viernes, 16 de mayo de 2014

El peligro de cisma

     Algunos ven peligro de cisma en la Iglesia. Por estadística es casi seguro que aciertan; desde la antigüedad ha habido un cisma tras otro y raro será que el futuro no traiga alguno más. Pero hay que hacer un análisis más serio del problema, de las causas, mecanismos y resultados que podrían tener nuevos cismas.
     El canon 751 distingue herejía, apostasía y cisma: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos.” La diferencia entre los tres conceptos es clara pero en la vida todo se mezcla y las personas pasan fluidamente de una situación a otra. Los herejes deforman la fe de muchos que, fácilmente, forman grupos de espíritu claramente cismático, incluso si formal y falazmente siguen enquistados en la Iglesia, y de ahí se van al desánimo, porque lo que les animaba era falso, la indiferencia y la apostasía.
     A lo largo de la historia ha habido cismas grandes y pequeños, unos se han reparado y de otros solamente Dios conoce el día en que se restaurará la unidad.
     El cisma de oriente vino de una combinación de diferencias entre las tradiciones teológicas, complejos de superioridad y las inevitables ambiciones personales. A los emperadores de oriente también les venía muy bien una Iglesia más sometida políticamente. Han adquirido fuertes componentes nacionalistas y dependencia de diversos estados; también han aumentado el número de patriarcados e iglesias autocéfalas y así todos pueden ser cabeza de ratón en vez de cola de león.
     Otro cisma grande pero breve fue el de occidente. Interferencias políticas y ambiciones personales llevaron a una división grande en lo personal, no en lo doctrinal. Afortunadamente, todavía no había en occidente estados suficientemente desarrollados, con tanta vocación totalitaria como para crear iglesias estatales.
     Un siglo más tarde la vocación totalitaria de los estados y la rapacidad de sus gobernantes habían aumentado mucho y varios de ellos aprovecharon la agitación causada por Lutero y otros para montar iglesias estatales (más o menos autoproclamarse papas) y, de paso, apoderarse de la mayor parte de los bienes eclesiásticos. Desde entonces han degenerado doctrinalmente hasta lo inconcebible, hasta hace poco lo era, y las iglesias estatales se han convertido en cascarones vacíos de fieles y de contenido religioso.
     Llega el Concilio Vaticano I y se produce otro cisma, los Viejos católicos se separan por rechazar la infalibilidad pontificia. Muy pocos y con derivas doctrinales y disciplinares que rozan lo pintoresco.
     Tras el Concilio Vaticano II las desgracias de la Iglesia han sido muchas, entre ellos el cisma lefebriano. Muy pocos y con alguna deriva doctrinal inquietante.
     ¿Qué diferencias hay entre cismas grandes y pequeños, duraderos y breves, que arrasan países enteros o solamente alcanzan a pequeños grupos? La política, la libertad, las posibilidades de comunicación.
     Los cismas que han separado de la Iglesia países enteros han contado con apoyo del poder político, los correspondientes estados han impuesto el cisma, los gobernantes se pusieron a la cabeza y persiguieron a los católicos que querían seguir fieles a la Iglesia de forma similar, o incluso más dura, de lo que ahora mismo hace el Estado chino. Esos cismas sustituían a la Iglesia en un país entero por una rama escindida o por una organización estatal (el calificativo de iglesia no les es aplicable) que pretendía satisfacer las necesidades religiosas de la población y la forzaba a satisfacerlas en ella. Los cismas de los siglos XIX y XX no han contado con ese apoyo de fuerza y solamente pequeños grupos se han ido de la Iglesia.
     Hoy en día un cisma en los países occidentales, incluso con el apoyo que podrían prestarle desde los diversos poderes, tendría en su contra la indiferencia religiosa, el individualismo, la degeneración doctrinal en que ya se hallan los potenciales cismáticos y la libertad de comunicación, movimientos y organización de los católicos restantes.
     Las facilidades de comunicación, de contacto con el Papa y de conocer lo que hace y dice son factores de gran importancia práctica. Desde el siglo XIX la generalidad de los católicos conoce al Papa y, sobre todo si hay problemas, puede ponerse al tanto de sus orientaciones. Iglesias locales, sacerdotes y hasta fieles individuales tienen posibilidad de establecer contacto con el Papa, siquiera como receptores de sus enseñanzas, de continuar teniendo algún conocimiento y contacto con la Iglesia universal, y eso ayuda mucho a perseverar, a evitar la desaparición total de la Iglesia en un territorio. Estas posibilidades no existían en siglos anteriores; el católico cuyo rey, obispo y párroco le metían en un cisma tenía pocas posibilidades de salirse de él, de saltarse a todos esos intermediarios para tomar contacto con aquellas partes de la Iglesia que seguían fieles a Cristo.
