Curia Romana? Sí, pero sin pasarse ni en la extensión de las reformas ni en expectativas sobre el resultado de las mismas.

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