     Una anécdota que ilustra la diferencia que establecen las posibilidades de comunicación se dio cuando el Beato Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción. El Gobierno español de entonces, progresista, se negó a dar el Pase Regio a la bula de proclamación del dogma, pero un periódico católico la publicó (sufrió represalias del Gobierno por ello) y por unos u otros medios todos los católicos españoles supieron, ya lo creían de antes, que la Santísima Virgen fue concebida sin pecado original.
     La situación actual en España y otros países occidentales no propicia grandes cismas. Muchos de los gobernantes, diversos grupos de presión y buena parte de los medios de comunicación son ferozmente anticatólicos y, por su gusto, perseguirían a la Iglesia y favorecerían cualquier escisión en ella pero se hallan limitados por las ideas y normas en lo referente a libertad personal y religiosa. Pueden, y ya lo están intentando, perseguir a unos pocos por algún aspecto limitado (el caso típico es impedir hablar contra las prácticas homosexuales) pero una persecución general queda fuera de sus posibilidades, por el momento. Los enemigos también podrían propiciar la traición de numerosos sacerdotes y algunos obispos, a los que ya falta muy poco, y hacer que se quedasen con los templos y otros bienes de la Iglesia las comunidades cismáticas que formasen, pero seguramente se quedarían con más edificios que fieles y en la situación política actual incluso una acción así les presenta dificultades.
     Implícitamente he venido suponiendo que un cisma de gravedad vendría por el lado progresista. Los más tradicionalistas son muchos menos, mucho menos heréticos y sus creencias y espiritualidad muy poco protestantes, muy poco del “yo me monto mi Iglesia como me dice el Espíritu, o sea, como me da la gana”. Los países en que la Iglesia está arrasada, y ya casi da lo mismo que se declaren en cisma o no, son países en que ha dominado el progresismo. No hay país alguno en que el tradicionalismo haya puesto la Iglesia al borde de la desaparición.
     Un cisma en países occidentales, que tuviese algún alcance, sería un cisma progresista que podría hacer perder a la Iglesia muchas parroquias y algunas diócesis, formalmente; en realidad se trataría de la marcha de gente que en ese proceso de herejía, espíritu cismático y apostasía hace mucho tiempo que están más fuera que dentro, sería el quitarse la máscara un atajo de traidores que hacen labor de zapa dentro de la Iglesia. Y dada la capacidad que tiene Dios para escribir derecho con renglones torcidos podría ser hasta una gran ocasión de revivir el catolicismo en algunas regiones.
     El cisma progresista formal y declarado, doloroso como toda ruptura en la Esposa de Cristo, tendría aspectos ridículos. A diferencia de herejes y cismáticos de hace siglos que eran creyentes y piadosos, desviados pero con fervor, que eran capaces de formular una doctrina y mantener un buen nivel de práctica religiosa en los que les seguían a gusto o disgusto, los potenciales cismáticos actuales no pueden formular una doctrina pues el relativismo, el todo vale, el hay que seguir la moda y contentar a todos los grupos de presión impide la mínima coherencia, formular algo que se parezca a una religión seria. Los cabecillas, inspiradores y sacerdotes de ese cisma serían viejos estériles: la progresía en la Iglesia está formada por gente próxima a entregar el alma a Dios y que han sido incapaces de suscitar vocaciones que les sigan en ese camino; están en extinción y el refuerzo de sacerdotisas no mejoraría este panorama. De los presuntos seguidores y eventuales asistentes a sus cultos ¿qué decir? El enjambre de divorcistas, abortistas, feministas, homosexualistas y políticos de izquierdas que aplaudirían en los medios de comunicación y presionarían de múltiples maneras en favor del cisma no se caracterizan por su fervor religioso, por manifestar una honda necesidad de trato con Dios ni por su profunda preocupación por la vida tras la muerte.
     La Iglesia Demoniaca del Santo Aborto, el Sagrado Divorcio y lo Políticamente Correcto se deshilacharía rápidamente, sus fieles no serían nada fieles ni practicantes desde el principio, sus cabecillas morirían pronto, no habría gente en sus cultos, ni quienes aportasen dinero o trabajo para su mantenimiento, ni nada de nada. Todo se reduciría a una serie de figuras o figurones que saldrían en los medios de comunicación, igual que ahora sin cisma formal, y a la obtención de algunas subvenciones.
     Todo cisma y discordia es atizado por Satanás y habiendo tanta gente con tanto despego hacia la Iglesia, más que nunca, tanta libertad para que cada uno haga lo que le dé la gana en materia religiosa de manera individual o colectiva ¿por qué no está atizando cismas formales? parece que tendría el éxito fácil. “Más sabe el diablo por viejo que por diablo” y Satanás sabe muy bien que esas cosas no funcionan ahora como en el siglo XVI; ahora le funcionan mucho mejor la traición desde dentro y la apostasía silenciosa.
     De todo lo dicho deduzco que la Iglesia, en los países occidentales, no va camino de grandes cismas; va mal y muy mal en bastantes aspectos pero no abocada al cisma sino a otros males que hasta pueden ser peores. Caminos hacia el desastre hay muchos.

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